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ESTO QUE PASA

El alto costo de una supervivencia

Debe pensar la presidenta Cristina Kirchner que la ola la seguirá acompañando en su ascenso vertiginoso, escalada que no parece encontrar techo. Todo va más que bien: el amargo doblegamiento de los radicales en el Congreso para acompañar una ley de expropiación que se promulgó tras una verdadera cabalgata de atajos inconstitucionales, desnudó la debilidad desesperante del entramado político argentino.
Una vez más, envueltos en la bandera celeste y blanca y coreando el himno hasta la disfonía, los legisladores que encarnan más del 80% del cuerpo político de este país, suscribieron al unísono una medida destinada a saciar demandas reivindicatorias, pero que inexorablemente tendrá consecuencias pésimas para el país, más allá de que la designación de Miguel Galuccio, elegido por la Presidenta como nuevo CEO de la empresa, quiere enviar una señal de racionalidad y profesionalismo.
El clima festivo y triunfalista que unos 4.000 camporistas exudaban la noche del jueves en la Plaza del Congreso hizo evocar anteriores efusiones de entusiasmo patriótico arrasador. Cambian las circunstancias y los ciclos históricos, pero para muchos, y sobre todo para un mundo que no deja de asombrarse de las desmesuras argentinas, el clima de ensoñación patriótica que coronó la noche del 3 de mayo se parecía mucho al delirio guerrero del 2 de abril de 1982 y también al inaudito entusiasmo del 24 de diciembre de 2001, cuando el Congreso aplaudió de pie la decisión del presidente Adolfo Rodríguez Saá de mandar al default la deuda argentina.

Atavismos

Siempre se vuelve al primer amor: la Argentina contra los extranjeros, la patria contra los imperios. El embajador norteamericano Braden en 1946, el Reino Unido en 1982, el Fondo Monetario en 2001, los españoles en 2012. Si la decisión de modificar el rumbo y la composición accionaria de YPF era y es, pese a lo mucho que se puede alegar en sentido contrario, absolutamente legítima y pasible de ser razonablemente fundamentada, también es verídico que Cristina Kirchner procedió de manera inaudita, justo ella, que durante añares se hizo conocer en el Congreso por sus notables alegatos en defensa de un estado de derecho cuyos cimientos se apoyan inexcusablemente en las garantías llamadas "formales", que son las que definen el edificio de las libertades públicas.
Lo más sombrío de la increíble adhesión de la UCR a esta expropiación de Repsol en YPF es que se concretó vulnerando de modo explícito el artículo 17 de la Constitución de la Nación Argentina, que estipula claramente que "la propiedad es inviolable" y, sobre todo, que la expropiación por "causa de utilidad pública (...) debe ser calificada por ley y previamente indemnizada". ¿Previamente? ¿Podían ignorar repúblicos tan pundonorosos como Hermes Binner y Ricardo Alfonsín que eso no sucedió, y que el Gobierno primero se apoderó de YPF, la ocupó físicamente de fieras maneras y sólo después "sacó" la ley del Congreso? Han quedado agredidos derechos fundamentales, esos derechos que en el mediano y largo plazo definen la credibilidad y la seguridad de un país.
El ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti define lo acontecido en la Argentina como una "escenificación grotesca". No es un hombre deslenguado. Es un estadista veterano y ducho que no abusa del poder descalificador de las palabras. Es que en muchos países de América del Sur (Brasil, Chile, Uruguay y Colombia, por ejemplo), la Argentina no se saca de encima el corsé de su pasión por los arrebatos de simbolismo nacionalista, un rasgo arcaico y estéril al que se asocia con arrogancia y abuso de la fuerza.
Una sociedad empachada de retórica y extremadamente sensualizada por los arrebatos emocionales, acompañó la movida expropiadora como si se tratara de una goleada triunfal. Dice el ex canciller brasileño Luiz Felipe Lampreia (1995-2001), que "el petróleo atrae una gran fascinación popular. Para países que lo poseen en abundancia, es uno de los más sólidos pilares del nacionalismo. Y, en todo el mundo, es la explicación real o imaginaria de muchas guerras, el `oro negro` que alimenta los sueños y despierta la codicia", pero advierte que "para gobernantes a quienes no les importa que sus victorias sean pírricas, el petróleo es un recurso de fácil acceso para manipular la imaginación popular con teorías conspirativas y gestos patrióticos".
Añade: "El gobierno de (Cristina) Fernández ha estado enviando señales de que está decidido a continuar con su rumbo errático, no sólo creando el caos en la economía, sino también marginando al país de la comunidad internacional. Decisiones como ésta, que a veces parecen comenzar bien, invariablemente terminan mal".
Ahora la Argentina vuelve a creer que sus principales problemas vienen de afuera, y que tiene enemigos foráneos que se proponen hacerle daño a este país. ¿Qué harán los socialistas y los radicales cuando la "recuperada" YPF comience a hacer, en breve, negocios no auditados por nadie con petroleras norteamericanas, chinas o francesas? Allí radica el problema: además de las obvias ventajas de comarca que la UCR ha obtenido mediante sus proverbiales arreglos con los diversos peronismos, aquí hay algo más que ordinaria conveniencia.

