Por el repliegue de todos los caciques provinciales peronistas a sus terruños para atender sus propios intereses electorales en este año, la disputa entre Axel Kicillof y Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires adquiere connotaciones nacionales como hace rato no se ven. Es un tironeo de liderazgo que excede lo bonaerense y todos los actores lo saben. La expresidenta está ducha en estas cuestiones. El Gobernador es un iniciado pero tiene escuela: precisamente la del kirchnerismo duro, que hoy se le opone.
La pelea excede lo electoral, que es la forma de presentación del duelo en el ámbito provincial en esta etapa. Primero fue la fecha de las elecciones distritales; luego el desdoblamiento; ahora los plazos electorales. El fondo: la definición de una nueva jefatura para la que sólo hay una poltrona.
“Una extorsión”
Horas atrás, un teniente del kicillofismo, el ministro de Desarrollo para la Comunidad Andrés “Cuervo” Larroque usó una expresión maldita para referirse al actual estado de cosas entre el kirchnerismo duro (Cristina, Máximo Kirchner, La Cámpora) y la tropa del Gobernador (parte de su gabinete, unos 40 intendentes, un puñado de legisladores provinciales). Dijo que ellos eran víctimas de “una extorsión”. Según la Real Academia Española: “La presión que se ejerce sobre alguien mediante amenaza para obligarlo a actuar de determinada manera y obtener así dinero u otro beneficio”.
La figura semántica es tan fuerte que hasta dejó un poco disminuido el giro que usó Mauricio Macri para referirse a los dirigentes del PRO que quieren irse con Milei, pelea que se da en el otro extremo del arco político: dijo que los violetas compraron a los amarillos.
¿La amenaza referida por el Cuervo contra Axel sería algo así como: “Si no acatás, podemos ir divididos y perdés la Provincia”? ¿O alude a lo que eso supondría para los dos últimos años de gestión kicillofista en Buenos Aires, alegoría de un calvario? Detalles que no se especificaron.
Literalmente la amenaza extorsiva sería lo que siente hoy Kicillof, detallan en su entorno. Explicado: que sufre una ofensiva de su exmentora basada únicamente en el objetivo de que la gente de Cristina, que ya no es su gente, obtenga la mayor tajada posible de la elección de medio término, convocada para el 7 de septiembre en la Provincia. Lo que implica una suerte de desdén hacia los objetivos políticos estratégicos del propio Gobernador, quien piensa en un proyecto presidencial propio sin la tutela de la exmandataria al estilo de lo que fue la candidatura de Alberto Fernández pero, si fuera por él, tampoco enfrentándola.
Para Kicillof, esta pelea con su exmadrina partidaria es bastante traumática no tanto por la eventual opción al matricidio político -si no quedara otra- sino porque, en rigor, ellos dos no tienen grandes diferencias conceptuales, ni ideológicas, ni económicas.
Pero Kicillof, ganándose el respeto de buena parte del PJ bonaerense que arrastra una historia de descontento con Cristina y ve en él una posibilidad de reciclaje, ya ha llevado su pelea con la dama y su hijo a una instancia tal vez de no retorno, si pretende seguir fortaleciendo su ejercicio de liderazgo incipiente. Acaso ya no pueda quedarse a medio camino de su cruzada y menos retroceder, si pretende consolidar su situación de fuerza.
Se sabe en política: no hay nada peor que tirar sobre la mesa un desafío y después retroceder. El reto de Kicillof fue la obligación de que el cristi/camporismo/massismo (Sergio Massa integra la alianza oficialista en la Provincia) lo asuma como un par, ya no como un delegado. Eso implica voz y voto en las negociaciones, igualdad a la hora del reparto de candidaturas, reconocimiento de un liderazgo provincial, sobre todo desde que Kicillof logró la reelección en medio de la ola violeta que llevó a Javier Milei a la Casa Rosada, con un Massa derrotado a nivel nacional.
Esto último, por cierto, no estaría pasando. Hay una horda de peronistas que no ven al Gobernador como su jefe porque sólo reconocen el liderazgo de Cristina y creen que él le debe a ella todo lo que tiene. Kicillof pelea por la reformulación de esa lógica y por eso explora una cierta diferenciación.
“Estrés político”
El politólogo Gustavo Marangoni, en diálogo con este diario, agrega un detalle a esa puja de liderazgos: “Axel tiene una dificultad objetiva para eso: hasta ahora, comparte el mismo electorado con Cristina. Eso le genera un estrés político porque los que opinan positivo de él, también lo hacen de ella. Y a la inversa”. Se refiere, claro, a electores comunes, no a la militancia dura súper estructural de ambos actores, que se guían por otras cuestiones. Es un tema para trabajar desde la Gobernación.
Marangoni abona lo que piensan varias fuentes kicillofistas consultadas por este diario, citadas anteriormente: que el Gobernador llevó la pelea a una instancia de conflicto en la que lo peor ahora es que recule, que se ablande. Que resigne aspiraciones. Porque eso podría hacerle perder el respeto de los propios e incluso de los ajenos (el peronismo no K, parte del radicalismo), que lo estarían viendo como un interlocutor a futuro más potable que la expresidenta.
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