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Miren

Miren: esta soy yo, el sábado 8 de febrero, a la noche, golpeando con furia y con un palo un cubo de basura junto a vecinos que, en cuadras a la redonda, están sin luz desde las cinco de la mañana del día anterior y que ahora cortan el tránsito en Juan B. Justo y Corrientes, Buenos Aires, entre hogueras en las que arden neumáticos. Esta soy yo, el día anterior, descubriendo, al despertar, que no hay luz, y esta soy yo, llamando a la empresa para reclamar. Esta soy yo, una hora después, anotando el número de reclamo. Esta soy yo, cargando de nafta el generador que compré -soy afortunada- para tener luz en un ambiente, y poder trabajar, cuando empezaron los cortes en diciembre. Esta soy yo, poniendo en marcha el generador. Esta soy yo, a las tres, contenta porque volvió la luz. Esta soy yo, a las cinco, incrédula porque acaba de cortarse. Esta soy yo, por la noche, sin luz, sintiendo cosas miserables por los vecinos de enfrente, que tienen. Esta soy yo, el sábado, comprobando que sigo a oscuras. Esta soy yo, llamando a la empresa y escuchando que, debido a la “magnitud del evento”, no hay hora prevista de restitución, y esta soy yo, enfurecida, exigiendo a un empleado respuestas que, lo sé, no puede darme. Esta soy yo, a las siete, contenta porque volvió la luz. Esta soy yo, alarmada porque volvió con baja tensión y las demás manzanas siguen a oscuras. Esta soy yo, ahora sí, golpeando con furia y con un palo, en un barrio que navega en la noche como un barco loco. Esta soy yo, más tarde, en mi departamento, viendo que los canales de televisión que mostraban con ahínco los cortes de luz en diciembre ahora muestran –plácidos- el Carnaval. Esta soy yo, mirándome al espejo bajo la luz malsana, pensando que eso que veo allí es un ser desconocido repleto de sentimientos para los que no fue criado. Un monstruo.



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