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ECONOMÍA

Del sueño en Río a la realidad

Abramos la esperanza de que algunos de estos alentadores signos puedan extenderse a la vida comunitaria.

La vida real no presenta a menudo la trama de aquellos sueños más anhelados. Por ello, las decenas de miles de argentinos que, movilizados por esa pasión inexplicable que el fútbol genera, llegamos a Río de Janeiro en los días previos a la final de la Copa del Mundo, vivimos jornadas que permanecerán imborrables. A poco del regreso, mientras la fiesta va cobrando su propia dimensión, se perciben también los contrastes con la realidad, por cierto menos festiva.
No hace falta explicar lo que significa este certamen a nivel planetario, ni que el entusiasmo y la proximidad geográfica alentaron a muchos a forzar las agendas y recurrir a los ahorros emprendiendo periplos de todo tipo, incluso algunos por demás aventureros. Después de 24 años, el seleccionado nacional "cruzó el Rubicón" de jugar los siete partidos. La euforia de la gente fue creciendo en paralelo con la mejora evidenciada en el nivel de juego con el correr de los partidos.
El tradicional rival había quedado, además, duramente eliminado. La semifinal ganada por penales en San Pablo desbordó los corazones de jugadores y simpatizantes en una histórica jornada en la que nadie se apercibió de la lluvia y el frío. Al día siguiente, inició la peregrinación final a Río y una breve parada casi a la vera de la autopista en el santuario de Aparecida -la mayor devoción mariana en Brasil- nos hizo sentir como en Luján.
En todos lados, pero especialmente al llegar a la playa de Copacabana, la "cidade maravilhosa" se presentaba vestida de celeste y blanco frente a la serena resignación de los locales. Lo que importaba realmente era estar, ser parte de esa celebración digna del mejor cuento de hadas, aun cuando muchos no tuvieran chance alguna de ingresar al mítico Maracaná.
El resultado final tampoco alcanzó a empañar el brillo de esos días. El equipo nacional jugó bien y perdió en los últimos minutos con suma dignidad frente a un gran campeón. El fútbol, a no olvidarlo, es después de todo un juego. No dominó por ello la desazón en el largo viaje de regreso por tierra, sino el regocijo, aunque levemente atenuado por la derrota. Si alguna pena invadía el alma era porque el mejor de todos, nuestro querido Leo, no pudo levantar la Copa en la que parecía su ocasión más propicia.
 La noticia del triste desenlace de los festejos en el Obelisco fue un pronto despertador del sueño transcurrido. Apenas cruzada la frontera, una piedra arrojada sobre el parabrisas desde un puente en la localidad de Paso de los Libres nos recordó que la inseguridad no es un flagelo que azota sólo a las grandes ciudades.
Retomamos al regreso nuestras ocupaciones, y la cruda realidad nos recibe con sus mismas contradicciones. El saludable lazo de unión nacional que nos envolvió a todos durante el Mundial no brinda per se soluciones mágicas ni inmediatas para los graves problemas estructurales que aquejan a nuestro país, como las inequidades y la pobreza extrema, la baja calidad de la educación, la corrupción, la debilidad institucional, la ausencia de políticas de largo plazo, todas materias de prioritaria atención por parte del nuevo gobierno que vamos a tener a fines de 2015.
Pero el fervor mundialista que vivimos y todavía nos impregna despierta algunas notas de optimismo. En el fútbol pudimos comprobar los efectos benéficos que tuvo apostar al sentido de equipo, a la humildad, la entrega generosa y la confianza recíproca antes que la mera dependencia de un líder o de sólo "cuatro fantásticos". En estos días, más allá de que siempre existen posiciones extremas, prima en la consideración general frente al resultado deportivo adverso una mirada que valora el esfuerzo y el aporte de todos sin rencores despiadados ni críticas destructivas. Es como que parecemos estar predispuestos para gozar de la riqueza de haber tenido ayer a Maradona y hoy a Messi, sin caer en posturas maniqueas y en una frustrante lógica binaria.
El fútbol, como decíamos, es un juego. Pero en verdad es mucho más que eso. Entre nosotros es una pasión que prende desde la infancia, crece con los años y se contagia entre generaciones, que cala profundo en los huesos generando recuerdos, sufrimientos y alegrías. Como si fuese un espejo, exhibimos en este ámbito conductas que, seguramente sin darnos cuenta, predican muchas veces decisivamente sobre nuestros modos de comportamiento social.
Abramos pues la esperanza de que algunos de estos alentadores signos puedan extenderse a la vida comunitaria. Se trata más de procurar asimilar el mensaje que dejó la selección antes que de seguir entonando el "Brasil, decime qué se siente...". Si logramos renovar nuestras prácticas políticas dejando de lado la confrontación permanente para valorar la opinión del otro, si elegimos nuevas autoridades el año que viene priorizando a quienes apuestan a formar sólidos y probados equipos de trabajo para gobernar, entonces tendremos también, aunque no sin los naturales riesgos y esfuerzos, una chance seria de alzar el preciado trofeo, aquel que nos permita un desarrollo integral y la convivencia pacífica de los argentinos en justicia, unión y libertad. 

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