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Tras las huellas de “Don Ata” en Agustín Roca

Héctor Roberto Chavero Haram nació el 31 de enero de 1908 en la provincia de Buenos Aires, precisamente en el paraje conocido como Campo de la Cruz, y fue registrado en Pergamino, ciudad distante a 30 kilómetros de allí. Su padre era originario de la ciudad de Loreto, ubicada en la provincia de Santiago del Estero, y tenía sangre quechua. Su madre era vasca española. 
Los primeros años de su infancia los pasó en Agustín Roca, donde su padre trabajaba en el ferrocarril y se dedicaba además a la doma de caballos. 
En sus inicios musicales (a los seis años) estudió violín con el padre Rosáenz, el cura del pueblo, para luego mudarse a Junín donde comenzó a tomar clases de guitarra con el concertista Bautista Almirón, quien sería su único maestro. Inicialmente, Roberto Chavero, vivió en la casa de Almirón pero posteriormente regresó al pueblo de Roca y viajaba 16 km a caballo para continuar los estudios en Junín donde empezó a descubrir la música de Sor, Albéniz, Granados y Tárrega, y las transcripciones para guitarra de obras de Schubert, Liszt, Beethoven, Bach y Schumann.
En Roca sus días transcurren entre los asombros y revelaciones que le brinda la vida rural y el maravilloso descubrimiento del mundo de la música, al que se acerca a través del canto de los paisanos y el sonido de sus guitarras: "(...) mientras a lo largo de los campos se extendía la sombra del crepúsculo, las guitarras de la pampa comenzaban su antigua brujería, tejiendo una red de emociones y recuerdos con asuntos inolvidables. Eran estilos de serenos compases, de un claro y nostálgico discurso, en el que cabían todas las palabras que inspirara la llanura infinita, su trebolar, su monte, el solitario ombú, el galope de los potros, las cosas del amor ausente. Eran milongas pausadas, en el tono de do mayor o mi menor, modos utilizados por los paisanos para decir las cosas objetivas, para narrar con tono lírico los sucesos de la pampa. El canto era la única voz en la penumbra (...) Así, en infinitas tardes, fui penetrando en el canto de la llanura, gracias a esos paisanos. Ellos fueron mis maestros. Ellos, y luego multitud de paisanos que la vida me fue arrimando con el tiempo. Cada cual tenía 'su' estilo. Cada cual expresaba, tocando o cantando, los asuntos que la pampa le dictaba" ("El canto del viento", I). 
Y la guitarra será un amor constante a lo largo de toda su vida. Luego de un breve y fracasado intento con el violín, comienza a tomar clases de guitarra con el maestro Bautista Almirón, y allí queda marcado a fuego su destino y su vocación. Descubre, además, la existencia de un vasto repertorio que excedía los temas gauchescos. 
"Muchas mañanas, la guitarra de Bautista Almirón llenaba la casa y los rosales del patio con los preludios de Fernando Sor, de Costes, con las acuarelas prodigiosas de Albeniz, Granados, con Tárrega, maestro de maestros, con las transcripciones de Pujol, con Schubert, Liszt, Beethoven, Bach, Schumann. Toda la literatura guitarrística pasaba por la oscura guitarra del maestro Almirón, como derramando bendiciones sobre el mundo nuevo de un muchacho del campo, que penetraba en un continente encantado, sintiendo que esa música, en su corazón, se tornaba tan sagrada que igualaba en virtud al cantar solitario de los gauchos" ("El canto del viento", II). 
Sus estudios no pudieron ser constantes ni completos, por diversos motivos: falta de dinero, estudios de otra índole, traslados familiares o giras de concierto del maestro Almirón, pero como él mismo señala estaba el signo impreso en su alma, y ya no habría otro mundo que ése: ¡La Guitarra! "La guitarra con toda su luz, con todas las penas y los caminos, y las dudas. ¡La guitarra con su llanto y su aurora, hermana de mi sangre y mi desvelo, para siempre!" ("El canto del viento", II).

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