ECONOMÍA

Hay otro modelo de asociación exitosa

La convergencia de nuevas tecnologías, la velocidad de circulación de la información y la financiarización de la economía, entre otros fenómenos, nos conducen al debate sobre el modelo de desarrollo, su propósito y sus desafíos.
Una lectura simplificadora vincula el desarrollo con la industrialización intensiva y es verdad que los procesos industriales de agregación de valor se asocian a un conjunto de beneficios sociales que ellos producen: empleos y cohesión social, bienes y servicios crecientemente económicos y ampliación de las fronteras del conocimiento.
Industrializar como sinónimo de transformar materias primas en bienes elaborados ha sido el leit motiv de los últimos dos siglos de vida económica y social. En los últimos cuarenta años, también hemos descubierto que deben tenerse en cuenta los riesgos de todas las actividades económicas y así a la agenda de los beneficios se sumó la agenda de los riesgos, sean estos ambientales o sociales.
Sin embargo, aún no hemos podido romper la concepción sobre qué entendemos por “agregación de valor”. Es posible suponer que en algunos casos la conservación es más útil que la transformación y, por tanto, que una mirada inteligente de los recursos disponibles implica siempre poner en juego qué debe conservarse y qué debe transformarse y cómo.
En ese sentido, proteger un bosque nativo o una playa o limitar su explotación a formas compatibles con su sostenibilidad no implica un límite al desarrollo, sino justamente su consagración como respuesta inteligente que permite un uso adecuado de los recursos.
En la actual economía del conocimiento emergente, puede resultar mucho más sofisticado formar biólogos, geógrafos o antropólogos para proteger un bioma y generar posibilidades de ampliación de derechos para las personas, que explotar intensamente los recursos existentes y destinarlos a un uso industrial tradicional. Conocer, conservar, proteger, y utilizar con sentido racional, no deben ser vistos como acciones limitantes, sino como un nuevo modo de concebir la economía.
El debate va más allá de la idea de desarrollo o la conservación como fin en sí mismo y debe orientarse a si estos procesos generan bienestar y dignidad en las personas. <
No existe más una visión unívoca del desarrollo, se puede ser desarrollado de muchas maneras y por tanto la existencia de una diversidad de entornos nos da la posibilidad de ampliar nuestra condición ciudadana. Podemos ser competitivos e innovadores sin poner en juego el futuro, con un desarrollo acorde a las leyes de la vida. Un caso es la legislación nacional pensada para lograr el desarrollo sustentable y el adecuado aprovechamiento de los recursos.
La Ley 26.331 de protección de los bosques nativos es un ejemplo de la normativa que va en esa dirección. No cumplir con lo establecido en ella, el respeto al uso del suelo que marcan los ordenamientos territoriales, es un búmeran que volverá sobre los gobiernos provinciales que hoy son cuestionados públicamente.
Hay que considerar acciones de política y de negocios que respeten las culturas y creencias locales, los ecosistemas que prestan servicios ambientales, las mejores prácticas ambientales y los mecanismos de generación de empleabilidad, competitividad y de construcción de ciudadanía.
El desarrollo a cualquier costo está lejos de crear bienestar y dignidad. Nuestro país puede y debe basar su expansión económica en el uso inteligente y no en una visión predatoria de sus recursos naturales.

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