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LA COLUMNA INTERNACIONAL

Siria: con Al-Assad contra Djihadistan

Desde el 29 de junio último, un proto estado vio la luz en el mundo. Se trata del Califato del Estado Islámico cuyo territorio abarca zonas de Irak y zonas de Siria. Seguramente, ningún país del mundo reconocerá a la flamante entidad. No obstante, el dominio de un territorio poblado, más el monopolio de la fuerza en dicho territorio, más la aplicación de una legislación, en este caso la sharia islámica, determinan su existencia de hecho.
¿Qué es un califato? Es un territorio que reconoce la autoridad de un califa. Es decir de un sucesor, en el uso del poder, del profeta Mahoma.
Fueron cuatro los califatos a lo largo de la historia. El califato omeya de Damasco entre los años 661 y 750. El califato abáside de Bagdad entre 750 y 1517. El califato disidente fatimida, shiíta, de El Cairo entre 909 y 1171. Y el califato, moderno, del imperio otomano iniciado en 1517 y abolido en 1924.
El califato, en su versión actual fundamentalista, requiere y exige la obediencia de todos los musulmanes. De allí que, naturalmente, demuestre una impronta guerrera. No es consenso, es obediencia ciega. Es sí o sí. O acatamiento o represión. Peor aún, castigo.
El Califato del Estado Islámico, de momento, abarca la mayor parte de la provincia irakí de Nínive – cuya capital Mosul es la segunda ciudad en población de Irak – y sectores de las provincias de Diyala, Salaheddine, Kirkouk y Al-Anbar.
Pero además y aquí adquiere su carácter supranacional, controla casi toda la provincia siria de Raqa, sectores de la petrolera provincia de Deir Ezzor, fronteriza de Irak, y algunas regiones de la provincia de Alepo.
A partir de aquí, todo cambia. En primer lugar porque habrá que prestar atención a la reacción de los restantes grupos djihadistas.
En Siria, en particular, el Frente Al-Nosra, vinculado a Al Qaeda, prestó obediencia al Emirato Islámico para Irak y el Levante (EIIL), el pasado 25 de junio. El EILL se ha convertido ahora en el Califato del Estado Islámico. Por tanto, Al-Nosra conforma la primera organización en adherir.
Hasta entonces, ambas organizaciones, surgidas de Al Qaeda, fueron rivales dentro del territorio sirio. Es que mientras que el EIIL tomó distancia de Al Qaeda, Al Nosra fue reconocido como brazo de la organización que fundó Osama Bin Laden.
Pero nuevos pronunciamientos de grupos fundamentalistas indican reacciones negativas. Dos razones las explican: la autoproclamación inconsulta y la ola de terror sobre poblaciones musulmanas.
En segundo término, porque el Califato supera las fronteras de un país y, por tanto, su guerra es una guerra en todo el mundo musulmán desde el sur de las Filipinas hasta el África subsahariana, pasando por Bosnia y Albania en Europa.
Así, tras tomar puestos fronterizos entre Siria e Irak, el Califato borró las fronteras. Es más, para que no queden dudas, con topadores demolió las oficinas de aduana y de migraciones.
El Califato inevitablemente replantea las relaciones entre Occidente y el dictador sirio Bashar Al-Assad.
Primero, porque el autoritario régimen de Assad no es confesional, ni reconoce a la sharia como legislación.
Segundo, y fundamental para Occidente, porque no pretende exportar su régimen. Al-Assad somete a quienes no están de acuerdo con él dentro de Siria a diferencia del Califato que pretende extender una monarquía teocrática por todo el mundo musulmán y está dispuesto a hacerlo por la fuerza y el terror.
Ya el 11 de junio de 2014, en declaraciones formuladas al diario libanés Al-Akhbar, Al-Assad señalaba un cambio en el comportamiento de norteamericanos y europeos frente a su gobierno. Fue con motivo del atentado en Bruselas, Bélgica, contra el museo judío, donde un francés de origen maghrebí disparó y mató a varias personas que allí se encontraban.
No queda otra. Entre el laicismo dictatorial y no exportable de Al-Assad y el djihadismo fundamentalista universal del Califato, la elección occidental resulta obvia. La democracia en Siria deberá esperar. Cuando existió la posibilidad, hace dos años, Occidente miró para el costado.
Hay que reconocer que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, advirtió en su momento sobre el peligro fundamentalista y que casi nadie prestó atención a su teoría del mal menor que representa Al-Assad. Hoy, frente a “Djihadistán” – el Califato –, Estados Unidos, Europa, Siria, Irán, el Hezbollah y Vladimir Putin hacen causa común. 

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