None

Saber despedirse es aprender a estar vivo

¿Cuántas veces en nuestro cotidiano nos permitimos una pausa? ¿Cuán a menudo nos damos la oportunidad de recibir un momento silencioso, en donde sólo seamos absorbidos por el instante, deleitados por él y en él; gozando de su plenitud y perfección? Así como esa pausa suele resultar bastante desconocida en nuestro diálogo mental, así como el vacío nos resulta lejano en nuestro adentro e, incluso, hasta atemorizante; también atiborramos nuestro afuera de objetos, personas, actividades y falsas necesidades.
¿Qué hay detrás del acto acumulativo? ¿Qué acción refleja, qué escape, significa el atesoramiento de cosas que ya no utilizamos, de personas que ya no nutren nuestro ahora, de recuerdos que no aportan a nuestro presente –sino que nos alejan de él-, de deseos que no conducen a nada, más que a alimentar la cadena de falsa necesidad, sin jamás permitirnos sentirnos satisfechos?
Para nutrir la vida, hay que rodearse de ella. Alimentarse de lo que late, lo que vibra, lo que nace, lo que está en movimiento. De aquello que nos inspira con su presencia; ayudándonos a estar despiertos y creativos; conscientes y agradecidos.
Permitirnos, en el cotidiano, un momento de reconocimiento y reencuentro con nuestra verdad, observando qué de todo lo que nos rodea ya no dispensa vida, y atreviéndonos a dejarlo ir, para que siga su curso. Liberándonos uno del otro, agradecidos por el encuentro; ha de ser un muy buen hábito a incorporar. “Para que el aire circule, es necesario que un espacio se abra. Para que la vida brote, ha de haber un sitio que la reciba”, y así habremos de darnos cuenta que al liberar lo viejo, no estaremos perdiendo nada, sino al revés. Estaremos dando lugar a la providencia, para que se manifieste con la misteriosa y creativa novedad de un nuevo encuentro, de un nuevo inicio, de una nueva presencia, que nos permita descubrir otras formas de nosotros mismos: manteniendo viva la mutable danza del camino de nuestros días.

COMENTARIOS