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ESPECTÁCULOS

Joaquín Sabina, en un documental que se emite en España

En el mismo se descubre a la mujer que inspiró el álbum ’19 días y 500 noches’ y cómo vivió ella sus días junto al cantante

Joaquín Sabina es un pecador no arrepentido, un crápula que no renuncia a serlo y un canalla que alimenta su propia leyenda. Así se ha retratado en sus generosas entrevistas y así sorprende, con su sinceridad, a sus amigos que saben todo y callan mucho. Un documental estrenado este fin de semana por Atresmedia (España)  profundiza en esta vertiente del cantautor de Úbeda que se enamoró de Madrid en 1976, cuando llegó a la ciudad tras la muerte de Franco y vio que allí los colores estallaban después de tantos años de grisura.
A sus fieles no les han importado nunca ni sus excesos, ni sus miedos, ni sus dudas, cuando han aparecido, porque su entrega y la conexión con sus amigos y su público le han dejado libre de culpa ante todos ellos. Unos ni siquiera han protestado cuando tuvo que dejar de cantar ante 15.000 personas atenazado por el miedo o “una hernia de hiato”, como él mismo bromeó tiempo después, (Wizink Center de Madrid 2018); y los otros han sido fieles escuderos de históricas juergas, temores compartidos y confidencias regadas de copas, drogas, música y humo.
“El adjetivo canalla va unido a Joaquín”, afirma en el documental una sonriente Ana Belén que reconoce que sorprende a sus propios amigos cuando después habla sin pudor en las entrevistas de su vida y pensamientos. O cuando su amigo El Gran Wyoming le retrata como “muy desinhibido” y poco identificado con lo políticamente correcto. Son conocidas sus declaraciones sobre que le ha gustado el sexo pagando y frecuentar whiskerías y clubes de alterne. Su defensa de que “todas las drogas deberían ser legales”, y sobre su conocimiento personal con muchas de ellas, especialmente la cocaína. También son históricas algunas de sus juergas: “Es infinitamente generoso. Cuando las liaba, las liaba gordas”, afirma El Gran Wyoming recordando algunos fines de fiesta tras un concierto de Sabina.
Sin embargo, lo más sorprendente del documental es ver y escuchar las declaraciones de Cristina Zubillaga sobre su relación con el músico a finales de los años ochenta. Como venganza a su abandono, Sabina escribió uno de sus álbumes más reconocidos y también una de sus canciones emblemáticas: 19 días y 500 noches. Cristina –“una modelo antimodelo por lo poco que me cuidaba y lo mucho que salía de noche”, según se define ella misma– y Joaquín se conocieron en la discoteca Amnesia de Madrid. Ella reconoce que él se acercó porque le miró hasta la extenuación. La invitó a una copa y continuó la noche. “Aunque esa noche acabamos juntos y hubo mucha química, me gustó su caballerosidad. Hubo sus tiempos, su historia, me llamó mucho la atención lo bien que hablaba... Yo para él era una tía buena, una modelo..., hasta que un día me llamó y me dijo que era algo más...”, cuenta Zubillaga en el documental.
Joaquín Sabina y Cristina Zubillaga en una de las fotografías que aparecen en el documental emitido por Atresmedia.
Lo que para unos era generosidad para Cristina Zubillaga se convirtió en algo muy desagradable. La llave de la casa de Sabina la tenían muchos amigos y cuando ella se levantaba en la que también era su casa durante un tiempo, podía encontrarse con cualquiera entrando y saliendo. “Me levantaba en camisón y ahí estaba un amigo que había entrado con otra amiga para enseñarle la casa de Joaquín. ¡Quería matar a Joaquín!”, recuerda ahora. También descubre el por qué de tanta fiesta casera en aquella época: “Las fiestas las hacíamos en su casa porque Joaquín tuvo un arresto domiciliario y como no podíamos salir...”, explica la exmodelo. “Fue a causa de un accidente con una fan que le acosaba. Creó que ocurrió en Nochevieja y sin querer le dio con un vaso, le denunció y...”, dice la que fue su novia.
Cuando Cristina Zubillaga le abandonó surgieron los temas del famoso álbum, el que Javier Méndez Flores, uno de sus biógrafos, califica como “su disco más coherente”. Ese que le produjo Alejo Estivel, después de que Sabina se lo pidiera tras una conversación en la que el primero le dijo que por qué no cantaba con esa voz rasgada y personal que derrochaba entre sus amigos durante sus juergas de madrugada. La decisión fue un acierto y el principio de muchos años de éxitos con su estilo único y personal. Pero aún quedaba el susto, el más grande, el que llegó en forma de isquemia cerebral en 2001 después de una gira en la que Sabina había dado 165 conciertos en España y Argentina.
Cristina Zubillaga volvió a aparecer entonces en su vida. “Me enteré del ictus y a la hora estaba en el aeropuerto para ir a verlo. Me dio igual quien estuviera. Allí estaba la madre de sus hijas y Jimena, entonces su novia. Me dejaron entrar cuando dije que me iría cuando le viera”, dice.

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