MALVINAS

Identificaron a otro soldado argentino

Fue el 12 de junio de 1982, en la batalla más larga y sangrienta de la guerra. Allí, en su trinchera en Monte Longdon, alimentó su ametralladora MAG 7,62 mm sin pausa, sin miedo, sin dudas durante las eternas horas que duró el combate.
“Mamá, quiero servir a la Patria”, le había dicho a  María Vidriales antes de partir.
Pequeña y frágil, la mujer abrazó a su único hijo y lo despidió con lágrimas pero sin reproches. Alto, corpulento, orgulloso en su uniforme militar, Claudio Alfredo Bastida la envolvió en sus brazos mientras le decía que se quedara tranquila, que todo iba a estar bien.
Su padre Ismael Bastida había muerto cuando él era muy pequeño; su madre, una española incansable, había trabajado de sol a sol para llevar el pan a la mesa; a sus 19 años y como único sostén de familia podía haber pedido quedarse en el continente. Pero eligió ir a Malvinas.
Estaba haciendo el servicio militar en el Regimiento Patricios cuando estalló la guerra. “Frankestein”, como lo llamaban sus compañeros por su enorme tamaño, no dudó ni un instante y pidió ir al Sur.
Los soldados Patricios se dividieron entre Puerto Argentino, Dos Hermanas y Longdon. Su sección de ametralladoras tenía la misión de apoyar al Regimiento 7. A Claudio le tocó el Longdon, que tres días antes de la rendición, el 14 de junio de 1982, se convertiría en un horror de muerte y sangre.
El ataque comenzó pasadas las ocho de la noche del 11 de junio. Los paracaidistas ingleses habían planeado avanzar en la oscuridad, sin ser detectados por las tropas argentinas, para lanzar el ataque final. Pero en la oscuridad un soldado británico pisó una mina. “La explosión le arrancó una pierna y el elemento sorpresa se perdió”, explicó muchos años después el teniente general Hew Pike, quien estaba al mando de la operación.
En ese instante se desató el infierno. “El caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde lo alto, seguido por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y explosiones”, contó el militar inglés.
Las bengalas iluminaron el campo de batalla. Los hombres pudieron ver cómo se luchaba cuerpo a cuerpo, con las bayonetas en alto. En su trinchera Bastida y Daniel Orfanotti -el apuntador de la MAG- dispararon sin respiro contra los paracaidistas ingleses que superaban en cantidad de hombres y armas a las fuerzas argentinas.
Un compañero que los vio combatir recordó que cuando las esquirlas dieron de lleno en el cuerpo de Bastida, un pequeño fragmento de metal se incrustó en el cuello de su compañero. 
Hoy a los 89 años, en su casa y junto a su hermana, María recibió la noticia que tanto esperó: su hijo fue identificado en Darwin. Es el soldado 105 que recuperó su nombre.