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TENDENCIAS

Fascinación de las selfies

“Este soy yo”, con mi novia en la playa, solo en el medio de la montaña, en el medio de mis amigos, antes de la fiesta, después de la fiesta... Y de todo dejo testimonio en una foto y la subo a la web y espero opinión. Un sinuoso camino ha llevado desde el autorretrato, pintado en una tela, que podía llevar meses de trabajo al artista, a las instantáneas tomadas con el celular y compartidas en el momento con los contactos en una red social; la imagen que plasma un momento de la vida se ha convertido en algo rápido y fácilmente difundible.
El deseo de atrapar la imagen propia fascinó desde siempre, en un intento de capturar el secreto de nuestro ser, de vernos y de darnos a ver. La imagen tiene un valor de realidad que refleja nuestra identidad, que nos da consistencia como personas y comunica a otros quiénes somos. Compartir es parte de nuestra dinámica vital, vivimos con otros y para otros. Su opinión es fundamental para construir nuestra autoestima, definir nuestro lugar en el mundo, alimentarnos de afectos, y también para provocar afectos de todo tipo: valoración, alegrías, envidias.
Hay en la vida momentos de cambios cruciales en que la identidad tambalea y se hace más necesario ver y mostrar la imagen para reasegurar un perfil, una constancia. Pero todo momento es propicio para dar cuenta de lo que uno es y hace. La época en la que vivimos, cuando la imagen y la exhibición están exaltados por la importancia del consumo, cuando todo tiende a transformase en una vidriera para ser comprado y cuando la fama pasa por el ser visto, hace que esto se potencie. Mostrarse para ser aceptados e intentar recortar la identidad es el modo de ir construyendo y reconstruyendo nuestra subjetividad en una interacción activa. Pero es preciso tener en cuenta que, a pesar del empuje de nuestra época, no somos una mercadería para consumir. Nuestra identidad no se agota en la pretendida perfección de la imagen, que es siempre parcial; somos mucho más que las fotos que nos sacamos.
En definitiva, descubrimos que los momentos vividos, aunque se intente eternizarlos en el retrato, son evanescentes. Y muchas veces perdemos su intensidad y frescura al “vivir para la foto”. Centrarse en la perfección de la imagen propia, que será vista por alguien que juzgará “me gusta”, puede llevarnos a olvidar a quien está a nuestro lado en ese preciso momento, o a nosotros mismos en nuestra profundidad, que requiere de más de dos dimensiones. Por lo demás, las “selfies” son divertidas y creativas: vale la pena aprovecharlas.


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