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La idea de nación en Rogelio Frigerio

Disponemos de cifras y estudios suficientes para dar cuenta de la descomunal transformación que el gobierno desarrollista produjo en la nación argentina. Sin embargo, creemos que la médula de la herencia de la gestión desarrollista titularizada por Arturo Frondizi y coprotagonizada por Rogelio Frigerio reside en que contra viento y marea, peleando como demonios para abrir paso a la Argentina que soñaban, acorralados a veces y otras veces burlando al enemigo con sus estrategias sorprendentes, sin perder jamás la calma ni la dignidad, supo darnos  ojos mejores para ver la patria.
Frigerio experimentó un sentimiento de identidad personal con la nación, de una calidad tal que sólo la observamos similar en grandes como De Gaulle y Churchill. Tuvo una concepción muy moderna de la nación, en el centro de la cual hay una idea determinada de lo que representa la Argentina: nuestra nación abarcó muchas generaciones, hoy incluye muchas y contará con muchas más. Sin embargo, por la geografía del país que la sustenta, por el genio de las etnias que la componen, por el vecindario que la rodea, adquiere un carácter constante que hace a los argentinos de distintas épocas depender de sus padres y, a la vez, los compromete con sus descendientes. Este conjunto humano, en este territorio, en el seno de este universo, conlleva un pasado, un presente y un porvenir indisolubles. Por ello el Estado, que responde por la Argentina, está a cargo a la vez de su herencia de ayer, sus intereses de hoy y  sus esperanzas de mañana. Este Estado debe conducir la construcción de la nación y para ello debe tener conciencia de su propia existencia y afirmarla.
Siempre está presente en Frigerio la obsesión por la independencia y el rango de la Argentina: en términos de nación, todo se acomoda y articula con esa doble preocupación. Para ser independientes, es necesario poseer una política exterior de esas características, un ejecutivo fuerte que la realice, un jefe de Estado legítimo (electo por sufragio universal), en el marco de principios como el de No Intervención y el de Autodeterminación. En cuanto al rango de la Argentina, supone una economía sólida y moderna, capacidad militar defensiva y disuasiva, un pueblo con vocación de grandeza. La nación es la piedra angular de todo el edificio político de Frigerio, se trate de independencia o de rango, y cada uno de sus actos de fondo como Estadista tiene esa impronta.
La condición nacional es vista como una categoría que hay que merecer, nunca un derecho adquirido sino a ganar en la prueba y el sacrificio, siendo fieles a la continuidad histórica e inconmovible en la forja del porvenir. Por ello no hace distinciones entre los grandes de la Argentina, sólo importa su contribución al tejido de la urdimbre nacional: San Martín, Rosas, Roca, Pellegrini, Irigoyen, Perón, son grandes hitos en el camino de construcción de la nación, sin siquiera considerar matices ideológicos o características personales (algunas de ellas muy pesadas).
Creemos, con Malraux, que “el espíritu da la idea de una nación, pero lo que constituye su fuerza sentimental es parte de un sueño”. Pero, ¿qué sueño proponerle a una democracia y en la paz? Al gran Charles De Gaulle nunca le repugnó encontrarle virtudes a la guerra, sobretodo desde la perspectiva de la fecundidad del sufrimiento. Aquí Frigerio, a mi juicio, saca ventajas: nos propuso trabajar para la integración de la nación a través del desarrollo de sus fuerzas productivas materiales y espirituales, en el marco del amor a la nación y fuera de los horrores del nacionalismo patológico, sin conquistas y en colaboración con las naciones de buena voluntad. Con lo que hizo, a la vez, un extraordinario empalme con la ideología y acción de San Martín y  fortaleció la mejor continuidad, ésa que es clave del compromiso entre las raíces y la voluntad.
