TENDENCIAS

Oda a “Nailed It” ¿Nos estamos tomando demasiado en serio los realities?

El final de “MasterChef” reveló que aunque nos fanaticemos, los realities tienen mucho de artificial. La serie de Netflix sobre pasteleros desastrosos es un antídoto contra esos programas de telerrealidad solemnes

Germán Martitegui, Damián Betular y Donato de Santis revelan al ganador de “MasterChef Celebrity” y, acto seguido, Gastón Dalmau quiebra en llanto, se lleva las manos al rostro, y se desata una celebración épica. También en sus casas la gente, fanatizada con alguno de los dos finalistas, festeja, o rompe en llanto: 30 puntos de rating, es decir, más de 3 millones de argentinos, al borde el sillón durante media hora, y el final, arrastrándose en el piso, destrozados o felices. Todo es épico, gigante: parece que Dalmau acaba de ganar la Copa del Mundo. Pero acaba de ganar, en cambio, un reality de un trabajo que no es el suyo, un programa de telerrealidad sobre cocina, una tarea que Dalmau desempeñó, de forma seria, durante un puñado de meses, nada más. Seguro, hay en la celebración de Dalmau mucho de alivio: ha sido ampliamente reportado el rigor del concurso, la presión que los chefs ponen sobre los participantes, y el escrutinio de millones de argentinos mirando y comentando solo suma a esa sensación abrumadora de no poder fallar. Pero también, se trata de una gran puesta en escena, como demostró la filtración del segundo final grabado, el que mostraba, para evitar filtraciones, que Barbarossa ganaba. Ella también se emocionaba, también celebraban desaforados sus hinchas en el set del programa, todos listos para ir al Obelisco.
No es que todo fuera un acting, porque, de hecho, en teoría, los participantes no supieron quién había ganado hasta que se emitió al aire la versión definitiva (con Dalmau ganador). Sin embargo, habiendo grabado ambos finales, la emoción de ambos participantes parece un poco ficticia. Performática.
Cualquier fanático de “MasterChef” sabía que se habían grabad dos versiones: ver el final que daba a Georgina ganadora, sin embargo, ver esos festejos ficticios, fue un desengaño fuerte. La sensación en Twitter era clara: muchos sentían que habían invertido demasiada emoción en algo que, al final, era un poco falso. ¿Nos hemos tomado demasiado en serio los realities?
Para el aire nacional, está claro que los realities sí son cuestión de vida o muerte: el aterrizaje de los programas de telerrealidad le han dado a la pantalla chica un calor que desconocieron durante el último lustro. Las nuevas pantallas se llevaron a los espectadores, pero de repente, un programa como “MasterChef” podía marcar 25 puntos de rating cada noche. Cifras pre-2015. Está claro por qué, para Telefé, es importante promocionar al show culinario como un gran evento donde se pone en juego todo.
El público, encuarentenado, quizás un poco harto de las noticias, sin deporte en las pantallas, se abrazó a esta narrativa: se fanatizó. El programa se debatía semana a semana, día a día. Había grietas, sin embargo, en la idea de que aquello que se veía era “real”: en medio del escándalo que la rodeó por tirar un plato al piso y dárselo de comer a los chefs, Claudia Fontán y su hermana denunciaron la fuerte edición que operaba en el programa, dándole forma a una narrativa que quizás no había tenido lugar.
En el caso de Fontán, tanto ella como los jurados ya habrían sabido y discutido sobre el plato caído, pero, para las cámaras, se grabó esa devolución, esa confrontación un poco inventada. Era, de alguna forma, hacer sufrir a la competidora para las cámaras: morbo, alimento del rating. “Así son los realities”, dirá más de uno, programas en los que el público suspende la incredulidad por media hora y se abraza a la idea de que aquello es real; programas descartables, con competidores de los que nos enamoramos pero que olvidamos en la próxima edición.
Hay, sin embargo, una alternativa a este sistema: “Nailed It”, reality show culinario de Netflix, es el antídoto perfecto a tanto reality más grande que la vida, a tanto show, a tanto acting. Un reality donde lo que importa es cocinar mal.
El concepto es extraño, al punto de que la productora del envío, Jane Lipsitz, confesó que cuando contaron la idea a la plataforma, no había grandes expectativas de que la aprobaran: la premisa del show es hacer un programa de pastelería donde los participantes no saben cocinar y se les piden estrafalarios postres.
El tono lo pone la conductora, Nicole Byer: una fuerza de la naturaleza, dueña de un humor punzante, una ametralladora de chistes, y una energía imparable que te invita a reírte con ella. Y el experto que la acompaña es idóneo para un reality donde todo sale mal: el ladero de Byers es el prestigioso chef Jacques Torres, una criatura tan entrañable que aún cuando tiene que comer tortas quemadas y crudas, y algunas cosas indescriptibles también, se lo toma con humor e inclusive tratan de buscarle el aspecto positivo a cada preparación.
Es que Torres es una apasionado de la educación culinaria. “Rara vez trabajo con profesionales, me encanta enseñar”, explica quien es decano de un instituto culinario y disfruta de los alumnos que menos saben. Además, dice Torres, la idea de “Nailed It” le encantó porque otros realities culinarios “se toman demasiado en serio, y son falsos”.
Así, frases como “bueno, por lo menos están todos los elementos” o “no tiene tan mal sabor como parecía”, son habituales en Torres ante un desastre culinario: intenta sacar lo mejor de una mala situación. No hay jurados malos, no hay humillaciones, no hay concursantes avergonzados. De hecho, mientras más desastroso, mejor.
Es que “Nailed It” muestra que otra forma es posible. “Es otro sentido de la competencia, donde los que te evalúan quieren que aprendas y tratan siempre de destacar lo bueno: no te están avergonzando, tratan de destacar lo positivo y darte elementos para que entiendas qué hiciste mal”, explica la especialista en educación inclusiva Pilar Cobeñas.
Y destaca que “para la segunda ronda hay un botón de ayuda para todos, y el que peor estuvo, tiene otra ventaja, para que la competencia sea más equitativa. Y es un ámbito donde nadie piensa que eso es injusto, gracias al clima que construyen”. No es un sálvese quien pueda. Y tampoco hay premios enormes, y celebraciones desaforadas. Al final, todos se sacan una selfie, felices como la audiencia.