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RECORRIENDO LOS BARRIOS

Vecinos de Campo La Cruz dicen que es uno de los lugares más postergados de Junín

A sólo cinco kilómetros del centro de nuestra ciudad se encuentra esta reserva de la comunidad Mapuche, que afronta grandes carencias, sobre todo en lo que respecta a servicios básicos como el agua, la electricidad y vivienda.

Los principales problemas que afrontan hoy los habitantes de Campo La Cruz, una comunidad Mapuche situada a sólo cinco kilómetros del centro de Junín, donde viven actualmente 32 familias, pasan por las deficiencias de infraestructura y la falta de apoyo del estado municipal, según cuentan sus vecinos.
De hecho, no hay agua potable, el tendido eléctrico es tan precario como peligroso y las viviendas son muy humildes, con falencias de todo tipo. “Encima hay familias que están pagando facturas de mil pesos de luz”, afirmó a este diario Miguel Huechuqueo, un defensor de la comunidad, que además es vocero del pueblo Mapuche por la provincia de Buenos Aires, elegido en parlamento y suplente del Consejo de Participación Indígena (CPI).  
Unos 400 metros antes de llegar al Campo La Cruz ya se siente el olor del barro cocinándose en los hornos de ladrillos, la principal actividad de los pobladores de este paraje.
A poco de andar, se comienza a advertir un puñado de precarias viviendas esparcidas de manera caprichosa entre las 106 hectáreas que, según cuentan los lugareños, fueron donadas por el general Roca.
 “Se han ido muchos en el último tiempo, los muchachos por ahí se agencian de algún trabajo y acá queda muy apartado, entonces consiguen algo en Junín y acá se va quedando medio vacío”, se lamentó Patricio Rosa, un “histórico” del lugar.
De esta manera, la desolación fue ganando un espacio cada vez mayor y las penurias se fueron haciendo más palmarias.

Ausencia del Estado

A pesar de que se trata de un área semirrural, los habitantes reclaman contar con agua corriente, un servicio esencial. De los servicios básicos, solamente cuentan con electricidad, aunque no todos se sirven de ella, como el caso de los hermanos Isidro y Norberto Sosa: “Necesidades hay muchas, uno porque se acostumbró a vivir así. Acá en nuestro rancho no tenemos ni luz, nos alumbramos con una vela y nos calentamos con una estufa a leña”.
Es que dadas las circunstancias, la leña resulta un elemento omnipresente que se ve en todas las casas.
Campo La Cruz es un sector con muchas carencias, en donde la ausencia del Estado es notoria. “Vienen cuando hay que votar -señala otro residente, Oscar Rosa-, hacen promesas y después no se ve a nadie más, lo que tienen que traer es mercadería, que es lo que se necesita para los chicos”.
En cuanto a la infraestructura, hay una unidad sanitaria en la que atiende una médica tres veces por semana, aunque los vecinos se quejan porque desde que se rompió la bomba no tienen agua.
Además, no entienden por qué se llevaron el teléfono público que había allí, que era muy útil para la gente del lugar.
En esta zona también está enclavada la Escuela N° 26, donde hacen la primaria los chicos de Campo La Cruz y los de otros barrios, que son traídos por un utilitario.
Para hacerlo, el vehículo debe atravesar las calles del lugar, en donde se ve una ostensible falta de mantenimiento. “Los caminos son un desastre, por ahí hacen algo en Alberdi, pero en los interiores no se puede transitar, la ‘Champion’ debe hacer dos años que no pasa”, sintetiza Oscar Rosa.

Tradición mapuche

La mayoría de los residentes del Campo La Cruz son descendientes de mapuches, aunque muchos lamentan que, de a poco, se estén perdiendo las tradiciones de esta comunidad ancestral.
Entre los que se esfuerzan por sostener, de algún modo, ese legado, se encuentran los hermanos Norberto e Isidro Sosa.
Es que hasta hace pocos años, cuando aún vivía su padre, en su casa se hacían las Juntas Mapuches, que eran encuentros con representantes de distintas ciudades que confluían en este lugar para mantener vivos los lazos con sus costumbres.
Aún hoy, Isidro hace algunas “curaciones” a partir de los conocimientos que aprendió de sus antepasados. “Yo curo a los chicos de lo que venga, las quemaduras, las muelas, la pata de cabra, la ojeadura, la culebrilla”, enumera.
No obstante, aclara que cura “hasta donde Dios dice, no hasta donde yo quiero” y siempre aconseja concurrir al médico.
En tanto, Olga García cuenta que en pos de mantener el vínculo con su cultura, realizó viajes en el último tiempo a otras ciudades, como Olavarría o Bahía Blanca, para participar de distintos encuentros de mapuches.
Pero más allá de estos casos particulares, la mayoría de los lugareños coincide en que las tradiciones se fueron perdiendo producto del paso del tiempo y del establecimiento de gente en el lugar que no tiene nada que ver con la cultura mapuche.
Olga, que es la presidenta de la sociedad de fomento, asevera que “acá vino gente que se instaló, pero ahora no permitimos más eso porque esto es una comunidad; como sociedad de fomento ya tenemos la personería jurídica, y por eso no queremos que alguien que no pertenezca a esta comunidad se asiente acá”.

Los hornos

Desde hace muchos años, los hornos de ladrillos fueron -y siguen siendo- la principal actividad que se desarrolló en el Campo La Cruz. Pero como consecuencia del descenso poblacional que se viene dando en el último tiempo, también decreció la cantidad de hornos: actualmente hay siete en funcionamiento.
Uno de los más chicos es el que tiene Oscar Rosa, que en verano hace más de 15 mil ladrillos por mes, mientras que en invierno su producción baja a la mitad.
Es que la humedad de esta época conspira contra el secado de los ladrillos. “En el verano vos cortás a la mañana y a la tarde ya están para apilarlos, pero en el invierno por ahí tenés que esperar 4 o 5 días”, grafica Rosa.
A pesar de ser un trabajo muy duro y no tan rentable, sigue siendo lo que más se ve en esta zona. “Es lo único que sabemos hacer”, dicen.
De hecho, hace cuatro años se generó un conflicto por una ordenanza municipal que declaraba a este lugar como zona protegida, área ecológica y patrimonio cultural, por lo que se prohibía la extracción de tierras para los hornos.
Luego de contiendas judiciales, mediáticas y hasta personales, los hornos continúan humeando.
“Acá hay muchachos que toda la vida vivieron de esto así que si se les sacan los hornos, no se sabe qué se puede hacer”, explica Patricio Rosa.
“Tienen lo principal para construir sus viviendas, los ladrillos. El municipio debería acercarles arena y después los techos se consiguen o se compran, acá todos trabajan”, afirmó Huechuqueo.

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