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La nueva globalización

La globalización no es lo que solía ser. En su apogeo, las inversiones comerciales e internacionales (“flujos de capital”) estaban en auge. Consideremos lo siguiente. Entre 1980 y 2007, el valor de las exportaciones globales aumentó casi siete veces, informa la Organización Mundial del Comercio. En cuanto a los flujos de capital, la suma anual se elevó de 500.000 millones de dólares a 11,8 billones de dólares en el mismo período, estima McKinsey Global Institute. Surgieron clases medias nuevas. Cientos de millones de personas escaparon de una miseria tremenda. Todo ello pareció constituir un triunfo del mundo real sobre la teoría económica. El comercio permitió que los países se especializaran en lo que hacían mejor. El capital liberalizado permitió que las inversiones buscaran los réditos más altos.
Los tiempos han cambiado. La globalización no ha quedado anulada, pero ha ingresado en una fase más cautelosa y regulada. Estamos creando un “mundo de portones”, sostiene Greg Ip, editor de economía norteamericana del Economist, en un análisis magistral. “Se han ido levantando murallas” para el libre flujo del comercio y del dinero, escribe. Pero las murallas tienen “portones” que los países pueden abrir y cerrar como les plazca. “Los gobiernos cada vez más escogen con quién comerciar, qué tipo de capital acoger y cuánta libertad permitir (a las empresas) para hacer negocios en el exterior.” El sector privado también se ha frenado; las empresas multinacionales se han vuelto más selectivas en sus compromisos globales.

En las finanzas

Esto es más obvio en las finanzas. Según McKinsey, los flujos de capital internacionales en 2012 representaron sólo el 60 por ciento de su pico, en 2007. La mayor parte de la retirada ocurrió en Europa, donde los bancos habían incrementado drásticamente los préstamos a través de las fronteras. Lamentablemente, eso contribuyó a la crisis económica europea. El crédito fácil permitió que los países deudores -Grecia, España, Portugal, Irlanda- alimentaran auges en la vivienda y déficits gubernamentales. Los bancos, ahora escarmentados, se están deshaciendo de créditos arriesgados y están reconstruyendo su capital, que actúa como amortiguador contra las pérdidas.
Se reconoce ahora que los flujos de capital globales son un arma de dos filos. “Pueden alimentar el auge de préstamos, especialmente en países con sistemas financieros subdesarrollados, conduciendo a crisis devastadoras cuando el dinero se va,” escribe Ip. Los países tratan de suprimir las explosiones de “dinero caliente” en el corto plazo, que busca tasas de interés o rendimiento de acciones más elevados. Un buen ejemplo: Brasil. En 2009, al enfrentar un flujo de dinero extranjero, Brasil impuso un impuesto del 2 por ciento a las compras extranjeras de sus acciones y bonos. Esa tasa fue elevada después a un 6 por ciento y más tarde se suspendió, cuando los fondos extranjeros comenzaron a irse de Brasil. La intención fue suavizar los flujos irregulares en ambas direcciones.
La liberalización del comercio también se debilitó, aunque más gradualmente. Las negociaciones internacionales, con aranceles más bajos y concesiones comerciales para casi todos, han fallado. La última ronda, que se inició en Doha, Qatar, en 2001, sigue estancada. Mientras tanto, los países han recurrido a acuerdos regionales (como el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México), y el comercio queda distorsionado por una variedad de normas, desde tasas de cambio manipuladas (China) hasta créditos subsidiados para exportadores (muchas naciones).
 La globalización refleja tres fuerzas básicas: costes de transporte más bajos (contenerización, flete aéreo); comunicaciones más baratas (servicios telefónicos, Internet); y políticas gubernamentales favorables. Los dos primeros son permanentes; el tercero, no lo es. Lo que Ip llama globalización “de portones” también puede describirse como “a la carte”. Los países quieren escoger -adoptar lo que sirve y rechazar el resto-. Es comprensible, ¿pero es viable? ¿Puede coexistir la globalización con un creciente nacionalismo? ¿Puede superar la rivalidad entre Estados Unidos y China?
Con el lento crecimiento económico -causado en parte por una globalización titubeante- se intensifican las sospechas múltiples. En ambos bandos, hay gran terreno para la desconfianza. Muchas empresas norteamericanas se ven como víctimas de una competencia deshonesta en China y en los mercados de exportación. “China ha utilizado durante largo tiempo operaciones conjuntas compulsivas, transferencia de tecnología y acceso a tierras baratas y préstamos de bancos que son propiedad del estado para impulsar sus empresas en sectores estratégicos,” escribe Ip. Y China no es la única que da trato preferencial a sus empresas.

Recelos diversos

Por otro lado, China y muchas naciones consideran a Estados Unidos como un desestabilizador de la economía global. Primero surgió la crisis financiera de 2008-9. Ahora existe la amenaza del incumplimiento de pagos. Se supone que Estados Unidos debe fortalecer la confianza; en cambio, hace lo opuesto.
La globalización siempre ha tenido sus disidentes, especialmente entre los trabajadores que perdieron sus puestos de trabajo o cuyos jornales decayeron a causa de la competencia internacional. Pero sus quejan quedaron amortiguadas por el sólido crecimiento económico general. Ahora podría ocurrir lo opuesto: El crecimiento lento podría amplificar las quejas contra la globalización. El peligro es que los gobiernos de todo el mundo, tratando de protegerse contra los vicios de la globalización, dañen sus virtudes.

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