OPINIÓN

A 30 años de una nueva era en la historia del país

Hace treinta años estábamos abriendo las puertas a la democracia. La recibíamos después de haber vivido los más oprobiosos momentos de nuestra historia, marcada por la ruptura institucional de la república, la implantación de una represión política e ideológica criminal, con el país económicamente arrasado, la cultura y la libertad de expresión sofocadas. Y con una sociedad herida, enfrentada y sometida por el terror del régimen militar que se había impuesto en 1976, en el contexto de una desatada subversión homicida y del accionar de los grupos irregulares de las tres A.
Era un momento fundacional. Era la búsqueda para la consolidación de la democracia, como prefería expresarse el doctor Raúl Alfonsín.
“Consolidación -nos decía- no podía evocar en la Argentina ideas de conservación, de respeto al statu quo, ni sólo de restauración; debe evocar, al contrario, cambios, transformaciones, innovaciones... lo que exige imaginación, voluntad de crear” entre todos.
Su proyecto fue el de una nación dirigida hacia el futuro, construida sobre la paz y la armonía.
En un juicio se condenó a los responsables de las Juntas, acusados de “terrorismo de estado”, a varios altos jefes militares y al máximo responsable de la subversión guerrillera, siendo un ejemplo en el mundo y poniendo fin a 170 años de amnistías producidas en el país.
Se aprobaron y ratificaron los Convenios Internacionales de Derechos Humanos, y de Derechos Económicos y Sociales, que tuvieron luego rango constitucional en la reforma de 1994.
Ya en enero de 1984 se firmó el tratado de paz y amistad con Chile, que terminó luego con los conflictos limítrofes existentes. Se reclamó el derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas sobre la base de la Res. 2065 de Naciones Unidas obtenida durante el gobierno del Presidente Illia. Firmó el Tratado de Cooperación y Desarrollo con la República de Brasil, que sentó las bases del Mercosur.
Integró la reunión de “Paz y Desarme” del Grupo de los Seis,  realizada en enero de 1985 en Nueva Delhi, en la que se alegó contra todos los medios de destrucción del hombre, incluidas las acciones de la sociedad contra el propio planeta, y se convocó a todas las naciones del mundo a “ganar la batalla por la vida”.
Mirando hacia el futuro propuso el traslado de la Capital Federal para empezar a corregir las graves deformaciones que presenta la distribución de la población.  La nueva capital, la descentralización de las actividades y un reforzamiento de las capacidades potenciales del resto del país, debían generar las condiciones para el reforzamiento del federalismo y los desarrollos regionales. La caída del proyecto es una resignación al “statu quo” y el miedo al cambio, y tiene como consecuencia una parálisis para reflexionar y encarar este fenómeno con la determinación que hace falta.
La creación del Consejo para la Consolidación de la Democracia y su análisis sobre la conveniencia de una reforma constitucional, que concretada en 1994 nos dio un instrumento necesario para un país que había crecido y transformado en los ciento cuarenta años transcurridos desde su primera constitución. Además de los nuevos contenidos, la difícil decisión de su oportunidad impidió la violación del artículo 30 respetando las mayorías establecidas para una reforma constitucional y el proyecto de reelección permanente que se ponía en juego.
El Presidente Alfonsín fue un hombre visionario, que amó su patria a la que le dedicó su vida.
Entregó el gobierno a otro presidente electo y de distinto signo político, lo que sucedía por primera vez y se producía luego de 61 años de la última transferencia democrática en 1928.
“La tarea principal que nos encomendó el país en 1983 fue construir una democracia”, escribió Alfonsín en su libro “Memoria política” en 2004.
Y él cumplió plenamente.


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