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PANORAMA POLÍTICO EN BRASIL

Dilma y Lula van a elecciones

Fue oficializada la candidatura de Dilma Rousseff por el Partido de los Trabajadores, para las elecciones presidenciales del próximo 5 de octubre. En medio del Mundial, la candidatura tiene el desafío de absorber nuevas demandas ciudadanas, más ligadas a organizaciones sociales como los Sin Tierra que a los hastíos espasmódicos de los “sectores medios”. El otro desafío es prolongar por otros cuatro años el logro político más importante del PT: haber producido una cohabitación entre el liderazgo de Lula (que nunca desapareció en estos años, y aún hoy tiene un lugar central) y el rol de Dilma como Presidenta del país.
Cuando el sábado 21 pasado la convención nacional del Partido de los Trabajadores oficializó la fórmula de Dilma Rousseff y Michele Temer (del partido aliado PMDB) se volvió a montar la escena que sostiene al proceso político brasileño. El presidente del PT, Rui Falcao, anunció la fórmula (que se repite sin cambios a la que ganó en las elecciones de 2010). Acto seguido, Dilma subió de la mano de Lula, quien habló primero.
 Después de cuatro años turbulentos, con una economía que ya no da números mágicos, con una oposición envalentonada por las manifestaciones callejeras del año pasado y las actuales contra la Copa, y las mismas tensiones internas del gobierno, la convivencia de los dos liderazgos no da signos de agotamiento. Retroalimentación en lugar de una competencia desenfrenada, solidez política de cara al partido y la sociedad, reparto de roles de acuerdo a cada coyuntura, son los dato políticos que explican porqué el PT tiene grandes chances de lograr un cuarto mandato consecutivo, algo inédito en la historia de Brasil.
 Como señaló el propio Lula en su discurso en la Convención partidaria del sábado: “vamos a demostrar que es posible que una presidenta y un expresidente terminen su mandato sin que haya ninguna fricción entre los dos, demostrando que es plenamente posible que creador y criatura vivan juntos en armonía”.
La frase es contundente y muestra una jerarquía imposible de desconocer, ni de modificar: el creador, no puede dejar de serlo, por más que la criatura tome vuelo y experiencia. Pero en un estudiado balance de sus palabras, en seguida Lula redondeó la alquimia que posibilita la extraña convivencia: “cuando hubiera divergencia entre Dilma y yo, la divergencia termina porque Dilma tendrá siempre razón y yo estaré equivocado”.
  Lo de “ninguna fricción” puede no ser del todo cierto: no faltan quienes ven divergencias de criterio entre ambos líderes. Como tendencia general se suele marcar una presión del  lulismo a abrir más el cofre de los ingresos y volcarlo en políticas redistributivas, mientras que desde el lado de Dilma, por el contrario, existe una mayor preocupación por controlar el gasto y los niveles de inflación. Según el diario (opositor) Estado do Sao Paulo, esto es lo que pasó recientemente, cuando la cámara de diputados aprobó una ley donde se fijaba por primera vez un piso salarial para los agentes de salud que están desperdigados por todo el territorio nacional y cumplen una función muy relevante en un país que todavía tiene una estructura sanitaria muy deficitaria.
 La ley implicaba una importante erogación por parte del gobierno federal. Y el diario adjudica a Lula el triunfo de ese mayor gasto frente a las previsiones que tenía la administración de Dilma, lo que también matizaría aquello de que “yo estaré equivocado”. Pero, en todo caso, se tratan de tensiones lógicas e inevitables. Lo relevante y atípico es el éxito en la construcción de ese “doble comando” -en términos argentinos- que parece funcionar en la medida que ambos entienden sus áreas de injerencia y los límites que ninguno debe traspasar frente al otro.
 Lula, el hombre del partido, pero antes que nada el líder social, funciona como el garante último del pacto que los pobres y las clases medias bajas sellaron en el 2002 con el primer gobierno que los ubicó en el centro de sus políticas. Dilma, militante “nueva” del PT, recién se afilió en el año 2000. Su logro es haber probado que podía conducir el gobierno que le dejó Lula en el 2010, y sortear con éxito relativo un contexto económico y social más adverso que el que tuvo su antecesor.
 El slogan que eligió el PT para comenzar su campaña dice bastante sobre la lectura que hace el partido sobre la coyuntura del país: “Mas cambios, mas futuro”. Sin decirlo explícitamente, es una respuesta a un estado de ánimo social en movimiento, con protestas de distintos sectores, que si no pueden unificarse en un sólo nudo de problemas sí muestra a una sociedad con un horizonte de conflictos nuevos, hijos de los 12 años de gobierno de la izquierda.
 De eso se trata la campaña del PT: trabajar sobre los logros de su propia herencia. Una de las protestas más significativas que se desplegó durante la Copa lo pinta inmejorablemente. Pocas semanas antes del comienzo del mundial, cientos de familias ocuparon un predio en San Pablo  a poca distancia del estadio de fútbol donde se inauguró la Copa. Los organizadores son del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST). A diferencia de las protestas urbanas del año pasado, donde las consignas eran generalistas, y se mezclaban acusaciones de corrupción con demandas por el precio del transporte público, en este caso el MTST pide que ese predio y sus ocupantes ingresen al programa de viviendas “Minha Casa, Minha Vida” que se transformó en uno de los símbolos del último tramo del gobierno de Dilma.
 Horas antes de inaugurar el estadio, Dilma recibió en persona a  Guilherme Boulos, líder del MTST, y se comprometió a cambiar algunas normas que tenía programada para poder incluir al MTST y las miles de familias que lo siguen. El movimiento anunció, entonces, que moderaría las protestas.
 En definitiva, lo que deja ver este ejemplo es una dinámica en donde el gobierno de PT se encuentra con “nuevas” demandas, pero muy lejos del tipo que imagina la oposición y la mayor parte de la prensa. Son demandas que surgen de los propios avances logrados en estos años que obligan al gobierno a profundizar sus líneas directrices originales. En términos electorales, implica escuchar a su propia base electoral, antes que los cantos de sirena de grupos que siempre le fueron esquivos (como los sectores medios y medios altos de las grandes ciudades) pero que son presentados como portadores de un sentido común general.
 Lula, Dilma y los pobres de Brasil, una historia de éxito político que ya lleva 12 años y que después del huracán mundalista encenderá los motores para el tramo final de la campaña electoral. 

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