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Tormento

El lenguaje periodístico con que se escribe acerca de derechos humanos puede ser, a veces, un lenguaje embalsamado. Dice “exclusión social” para hablar de pobres; dice “conflictos invisibilizados” para referirse a bestialidades que nadie quiere mirar. El 2 de julio pasado, el Equipo Argentino de Antropología Forense, que trabaja identificando restos de víctimas del terrorismo de Estado en la Argentina y el mundo, celebró sus 30 años con un acto en la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires. Hablaron cinco personas. Una de ellas fue Haydeé Gastelú, vicepresidenta de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, una mujer cuyo hijo, Horacio García Gastelú, fue secuestrado el 7 de agosto de 1976 por la dictadura militar. En 2001, el EAAF encontró los restos de Horacio y pudo reconstruir los días previos a su muerte. Así, Haydeé Gastelú supo que su hijo había muerto en la masacre de Fátima, en la que se dinamitaron 30 cuerpos entre el 19 y el 20 de agosto de 1976. La señora Gastelú recordó que, cuando los miembros del EAAF le contaron que su hijo, secuestrado el 7, había muerto entre el 19 y el 20 del mismo mes, dijo: “¡Qué alegría!”. El auditorio aguantó el aire como un sapo sumergido. Ella siguió: “¡Qué poquito tiempo de sufrimiento! Días, nomás. Y con cada cosa que me decían yo me iba alegrando, y pensaba ‘Sufrió poquito”. Allí donde el periodismo correcto bien pensante hubiera escrito que la recuperación de la historia de su hijo le permitió hacer un “proceso de reparación”, la señora Haydeé Gastelú hacía cosas de madre: decía que, para ella, aunque sabía que su hijo había sufrido, no eran lo mismo tres años que 10 días de tormento. Al terminar, pidió disculpas por si su discurso había resultado demasiado casero. Ahí nomás se podría haber terminado el mundo.

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