Ambición, audacia, sensibilidad y talento: semejante combinación sólo podía dar como resultado a un artista único, necesario, irrepetible. Aquí no corre eso de que “la muerte embellece”. La cultura argentina, no sólo la música, perdió a un nombre esencial. Es otro golpe en una cadena que enlaza a Miguel, Luca, Federico, Pappo, Luis Alberto: demasiadas pérdidas para el rock argentino, demasiadas canciones que producen un nudo en el alma. En todos estos años, Cerati protagonizó momentos felices de la música en estas tierras, que contagiaron a miles y miles de personas que ahora, ante cada tema que sonó en la radio o en su casa o en sus auriculares, sintieron que un cacho de sus propias vidas desfilaba ante sí. Se sabía que estos cuatro años de angustia no eran un buen signo, pero se soñaba con alguna esperanza rayana en el milagro. Se cerró la historia, pero Gustavo Cerati, creador audaz, hombre alado, nunca temeroso de romper sus propios moldes y abrirse a algo nuevo, sigue y seguirá siendo una presencia ineludible. Pido perdón por la primera persona, usualmente vedada a la práctica periodística: como tantos, voy a extrañar a Cerati. Lo extrañaré como fan, eso que un periodista también es en la intimidad y despojado de lo objetivo. Para mí, y para millones en esta tierra, despedir a Gustavo es también despedir un poco de nuestras propias vidas. Y encontrar cierto consuelo en la convicción de que, aun así, hay cosas que se quedan para siempre.
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