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TENDENCIAS

Derecho a la privacidad en Internet

Hay algo más que hipocresía en la protesta de que el gobierno de Estados Unidos, mediante la National Security Agency (NSA, por sus siglas en inglés), está destruyendo sistemáticamente el derecho de los norteamericanos a la privacidad. Las revelaciones de Edward Snowden han sido despojadas de su contexto social, tecnológico e histórico. A menos que uno haya estado acampando en los páramos de Alaska durante dos décadas, cualquiera sabe -o debería saber- que millones y millones de norteamericanos han entregado conscientemente y, probablemente en la mayoría de los casos con entusiasmo, gran parte de su privacidad al adoptar Internet y los medios sociales.
La gente no abre cuentas en Facebook, Twitter, LinkedIn e Instagram porque desea envolver su vida en misterio. No utiliza servicios matrimoniales on line ni publica videos en YouTube porque valora su anonimato. Internet es un vehículo de autopromoción, publicidad personal y búsqueda de celebridad.
Las encuestas de Pew Research Center confirman que estas conductas están ahora totalmente generalizadas. En 2013, el 85 por ciento de los norteamericanos utilizó Internet. De ellos, casi tres cuartos (73 por ciento) pertenecían a sitios de medios sociales (el mayor: Facebook). Casi un quinto de los usuarios adultos de Internet han cargado videos, muchos con la esperanza, dice Pew, de que “sus creaciones se propaguen como la pólvora”. Entre los “solos que están buscando” compañeros, casi dos quintos (38 por ciento) utilizaron sitios de Internet.

Remedios

Si los norteamericanos piensan que su privacidad ha disminuido peligrosamente, existen remedios. Pueden apagar sus computadoras, deshacerse de sus teléfonos inteligentes y destruir sus tabletas. Por algún motivo, eso parece improbable, aunque otra encuesta de Pew halla que el “86 por ciento de los usuarios adultos de Internet han tomado medidas para evitar su vigilancia por parte de otros individuos y organizaciones”.
A estos sacrificios conscientes de privacidad hay que agregar otras pérdidas colaterales más confusas, orquestadas por Google, Facebook, otras entidades del mundo que proporcionan servicios y los “corredores de datos”, escribe Alice Marwick, de Fordham University, en The New York Review of Books. Escanean las decisiones digitales de los usuarios (sitios visitados, productos y servicios comprados, hábitos y pasatiempos favorecidos) para crear bases de datos, a menudo fusionados con otra información socioeconómica. Mediante ellas se dirige la publicidad, se mejora el atractivo político -la campaña del presidente Obama sobresalió en ese rubro- e influye en las decisiones de contratación, como señaló recientemente Don Peck en The Atlantic.
El daño de la NSA a la privacidad queda minimizado ante el impacto de las actividades de mercado. El sensacionalismo que rodea las revelaciones sobre Snowden cubre ese hecho. Por ejemplo, la revelación de que las llamadas telefónicas de Estados Unidos están abiertas al monitoreo de la NSA. De pronto, se cierne Big Brother. En nuestra mente, vemos las computadoras de la NSA examinando todas nuestras llamadas telefónicas. Estamos expuestos a vigilancia constante y a la posibilidad de que el gobierno utilice incorrectamente la información que encuentra.

Restricciones

La realidad es mucho más limitada. La NSA está gobernada por restricciones legales. No examina toda la base de datos. Busca números individuales sólo después de haber determinado que existe una “sospecha, razonable y expresable” de que se puede conectar cierto número con grupos terroristas. En 2012, hubo 288 casos de este tipo. Después de comprobar eso, la NSA puede obtener tres cosas sobre el número: las fechas de las llamadas realizadas y recibidas durante cinco años; los otros números de teléfono; y el largo de las llamadas. La NSA no tiene derecho a escuchar las conversaciones, pero puede ordenar registros similares de los otros números implicados. En la operación se agarran miles de llamadas; pero el total es insignificante comparado con los incalculables miles de millones de llamadas anuales.
Se debate si estas búsquedas son eficaces en la lucha contra el terrorismo. La NSA dice que son valiosas. Un panel de expertos nombrados por Obama concluyó que el monitoreo “no era esencial para impedir ataques”. Pero, lo que es más importante para los derechos civiles y la privacidad, el panel determinó que las prácticas actuales no se acercan a los abusos pasados. Durante la Guerra de Vietnam, señaló el panel, la CIA investigó a 300.000 críticos antibélicos. El gobierno también trató de “exponer, perturbar y neutralizar sus esfuerzos por afectar la opinión pública”.

Para debatir

Por supuesto, tengamos un debate sobre la NSA. Algunas normas parecen algo sospechosas -espiar a los dirigentes de gobiernos aliados encabeza la lista-. También es importante reconocer que el gobierno puede coaccionar y castigar en formas en que los mercados privados no pueden hacerlo. Pero mantengamos también el debate en perspectiva.
En un mundo digitalizado, el espionaje debe ser digitalizado. Así pues, se produce una guerra cibernética. Nuestros sistemas electrónicos siguen siendo vulnerables, como lo demuestra el reciente robo de datos de millones de tarjetas de crédito y débito en Target. El gobierno y el sector privado deben colaborar más estrechamente para proteger sistemas vitales. Pero estos “esfuerzos están prácticamente muertos en un futuro cercano”, expresa Dmitri Alperovitch de CrowdStrike, una firma de seguridad cibernética. La controversia de la NSA ha “dañado significativamente la confianza entre el sector privado y el gobierno”. Ésa podría ser la consecuencia más insidiosa (e ignorada) del caso Snowden.
Vilipendiar la NSA -permitiendo que Snowden dicte los términos del debate- promueve una historia y políticas incorrectas. Es una historia incorrecta porque los ataques más poderosos contra la privacidad se han originado en los mercados. Es una política incorrecta, porque debilitar la NSA deja a Estados Unidos más expuesto a los ataques cibernéticos.

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