Identidades

Los gestos y la dialéctica de la supremacía estatal y el perfume seductor del nacional-patriotismo trascienden los márgenes singulares de los peronismos. Son también el santo y seña de fuerzas irreprochablemente democráticas pero que sueñan con encarnar el equivalente de un hipotético kirchnerismo de uñas cortas y manos limpias.
En el caso de la expropiada Repsol en YPF, lo que revelan los hechos es algo más tóxico, un gesto auténticamente confiscatorio. Esto es lo que "compraron" radicales y socialistas: la seducción nacionalista pudo más que la rectitud institucional, como si hubieran admitido que todo el asunto se tramitó con tosquedad irremediable, pero que, "al menos", ahora la petrolera queda en manos del país.
Mientras persiste el fervor patrio, estimulado con metodologías tan chabacanas y absurdas como el video hecho en Malvinas para irritar a los británicos, prosiguen aplicándose los métodos del más arcaico intervencionismo político en la economía privada. Un solo funcionario todo-terreno y omnipresente restringe importaciones a golpes de teléfono y actuando como un zar del mercado cuyas órdenes son inapelables, además de arbitrarias. Así, y con respecto, por ejemplo, a las relaciones con Uruguay, la Argentina está siendo denunciada de violar, expresa y abiertamente, tratados internacionales, como el del Mercosur, cuyo artículo 1°, tal como recuerda el ex presidente Sanguinetti, establece la libre circulación de bienes y servicios entre los cuatro socios, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Para este dos veces presidente, Uruguay, una economía diez veces más chica que la argentina, "sufre hoy severamente esa restricción".
No es un acontecimiento menor, ni mucho menos, porque configura lo que ya se denomina una crisis existencial para el Mercosur. En este sentido, la gruesa metodología aplicada en expoliación de Repsol en YPF, intoxica el clima y el marco de todas las inversiones extranjeras que pudieran concebirse para una región en la que las fronteras nacionales son cada vez más impalpables. Una expropiación en la Argentina envía ondas temibles a todas partes (en Bolivia eso fue lo que hizo Evo Morales con una empresa eléctrica española, aunque el líder aymara mantiene buenos negocios con la propia Repsol).
Así las cosas, son muchos, diversos y variados los más puntillosos observadores que ven una Argentina hoy "peleada con el mundo". El listado de enemistades es largo si se considera la peripecia nacional de 2003 a hoy, nueve años de hegemonía durante los cuales el poder ha sido ejercido en evidente soledad por un matrimonio.
Gran Bretaña, Estados Unidos, Uruguay y España han sido estaciones por las que pasó el ferrocarril del confrontacionismo nacional. Es que, tal como ellos mismos lo han blanqueado, quienes gobiernan la Argentina hace ya nueve años creen religiosamente en la bondad y en las ventajas de la pelea como método virtuoso para edificar poder y preservarlo.
Eso no es novedoso, mientras que sí lo es la inocultable pulsión que han sufrido y aceptado radicales y socialistas por apañar lo actuado por el Gobierno.

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