Si bien nadie duda de que las fantasías cumplen un rol clave durante la infancia, existen aún algunas discrepancias sobre si hay que alimentarlas o no. El enterarse por boca de sus compañeros de grado sobre la verdadera identidad de Papá Noel le generó a Francisco (8) una reacción de mucha bronca, pero a sus papás todavía no les quedó claro si el enojo del chico fue por haber quedado como un ingenuo ante sus compañeritos o por haber perdido una vieja ilusión alimentada durante la niñez. Como los de Francisco, son muchos los padres que tras haber alimentado durante años la creencia de sus hijos en Reyes o en Papá Noel, llegado cierto punto, no saben muy bien cómo actuar: si esperar a que los propios chicos lo descubran por su cuenta o contarles de una vez toda la verdad.
Según Jorgelina Woolley, profesora de psicología especializada en niñez, la investigación sobre los beneficios de creer en Santa Claus específicamente es escasa, pero hay estudios que indican que tener una imaginación muy viva puede tener algunos beneficios para los niños.
La especialista señala que los trabajos de la psicóloga Marjorie Taylor, en el Laboratorio de Investigación de la Imaginación en la Universidad de Oregon, indican que los niños que llevan unas vidas ricas en fantasías, como tener un amigo imaginario, tienen mejores habilidades sociales que los demás niños, porque quizás les proporcionan oportunidades adicionales para experimentar pensamientos y emociones.
Según Woolley, sólo hay un estudio reciente sobre las fantasías infantiles de Papá Noel, el titulado “Encounter with reality: Children’s reactions on discovering the Santa Claus myth”, de los psicólogos Carl J. Anderson y Norman M. Prentice, que sugiere que, en primer lugar, la mayoría de los niños no resultan desolados del todo al descubrir la verdad y, en segundo lugar, que cualquier malestar emocional que puedan sufrir debido a ello, es de una duración extremadamente corta.
Según este trabajo, en general los niños descubren la verdad por su cuenta a los siete años de edad y experimentan reacciones sobre todo positivas ante este descubrimiento y el aprendizaje que implica. Sin embargo, los padres se describen a sí mismos como predominantemente “tristes”, en respuestas al hallazgo realizado por sus hijos, según revela esta investigación.
Para la psicóloga clínica Susana Carro Mangone, el hecho de que en muchos países se les diga a los niños que Papá Noel, así como los Reyes Magos, les traerán regalos por Navidad es una tradición cultural que se debe mantener “hoy más que nunca, para permitir organizar en el ámbito familiar un momento de ilusión, anhelos y expectativas, que sabemos que han dejado su huella en el recuerdo”.
Respecto de los posibles beneficios psicológicos y emocionales de esta costumbre para los pequeños, Carro señala que “lo particular de esta tradición es el hecho de que permite trasmitir unos valores éticos y humanos que están más allá de la única y exclusiva satisfacción de los deseos”.
¿Por qué los padres alientan o admiten esta fantasía para sus hijos? ¿Es conveniente que lo hagan? Para Carro, “la vida de los seres humanos se teje de múltiples hilos, no solo de lo evidente. Los sueños y las fantasías que están presentes en los niños y también en los adultos constituyen el magma de las creaciones más apreciadas de la cultura”.
Según esta experta, además, las imaginaciones “son muy necesarias, sobre todo en los niños, para su desarrollo y maduración, porque de estos sueños y fantasías surgen soluciones a los enigmas de la vida que estarán presentes a lo largo de su existencia adulta”.
¿Los pequeños emiten señales de que ha llegado el momento de decirles la verdad? Según coinciden los especialistas consultados, “los niños siempre dan indicios a los adultos de que están en el camino de descubrir la verdad y es fundamental acompañarlos y adaptarnos en este proceso, a su necesidad de saber. El propio niño nos indicará con sus acciones, cuándo y cómo decirle la verdad”.
Este proceso “normalmente está vinculado siempre a conductas de mayor autonomía, de sentirse mayor, de compartir algo con los mayores y nunca debe estar asociado con una pérdida o un castigo”, se agrega.
Algunos psicólogos, como Woolley, recomiendan a los padres que ayuden a sus hijos a que descubran la verdad por si mismos, permitiendo que vean “por casualidad” cuando ponen alguno de los regalos de Reyes, o escribiendo los rótulos con su propia letra, en vez de disimularla para que parezca la de los personajes bíblicos.
De cualquier manera, si las figuras de los Reyes y Papá Noel encierran la fantasía de todo chico de ser mimado por figuras omnipotentes capaces de cumplir con sus deseos, el descubrir que esas figuras son una invención sostenida por sus padres supone un doble desengaño: el hecho de que no existan y el de haber sido víctima de una mentira por parte de quienes se supone que dicen la verdad. ¿Cómo conviene entonces manejar la situación? “Tal vez lo más recomendable sea que cada padre busque la respuesta en su propia historia; que cada quien trate de recordar cómo lo vivía cuando era chico y cómo se sintió al enterarse de la verdad. En mi caso mi postura ha sido no mentirles a mis hijos porque creo que los chicos sufren después una fuerte decepción”, apuntan los expertos, quienes ubican el momento de quitar el manto de la fantasía entre los seis y siete años de edad, casi al final del primer grado, porque es ahí, se explica, cuando empiezan a leer y escribir y los chicos entran en una etapa de mayor razonamiento e indagación. Con todo, se asegura, decir la verdad no implica necesariamente poner fin al juego y la ilusión. “Uno puede explicarles que si bien Papá Noel y los Reyes Magos no son personas reales son parte de una tradición; que a través de ellos los padres expresan el deseo de cumplirle los deseos a sus hijos; y que, aún cuando no sean personas reales, uno puede seguir jugando a escribirles una carta y disfrutar con la expectativa de los que nos van a traer”.
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