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Bergoglismos

Según Wikipedia, fuente de toda sabiduría, se denomina “piñericosas” a “impasses comunicacionales” relacionados con el (casi ex) presidente de Chile, Sebastián Piñera. A mí me encantan las piñericosas. Me dan morbo. Es como rascarse una roncha: duele, pero gusta.
A poco de asumir, refiriéndose al terremoto con tsunami que acababa de sacudir a su país, Piñera dijo, en un discurso, “marepoto” en vez de maremoto. Un marepoto sería algo así como una tormenta marina de nalgas, porque ese es el sentido que tiene “poto” en Chile: trasero, nalgas. Después dijo infinitas cosas: que siempre había admirado al autor de Robinson Crusoe, Williem Dafoe [el actor] en vez de Daniel Defoe [el escritor]; dio por muerto a Nicanor Parra, primero, y lo llamó Nicolás Parra, después; bautizó “galáctea” a la vía láctea (“¿nunca han mirado las estrellas, la galáctea o el fondo del alma?”).
Hace poco, a las piñericosas se sumaron los bergoglismos, que me dan menos morbo. Un argentino empezó a publicar en L’Osservatore Romano artículos acerca de lo que significan ciertas expresiones –bergoglismos- que usa el Papa. Hay argentinismos -ningunear, se pasó de rosca-, y cosas francamente horribles como misericordeando.
En el mes de julio de 2013, durante una charla con periodistas, el Papa dijo, cuando le preguntaron por su postura sobre la homosexualidad: “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. ¿Quién es él?
Yo pensaba que era el mismo que se había opuesto a la ley de matrimonio igualitario en la Argentina, en 2010, con frases como estas: “No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios”; y “aquí también está la envidia del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la Tierra”.
Quizás esa extraña escisión sea también un bergoglismo. Convendría registrarlo.


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