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Las vigilancias paralelas

Se traslada por el barrio en bicicleta, en bermudas y una remera todoterreno, vestimenta apta para trabajar la tierra. En el portaequipajes de la bici lleva una bordeadora y otros implementos de jardinería. Se dedica a hacer mantenimiento de jardines y patios. Ayer llegó un poco más temprano a una casa y se sentó a esperar que se hiciera la hora en un escaloncito del kiosco que baja su persiana a la hora de la siesta. Un/a vecino/a lo vio (¿espiaba detrás de la cortina entreabierta?) y llamó a un agente de la Policía Federal que siempre está por ahí (¿adónde lo llamó?, ¿a su celular?). El policía encaró de muy mal modo al jardinero, que respondió explicando su condición de trabajador.
El incidente no pasó a mayores a pesar de haber sido claramente un mal trago (indignante, por decir poco) para el que se traslada en bicicleta a las locaciones de su trabajo. Lo preocupante es la situación: alguien vigila desde su casa, sospecha de un ciudadano sólo por su aspecto, y entonces da el aviso al brazo represivo. Sí, ése al que le pagamos todos. Resuena un cierto “aire de familia” entre la situación descripta y las lettres de cachet del Antiguo Régimen. No es que se trate de lo mismo, obviamente, son sociedades con distintos sistemas penales, diferentes relaciones de poder y de definiciones de sujetos. Pero “algo” late con el mismo ritmo.
Las lettres de cachet eran una especie de carta sellada que el rey dirigía al Parlamento para que los funcionarios correspondientes ejecutaran sus órdenes sin dilación ni discusión. En un primer momento tenían la función de registrar los edictos reales; más tarde el sentido se fue reconvirtiendo y pasó a ser una orden real que privaba a alguien de su libertad (por destierro o encarcelamiento). Con el paso del tiempo, las familias nobles comenzaron a realizar peticiones al rey para que castigara a sus enemigos, y ya en el siglo XVIII el procedimiento se había extendido al resto de los estamentos sociales. Tanto es así que los secretarios de Estado solían tener cientos de cartas en blanco firmadas por el monarca, de modo que, cuando la ocasión exigía celeridad, sólo necesitaban llenar la orden vacía y actuar.
Para distinguirlas de las lettres reales, a las peticiones de los particulares se las llamaba petit cachet, las cuales terminaron siendo modalidades acusatorias habituales. En 1758, por ejemplo, la mujer de un albañil obtuvo una lettre de cachet contra su esposo, aduciendo que “vuelve a casa a altas horas de la noche completamente desnudo, sin sombrero, sin ropa e incluso sin zapatos, por haberlos dejado como pago en la taberna”. Y se sabe que el propio Voltaire, quien luego fuera a su vez encarcelado por motivos políticos a raíz de una lettre real, solicitó una petit cachet contra una mujer que según él tenía escandalizado al vecindario. Lo cierto es que las personas que recibían esas cartas no eran juzgadas, sino que se las enviaba directamente a una prisión o a un manicomio. Fueron abolidas por la Asamblea en marzo de 1790.
Michel Foucault trabaja estos mecanismos en La verdad y las formas jurídicas para dar cuenta de los cambios en la sociedad y en sus sistemas penales en el pasaje de la edad clásica a la moderna. Y sostiene que esas peticiones pueden entenderse como formas paralelas de vigilancia, dado que son prácticas de algún modo “espontáneas” llevadas a cabo por un grupo de personas que se dan a sí mismas la tarea de vigilar y mantener el orden. No obstante, Foucault no estudia los sistemas penales en sí mismos, sino como elemento que le permite dar cuenta de transformaciones en el conjunto de la configuración social: cambios en el régimen de visibilidad y de mirada, en el castigo, en el control y la vigilancia.
Señala entonces que estos regímenes no deben ser entendidos simplemente como parte de los sistemas penales, sino que repercuten también en la formación de subjetividades porque el régimen de mirada está incorporado a la vida cotidiana. De hecho, el jardinero que fue objeto de esta vigilancia paralela contemporánea decía: “¿Tengo pinta de delincuente yo? ¿No me vio con la bordeadora?”, asumiendo así que, de haber tenido pinta de “pibe chorro”, se hubiera justificado el “aviso” al agente federal.
Policías, vecinos y ciudadanos, todos caemos en “la trampa de la visibilidad”, como decía Foucault. Y lo cierto es que parecería que, a pesar de presentarse con nuevos ropajes, las lettres de cachet mantienen una sorprendente vigencia.


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