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PERSONAJES DE NUESTRA CIUDAD

Raúl “Pato” Lucero: “Sueño con que todos los barrios tengan su carroza o comparsa”

Su lucha por reposicionar al carnaval como un atractivo de masas lo llevó a convertirse en una de las figuras más populares de la ciudad. En esta entrevista, el murguero habla de su familia, su infancia y su vida.

Si. Es el séptimo de ocho hermanos, pero la leyenda del “Lobizón” no es aplicable a su caso porque seis integrantes de ese clan son mujeres. De todas formas, como si algo de aquel espíritu que transforma a los hombres invadiera sus genes, confiesa que las noches de luna llena en cierto sentido son las que más lo trasmutan a ese estado de fiesta y algarabía por el que se hizo famoso hace ya más de una década.
Se trata de Raúl Héctor Lucero, conocido en los arrabales de la ciudad como “El Pato”. Nació el 18 de septiembre de 1968 en Rufino, provincia de Santa Fe. Sin embargo, su precoz llegada a nuestra ciudad, ocurrida cuando tenía dos años, lo hacen sentir un  juninense de toda la vida.
Entrevistado por DEMOCRACIA, el creador de la murga “Los Saltimbanquis del Fortín” y uno de los más fervorosos defensores del espíritu carnavalesco habló de su perfil más desconocido. Sus padres, la infancia, los estudios no concluidos, la vida amorosa y, por supuesto, su ligazón inquebrantable con la danza callejera fueron los elementos que permitieron obtener un perfil más desarrollado de este personaje que sigue escribiendo su historia.

Casi un juninense más

“El pato” recaló en Junín cuando tenía dos años, como consecuencia de una mudanza forzosa que debieron realizar sus padres. “Mi viejo, Héctor Raúl Lucero, es nativo de Villa Mercedes (San Luis) y mi vieja, Rosalinda Fernández, de Vicuña Mackena (sur de Córdoba) y cuando se conocieron empezaron a venir a la provincia de Buenos Aires, hasta que llegaron a Junín, se enamoraron de este lugar y se quedaron a vivir acá. Influyó mucho el hecho de que su padre fuera empleado ferroviario. El auge que tenía la actividad en ese momento permitía que al desembarcar en un lugar donde el ferrocarril acaparaba gran parte de la mano de obra uno se inserte en el mercado laboral sin problemas”, relató Lucero, en el inició de la charla desarrollada en la sociedad de fomento del barrio San Cayetano, donde los sábados cursa los estudios secundarios.
Ya radicado en suelo juninense, su infancia transcurrió en el barrio Larrory, más puntualmente en calle Betancourt y Alberdi. Por aquel entonces esa era una zona semipoblada, en crecimiento, que se nutrió de habitantes en los últimos años con la construcción de un complejo de viviendas correspondiente al Plan Federal.
“Lo que se hacía después del colegio era ir a la cancha de pelota a paleta de “El Viejo Bar” y además jugábamos a cosas que hoy ya no se ven tanto, como hacer kartings con bolilleros, agarrar la honda y salir a cazar al Campo La Cruz. La consigna era pasar el día fuera de casa”, rememoró.
Sobre las excursiones hacia las afuera del casco urbano relató que “nos llevaba Ramón Arce, un viejo amigo, papá de uno de los chicos que jugaba con nosotros, que tenía un colectivo. Dentro de un grupo de chicos que eran de clase media para abajo, el hijo de Ramón era el más pudiente y se encargaba de sacar a pasear a quince o veinte chicos los sábados a la tarde. También se fijaba el comportamiento que teníamos en la semana, entonces tratábamos de portarnos bien para que nos llevara. Viajar a Saforcada a cazar ranas era lo más”.

Pasión hereditaria

“Mi viejo ya traía consigo el amor por la murga. Es un bien de familia. En los corsos de los años setenta en calle Roque Sáenz Peña se quedaba con todos los premios principales. Yo era muy chico, pero de esas noches no me voy a olvidar nunca porque me marcaron a fuego”, confesó “El pato”.
Ahora, ¿cómo se forma una buena murga? Para Lucero, tiene que haber compañerismo entre los integrantes, ya que cada compañía es “como una familia”. “Para participar, una persona tiene que contar con ganas de divertirse, contagiar alegría para arrancarle una sonrisa a las personas que nos están mirando, que es el objetivo. Si lograste eso te podés ir contento a tu casa. No todos tenemos el mismo nivel artístico, porque el que canta bien no baila tanto, o el que toca bien percusión no canta ni baila, pero la murga es eso, compatibilizar las aptitudes de cada uno de los componentes y tratar de que lo que se exhibe sea armonioso”, consignó.

