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“Her”

Se hace interesante establecer una comparación entre “Hable con ella” –aquel film de Almodóvar- y “Her”, la excelente película que desde hace unas semanas se ve en los cines. La primera trata sobre un enfermero que establece una relación con una mujer en profundo estado de coma; la segunda gira en torno al diálogo que un varón sostiene con una computadora. En ambos casos media el amor entre un cuerpo que habla y un objeto.
Tras varios meses de relación, la voz del enfermero logra despertar a la bella durmiente; la de la compu –en cambio– envuelve al hombre en la embriagadora ilusión de contar con una satisfacción permanente.
El sueño de una mujer a la medida del ideal macho parece estar logrado: Her (ella) es dócil, adorable, compañera, dulce, atenta y comprensiva.
Pero mientras Her se enriquece con los sentimientos, goces y experiencias que le transmite el cuerpo que habla (el del varón), éste no tolera la multiplicidad de amores que la computadora sostiene de manera simultánea.
Her puede atender más de seiscientas relaciones al mismo tiempo porque carece del pathos –el sufrimiento, la fragilidad, la necesidad, la incompletad- propio de quien porta un cuerpo.
(Por algo se dice que uno se enferma de amor). Her no puede albergar la singularidad de nadie porque está completa; a lo sumo puede brindar satisfacción. Pero la herida de amor no se sacia con satisfacción, sino con el desgarro propio de quien arriesga un compromiso a partir de su propia falta.
El cuerpo es el límite que nos hace humanos, la instancia en que la razón cae derrotada a favor de la singularidad: el refugio de la novedad y la contingencia. Y más aún: es en el cuerpo del Otro donde se refugia nuestra más entrañable intimidad, lo que nos hace únicos, diferentes, nuestro límite.


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