La boca de la mina está a unos 35 kilómetros de distancia ascendiendo en línea recta por el cerro Famatina, desde los 1.000 metros sobre el nivel del mar en los que se encuentra Chilecito y los 4.400 metros en las gélidas alturas del nevado.
Estas cifras ya dan una idea de la monstruosa dimensión de la obra, que la convierte en el medio de transporte aéreo de su tipo más largo y a mayor altura que existe en el mundo, un récord que aún se mantiene vigente.
La explotación minera artesanal se realizaba en las sierras de Famatina desde antes de la llegada del europeo a estas tierras; primero por los diaguitas originarios y luego por los incas.
Los jesuitas más tarde tuvieron una importante participación en esta actividad, desde el siglo XVII hasta que fueron expulsados de esta región un siglo más tarde, y ya en los últimos años del siglo XIX, una compañía inglesa aprovechó el redescubrimiento de la mina principal de este yacimiento, la "Mejicana", para iniciar una producción más profesionalizada.
Durante varios años, y obviamente utilizando mano de obra local, los ingleses extrajeron del cerro grandes cantidades de oro, plata, plomo, hierro y cobre.
El traslado a lomo de mula de hombres, herramientas y minerales desde la ciudad hasta la Mejicana, tenía un altísimo costo en dinero y en vidas humanas, junto al elevado "lucro cesante" por no poder extraer más mineral del que se podía con este rudimentario procedimiento.
El Estado entró en auxilio de la producción minera y, por impulso del político, jurista y periodista riojano Joaquín V. González que presentó como diputado nacional el proyecto de ley, el Congreso argentino autorizó en 1902 la construcción de este cablecarril en beneficio de todos los emprendimientos mineros que hubiera en la zona.
La estructura consta de unas 260 torres de fundición de hierro de distintas alturas según su ubicación en la línea -llegando las más altas a casi 45 metros-, que soportan el tendido del cable metálico a través de 9 estaciones con 6 calderas alimentadas a leña que le dan la tracción necesaria para el desplazamiento en ambos sentido de las más de 400 vagonetas, cada una de las cuales transportaba unos 500 kilogramos a una velocidad de casi 3 metros por segundo.
La línea contaba con dos cables de acero, uno de tracción y uno de soporte, de tres centímetros de diámetro aproximadamente, que se tensaban entre estación y estación con un sistema de poleas y contrapesos de 20 toneladas, que en total se encontraban y encuentran tendidos aún hoy unos 140 kilómetros de cable con un peso de 7 kilos por metro.
Esta mole de metal nació en las fundiciones que la empresa constructora alemana tenía en la ciudad de Leipzig, desde donde partían en barco las piezas desmontadas de cada estructura hasta llegar al puerto de Rosario.
Desde allí y por tren llegaban a Chilecito a la futura Estación 1, donde se iba construyendo desde abajo hacia arriba el tendido del cablecarril, utilizando este mismo aparejo como medio de transporte para la construcción de la estación siguiente.
Las torres siguen esa línea recta desde la estación 1, en Chilecito, hasta la última estación (La Mejicana, la número 9) ascendiendo la falda oriental del Famatina, cortando lo escarpado del terreno y sorteando hondonadas y precipicios de hasta 450 metros de profundidad.
Además, el cablecarril demandó construir un túnel de 150 metros de distancia en la piedra viva del cerro para unir las estaciones 4 y 5.
En tanto, en Santa Florentina, a menos de un kilómetro del trazado del cablecarril, se construyó un horno de fundición que llegó a ser el más grande del país, y hasta allí se dedicó un ramal que parte desde la Estación 2 para llevar una pequeña porción del mineral que se extraía de la mina y procesarlo, a fin de pagar los gastos de caja chica de la empresa.
El resto, la parte gruesa del cargamento, descendía hasta la Estación 1 y, desde allí, subía al tren para buscar primero el puerto de Rosario y luego la larga travesía del Atlántico hasta las metalúrgicas y los bancos del Reino Unido.
Además, entre estación y estación existía un novedoso sistema telefónico, que servía para coordinar el funcionamiento de la línea de carga, llevar las novedades desde la ciudad a la mina y viceversa, solicitar proveeduría, medicamentos, personal, entre otras situaciones de la vida en la mina.
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