None
ESTO QUE PASA | ANÁLISIS POLÍTICO DE LA SEMANA

Más allá de la hojarasca y la retórica, los votos

La agitación, desmesurada y fatalmente estéril, por el fallo de la Corte sobre la ley de medios, pasará, más temprano que tarde. Su impacto se irá diluyendo, más allá de que el grupo gobernante quiera aferrarse a ella como si hubiera sido la mágica herramienta de su fortalecimiento irreversible. Pero los millones de ciudadanos que votaron el domingo ejecutaron una acción que no se diluirá. Un examen detenido de lo que produjo la voluntad popular pone en escena, negro sobre blanco, los elementos de auténticamente novedosos de la etapa abierta.

CURIOSIDADES

Es divertido empezar por Morón, el bastión de Martín Sabbatella cuando el entonces intendente recibía gustosamente premios y halagos de Clarín. Fogueado en las compactas filas de la Federación Juvenil Comunista, Sabbatella prosperó políticamente en su distrito desde que Morón se subdividió por la ley provincial 11.610 de 1995, al instituirse los partidos de Ituzaingó y Hurlingham.
Se quedó con 55,6 km2 y 321.109 habitantes, repartidos en Castelar, El Palomar, Haedo y Villa Sarmiento, además de Morón. Lo que le sucedió el domingo 27 a Sabbatella en Morón fue devastador: Sergio Massa ganó por 44.04% contra 27.46% de Martín Insaurralde. Eso sería lo de menos, podría decirse que es un gajo más del tsunami anti K a nivel nacional. Lo interesante es que en las elecciones del propio municipio bastión de lo que supo ser Nuevo Encuentro, el partido desde el que Sabbatella llegó al kirchnerismo, los resultados fueron igualmente deprimentes: 41.68% para Martín Marinucci, cabeza de lista de la lista de concejales de Massa, contra 30.56% de la lista de concejales capitaneada por Hernán Sabbatella.
Con esos resultados, Sabbatella, y el intendente Lucas Ghi perdieron la mayoría en el Concejo Deliberante, donde ahora retendrá 12 de los 24 ediles. No se trata de una pequeña historia comunal: es la radiografía de un fenómeno más vasto.
Ese mismo Sabbatella desembarcó el jueves 31 en la redacción de Clarín para “notificar” a la empresa editora que a partir de ese momento el grupo que además es propietario de Canal 13, Radio Mitre y varias señales de cable (incluyendo Todo Noticias) debía adecuarse en pocos días a la orden de achicarse desprendiéndose de activos.
Derrotado en su pago, Sabbatella estaba exultante. Habrá recordado sus fervores juveniles, cuando la idea de “tomar el cielo por asalto” que ha impregnado desde fines del siglo XIX las ensoñaciones comunistas, dominaba su imaginario.
Ha sido un mito recurrente en las revoluciones, desde la toma de la Bastilla hasta el asalto al cuartel Moncada, pasando por la toma del Palacio de Invierno en la Rusia zarista de hace un siglo. Maximalistas y termocéfalos diversos han delirado con la persistente idea de apoderarse de lo que fantasean como corazón de un poder al que quieren subvertir.
En la módica y mucho menos imaginativa coyuntura argentina, la Bastilla francesa, los palacios rusos y los cuarteles cubanos mutaron en el edificio de la porteña calle Piedras, al que el kirchnerismo percibe como el sancta sanctorum de su enemigo principal. Ahí estaba Sabbatella, derrotado en las elecciones y en la propia política de su comuna, pero victorioso como el jefe de la tropa que se apiñaba ante las rejas de entrada de Clarín.