Una para mí desafortunada columna firmada del Suplemento Zona de la edición del Diario Clarín del domingo 4 de Noviembre de 2001, yerra en su juicio y en la perspectiva que da lugar a ese juicio. En efecto, el columnista concluye que, dadas las condiciones políticas vigentes en la época, era imposible llevar a cabo un plan de dasarrollo y califica de “utopía” a ese proyecto
Resulta evidente que los avances en materia de Paz Social, Legalidad y Desarrollo Económico fueron enormes y que muchos de sus logros perduraron mucho tiempo y algunos aún perduran. Que la acción de ese gobierno permitió relanzar un ciclo histórico que duró 30 años (45/ 75) y que, con sus más y con sus menos, hizo que varias generaciones tuviéramos la certeza de un gran destino nacional: aquí está el origen de los sueños recuperados en los añorados ‘60. En fin, que se trató de un gran salto adelante, un verdadero cambio de calidad en las expectativas del pueblo de la nación.
¿Que deberían haber hecho Frondizi y Frigerio, a juicio del columnista citado? Para él, excusarse, dejar pasar el tren de la historia, no correr riesgos. De hecho, esta actitud mezquina hubiera privado a tres generaciones (son millones de compatriotas) de las posibilidades recién mencionadas. Pero, además, nos hubiera privado de la disponibilidad de una experiencia histórica incomparable.
Y esta privación hubiera sido muy grave: significaba vaciar ese laboratorio virtual, gigantesco, infinitamente complejo y diverso constituído por el Conocimiento Histórico, es decir, la Historia ocurrida, registrada, necesariamente reelaborada en tanto es interpretada. Pero, además, el vacío reemplazaría a la que fue una experiencia decisiva en el proceso de integración nacional. Esta hipotética carencia hubiera impedido incrementar la cultura política de las generaciones posteriores (que se da a través del conocimiento histórico probado) y, a la vez, hubiera impedido elevar la conciencia política del pueblo, proceso que tiene más que ver con su experiencia de vida directa que con los conocimientos trasmitidos escolarmente.
Frondizi y Frigerio eligieron muy bien: asimilaron todo tipo de sinsabores a cambio de un incremento en la calidad de vida del pueblo de la nación (durara lo que durase) y por una elevación inédita de su nivel de conciencia política.
¿Qué pensaba quien en el ‘58 tenía 15 años y recorría el tercer año del Bachillerato? Todos los Martes veía en “Sucesos Argentinos” que se inauguraban las cosas que siempre nos dijeron que no eran para nosotros ( industrias, ductos, caminos, puertos,centrales eléctricas), podíamos ir al cine sin que se corte la luz, a la entrada de los míticos Talleres de mi Junín las bicicletas (miles) eran reemplazadas por motonetas y después por autos, la mayoría silenciosa opinaba apasionadamente sobre “laica o libre”, aparecían nuevas carreras y algún “audaz” iba a estudiar sociología, con el presagio mortal de la mayoría. Cambiaban los prestigios sociales, a la luz de los éxitos de nuevos emprendedores que dejaban atrás la Argentina de “m’hijo el doctor”. A pesar de la descomunal inercia cultural, que en la Argentina es - cuanto menos - no desarrollista (tal como corresponde a un país de renta, con servicios y recursos naturales abundantes), estábamos lanzados hacia adelante.
¿Qué pensaba un estudiante de ingeniería que desarrolló sus estudios entre el ‘62 y el ‘70? Todo el orden lógico provisto por esos estudios no encajaba en la realidad, donde veía el retorno de esa penosa anomalía constituida por Balbín/ Illia, o por el oportunismo vandorista, o por militares funcionales a las teorías americanas de contención del comunismo. En ese curso incierto, en el ‘67 me cruzo con Frondizi y, sobretodo, con Frigerio ¡todo tomó su lugar inmediatamente!      
Nadie mejor que un joven de ahora, que busca sin demasiados puntos de referencia el rumbo de su vida, para comprender la gratitud infinita que se siente hacia quienes me alumbraron ese camino. 

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