Tal vez el estrés vacacional (parece un contrasentido) comienza cuando comenzamos a planear nuestras vacaciones: buscar alquileres, reservar hotel, bajar los kilos que se aumentaron en el invierno, sin tener en cuenta que uno en un año no sólo engordó sino, además, envejeció y su cuerpo ya no va siendo el mismo. La suma da como resultado que necesitaríamos otras vacaciones para descansar de las que finalizamos.
Un grupo de profesionales de la Psicología y la Psiquiatría, integrantes del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA), en zona Norte del Gran Buenos Aires, ofrecen algunas sugerencias para que las vacaciones no sean motivo de estrés y se las pueda disfrutar en todas sus posibilidades positivas y esplendor.
Estos son algunos tips para que las vacaciones logren su objetivo:
-Lograr colocarse límites a uno mismo y a otros (no ceder frente a las demandas laborales que no respetan el tiempo vacacional).
-Buscar actividades placenteras que generen satisfacción personal y puedan funcionar como “vehículo de descarga” tensional: actividades físicas, sociales, o hasta mentales como juegos de ingenio.
-Mantener una alimentación balanceada, combinándola con el placer de ingerir alimentos diferentes y de sabor agradable, ya que tienden a disminuir los niveles de ansiedad.
-Delegar en otros, desestimando la falsa creencia de que “nadie lo hará mejor ni más rápido que yo”.
-No pretender cambios radicales en la personalidad, “a partir de ahora, dejaré de ser una persona ansiosa y me transformaré en Buda”.
¿Ningún receso?
Estos consejos surgen porque cada vez es mayor el número de personas que sufren de estrés, aun en el receso vacacional.
Para ellos, las vacaciones en vez de ser un momento para relajarse y olvidarse de preocupaciones, pasan a ser todo lo contrario.
Según la licenciada Gabriela Martínez Castro (MN 18.627), directora del CEETA, el estrés no se toma vacaciones, ya que es común observar hoy en día a personas que se estresan más en el receso vacacional que en la abrumadora rutina laboral del año.
“Hoy es más frecuente encontrar pacientes que explican que su problema comenzó durante sus vacaciones, que están nerviosos, angustiados y sobresaltados, tienen taquicardia y problemas para dormir. En ciertos casos, acompañan del relato de una crisis de pánico, como corolario”, explica Martínez Castro.
Según la licenciada, entre los casos más comunes está el trastorno de pánico.
“El estrés que padecen este tipo de pacientes, por no poder descargar la tensión, como lo hacen en la actividad laboral, aumenta el grado de ansiedad y, en consecuencia sufren una serie de síntomas, tanto psíquicos como biológicos”, concluye.
Todo aquel que se toma vacaciones es para descansar, para cortar la rutina anual y darse un verdadero “baño” de diversión, sol, agua, montaña y en familia, porque las vacaciones deben servir para el reencuentro.
Sin embargo, empiezan a surgir “obligaciones” y con ellas el estrés vacacional. El paisaje termina quedando en un segundo plano al momento de descansar. La ansiedad y el vértigo pueden más.
Primero la familia
Las consecuencias del estrés generan peleas con el entorno social, que suele ser el familiar, durante las vacaciones, lo que puede interrumpir el merecido descanso.
Para la psicóloga Martínez Castro, los que sufren estrés en vacaciones son: “Individuos ansiosos, híper exigentes, a quienes les es más sencillo cumplir con sus obligaciones, que dejar de hacerlo”.
Quienes sufren estrés en más de una oportunidad durante el descanso son proclives a más ansiedad. El hecho de “parar” con la actividad, les quita la descarga habitual, que es su trabajo.
Según los historiadores, las primeras “vacaciones” nacieron hace casi 80 años con la institucionalización de la semana laboral de 40 horas.
La necesidad humana de descansar de la rutina se explica en la existencia misma del vocablo “vacación”. Deriva del latín vacatîo o vacatîonis, y se refiere al descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios, según cita el Diccionario de la Lengua Española.
El primer gesto gubernamental de que el trabajo exhaustivo merecía una recompensa se dio el 11 de julio de 1936, cuando el socialista francés León Blum instituyó en Francia la semana laboral de 40 horas.
El escenario político y social de ese país, ante la acometida nazi, era entonces muy complejo; la política social de Blum despertó el optimismo de los trabajadores.
Los empresarios, que temían el estallido de una revolución socialista, negociaron con el gobierno, y el 20 de julio de ese mismo año, el parlamento otorgó a los trabajadores 15 días de vacaciones pagadas.
A ello se sumó un descuento en el “boleto de vacaciones anuales” para el ferrocarril, transporte que movilizó a los primeros 600 mil trabajadores turistas de la historia.
Un año después, en 1937, la cifra se triplicó. El efecto social fue tal que en septiembre de 1936, una dama escribía así: “Gracias, señor Blum, por haberme permitido, a los 61 años, ver el mar al menos una vez en mi vida antes de morir”.
El 10 de diciembre de 1948, en el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el derecho a las vacaciones fue consagrado: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”.
Ese aliento trajo también una nueva visión sobre el ocio, que a lo largo de la historia se había satanizado como sinónimo de pereza.
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