APLANADORA

Esa derrota electoral de Morón no fue exclusividad de Sabbatella. En los municipios que eran parte de Morón hasta 1995 las cosas no fueren diferentes: en Hurlingham el gobierno perdió por casi 17 puntos (47.36% a 30.88%) y en Ituzaingó por 12 puntos (44.30% a 31.31%). Fue una letanía de pesadilla para el kirchnerismo: en el José C. Paz que supo ser la estancia alambrada de Mario Ishii, Massa gano por más de cinco puntos. En Malvinas Argentinas, la paliza que le dio Jesús Cariglino al gobierno fue de bochorno: 46.91% a 24.78%. El Frente Renovador arrolló en distritos donde los intendentes se habían privado de pasarse a Massa, preservando su alianza con la Casa Rosada. Pero eso llevó a la derrota a Raúl Othacehé en Merlo, a Francisco Gutiérrez en Quilmes, al ahora ministro Alejandro Granados en Ezeiza, a Jorge Ferraresi en Avellaneda y a Darío Díaz Pérez en Lanús (donde Massa le sacó 12 puntos de ventaja).
A la luz de estos resultados catastróficos para el oficialismo, la victoria en la ley de medios es un consuelo agridulce, que sólo puede excitar la pasión ideológica de comunicólogos e intelectuales que se hacen escuchar desde sus trincheras retóricas.
Un hecho grafica mejor que nada lo que ha sucedido. En la Capital Federal, el kirchnerismo llevaba como candidatos a diputado nacionales al hijo de desaparecidos Juan Cabandié, a la cineasta Liliana Mazure, al banquero Carlos Heller y a Ricardo Forster, el más mediático y locuaz vocero de Carta Abierta. Entraron a la Cámara sólo los tres primeros, pero Forster se quedó afuera, aunque el fallo de Ricardo Lorenzetti y los tres jueces que lo apoyaron en la Corte Suprema, le dio al ininteligible profesor de filosofía razones para sentirse esta semana un vencedor.
Convencidos de que son buenos alumnos del brillante marxista italiano Antonio Gramsci (1891-1937), quienes vieron en la guerra contra el Grupo Clarín el equivalente perfecto de la madre de todas las batallas, se persuaden ahora de que están ganando lo que denominan la “batalla cultural”. Pero los resultados electorales indican otra dirección. En el más completo y luminoso escenario, ése con el que sueñan Carta Abierta, La Cámpora, Unidos y Organizados y demás batallones militantes, un completo, inmediato y exitoso desguace del Grupo Clarín no puede revertir la moraleja de los resultados del domingo 27 de octubre. Según las cifras oficiales, el kirchnerismo sumó 7.487.839 votos en esta ocasión, contra los 11.865.055 que acumuló Cristina hace apenas dos años, pasando del 54,11% al 33,15%. En sólo dos años, perdió 6.000 votos por día, sin parar, de punta a punta. Al Gobierno se le escurrieron 4 millones 377.216 votos en 24 meses.

RISAS

Por eso, en la funambulesca celebración del domingo a la noche, se ufanaba de ser “la primera minoría”, aún cuando perdieron en los principales distritos del país, incluyendo la provincia de Buenos Aires, Capital Federal, Córdoba, Santa Fe y Mendoza. Esa “performance” del tétrico domingo electoral merece una observación puntual. Ya es evidente que uno de los criterios principales del protocolo oficial es reír o al menos sonreírse ante las cámaras. Lo que se vio por TV esa noche del NH Tango, el local bailable de la calle Cerrito en el que se concentró la nomenclatura oficial, fue memorable. Cuando se relajaban de la obediencia a la risa (zafarrancho en el que sobresalió, con su siempre llamativa excitación muscular, Amado Boudou), los exponentes oficiales recuperaban su talante sombrío. Fue aleccionante ver a Luis D’Elía en la tribuna de los selectos, con toda naturalidad y sin que nadie se sintiera incómodo, sobre todo Héctor Timerman, que pareciera haber hallado en D’Elía un socio ideal.
Lo medular es, en último análisis, que el raciocinio blindado del Gobierno incluye el argumento de que la derrota no existe (son el frente “para” la victoria) y que cuando ocurren traspiés innegables, la culpa radica en “los medios” que confunden al pueblo y colonizan las mentes para ponerlas al servicio de intereses oligárquicos y reaccionarios.
Con la constitucionalidad de la ley de medios, que confirma la llamativa deriva de Lorenzetti, al que la fina pensadora Hebe de Bonafini calificaba antes de “turro”, el Gobierno empardó mediáticamente su feo derrape del domingo 27.
Pero son categorías diversas, con valencias desiguales. Si la Argentina quiere seguir siendo algo parecido a una democracia, lo que importan son los votos del pueblo, la soberanía política de la ciudadanía.
Otra vez, el ejemplo lo da Morón: momentáneamente exitoso mariscal en la guerra contra los medios, su propio electorado le dio la espalda a Sabbatella en su terruño.


COMENTARIOS