La creación de “Los Saltimbanquis”

Su salto de bailarín a conductor de una murga fue con “Los Saltimbanquis del Fortín”, hace once años. Si bien venía animando fiestas solo, con el nombre de la comparsa de su papá (“Luces de mi ciudad”), por marketing empezó a cambiar el nombre de la agrupación hasta que llegó el momento de “Los Saltimbanquis”, que por ese entonces creció bajo el ala de la Dirección de Cultura de la Municipalidad.
“Esos cinco años fueron muy buenos, tanto que a pesar de no estar bancados por el gobierno oficial las raíces quedaron y eso les permite sobrevivir”, aseguró.
Respecto de la cantidad de integrantes que debe poseer una murga con ambiciones de trascender en el tiempo, señaló que “mientras más seamos, mejor. Por ejemplo, me ha tocado ir a corsos en donde por contrato les tenés que especificar la cantidad de integrantes que vas a llevar y para asegurarte, por miedo a que te falle alguno, le decís que te presentás con 45. Después resulta que quizás aparecés con 60 miembros. La murga lo que tiene es eso, que algunos lo toman como obligación y otros no tanto”.
“En cuanto a lo monetario, lo que mayor dividendo deja es la asistencia a fiestas privadas.  Más si le incorporás instrumentos de viento. Estamos viajando a pueblos y ciudades de la región”, agregó.
Respecto a la aceptación del público, recordó que “cuando arrancamos, hace diez años, nos miraban de reojo, era como imponer algo que se había corrido de la ciudad y hubo que remarla demasiado. Una vez no me aceptaron en un trabajo porque era comparsero y murguero. Yo tenía pelo largo y me lo tuve que cortar para que me dieran el puesto, pero estuvimos dos meses a las vueltas”.
“Después eso empezó a cambiar y hoy somos aceptados en todos lados. Creo que eso se logró entre todos, incluso desde las instituciones escolares, porque hay muchos jardines de infantes donde se está inculcando la danza de la murga”, añadió.

Su otro mundo

Que es divorciado, que tiene un hijo de 24 años llamado Alan y que en la actualidad se encuentra en una relación amorosa son los únicos datos referidos a su ámbito más privado que Lucero puntualizó en esta entrevista.
Por lo demás, reveló que fuera del mundo de la danza y el carnaval, se dedica a la construcción. “Soy albañil, plomero, gasista, menos electricista. Un tipo normal que trabaja todo el día, que tiene a la murga como recración y que ahora estudia con el fin de terminar el colegio secundario”, detalló refiriéndose a sí mismo en tercera persona.
Hoy Lucero también acude los sábados a un curso semipresencial que permite culminar la enseñanza media a los adultos que no pudieron concretar esa etapa en su momento.  “Había abandonado cuando iba a tercer año en la Escuela Industrial. Mi viejo me quería matar en ese momento, pero era más fuerte la calle que yo. Así que era una cuenta pendiente con mi padre”, manifestó.       

El gran objetivo

El gran objetivo de Raúl “Pato” Lucero es que “en Junín se instaure el corso como algo oficial y que cada barrio tenga una carroza o una comparsa. Eso genera un movimiento que incluso sacaría a los chicos de la calle, porque el armado de una carroza te lleva cinco meses y si a eso se lo incentiva con premios a las mejores producciones, muchos jóvenes no dudarían en sumarse a proyectos de ese tipo. Creo que poco a poco esa parte la vamos ganando”.
Con esa expectativa, que espera seguir fortaleciendo hasta hacerla realidad dentro de un par de años, al mismo tiempo Lucero alimenta cada día la ilusión de que las futuras generaciones tomen la posta de la pasión por el ritual carnavalesco. “Sería el hombre más feliz”, aseguró. 

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