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ECONOMÍA

La economía y la fiesta del dinero fácil

Estamos descubriendo ahora los límites del dinero fácil.

Durante más de cuatro años, los bancos centrales del mundo -liderados por la Reserva Federal de Estados Unidos- han bombeado dinero agresivamente en sus economías para estimular una reactivación más rápida. Estas infusiones son enormes. Entre 2007 y la actualidad, los bienes de los principales bancos centrales casi se han duplicado de 10,4 billones de dólares a 20,5 billones de dólares, informa el Banco de Pagos Internacionales (BPI) en su informe anual, que acaba de darse a conocer. Cuando estos bienes (bonos, hipotecas y otros instrumentos financieros) se compran, los vendedores reciben efectivo. El propósito del aluvión de efectivo es bajar las tasas de interés, elevar los precios de las acciones y el valor de los bienes raíces, y restaurar la confianza y un crecimiento económico más enérgico.
El veredicto más bondadoso sobre este experimento monetario masivo es que sus beneficios han sido modestos. En Estados Unidos, sí redujo las tasas de interés a largo plazo y, en cierta medida, reforzó las acciones. Aún así, la velocidad de la recuperación norteamericana (alrededor de un 2 por ciento anual) representa aproximadamente la mitad del promedio de todas las recuperaciones entre 1960 y 2007. Con respecto a la economía global, ésta creció un 2,5 por ciento en 2012, mientras que entre 2003 y 2007 el promedio de su crecimiento fue un 3,7 por ciento. Pocos países importantes están mejor ahora que antes de la crisis financiera. El dinero barato no ha representado un éxito deslumbrante. Aún así, cuando la Reserva sugirió, la semana pasada, que iba a reducir la compra de bonos este año, las acciones bajaron.

Obstáculos

Ésa es una desventaja: Es difícil revertir la política de dinero barato con gracia. El problema mayor es que los bancos centrales están intentando hacer cosas que escapan a su poder. Stephen Cecchetti, jefe economista del BPI expresa: “El estímulo monetario por sí solo no puede conducir las economías hacia un sendero de crecimiento robusto y auto-sostenible, porque las raíces del problema que impide ese crecimiento no son monetarias.” En el informe anual, Cecchetti sostiene que las tasas de interés bajas podrían hasta ser contraproducentes. Facilitan el financiamiento de grandes déficits presupuestarios y pueden retrasar recortes necesarios, aunque impopulares. (Creado en 1930 para ayudar a pagar las deudas de la Primera Guerra Mundial, el BPI ahora sirve principalmente como un foro de cooperación financiera internacional.)
La preferencia de Cecchetti por la reducción del déficit es controvertida; los economistas no concuerdan sobre la necesidad de recortar los déficits. Pero su punto principal es correcto y podría no haberse expresado lo suficiente. El dinero barato no puede rescatar la economía global. En verdad, aunque nadie se atreva a decirlo, quizás no haya un conjunto de políticas plausibles para neutralizar todas las fuerzas que retardan el crecimiento.
La más poderosa de ellas, en Estados Unidos, como he indicado repetidamente, es el legado de la crisis financiera y de la Gran Recesión. Su aspecto repentino y su magnitud aleccionaron y asustaron a la población, haciendo tambalear el optimismo y la vitalidad. Las familias, empresas, banqueros, reguladores gubernamentales -casi todo el mundo- se volvieron más cautos y, en la jerga económica, experimentaron “aversión al riesgo”. Los consumidores escatimaron los gastos; las empresas limitaron la contratación y las inversiones. Las deudas que parecían soportables pronto se volvieron una carga. Las firmas y las familias se “desapalancaron”.

Industria clave


El avance tecnológico, un motor de crecimiento en los años 90, también parece haberse tambaleado. El economista Robert Gordon, de Northwestern University, sostiene que el auge de la tecnología de la información se está debilitando. Un nuevo estudio de la Reserva Federal proporciona algunas pruebas de corroboración. Halla que entre 1995 y 2004, la productividad de la mano de obra -una medida de la eficiencia- en el sector empresarial no-agrícola aumentó un 3,1 por ciento anualmente, y alrededor de la mitad de la mejora provino de la tecnología de la información. Entre 2004 y 2012, los avances anuales promedio cayeron un 1,6 por ciento, y la TI proporcionó un poco más de un tercio.
Finalmente, los cambios demográficos podrían perjudicar. A medida que los norteamericanos envejecen, pueden frenar sus gastos. (En 2000, la población de 65 y más años representaba el 12 por ciento del total; para 2025, se proyecta que representará casi el 19 por ciento). Sus deseos quizás no hayan menguado, pero no saben si vivirán más que sus ahorros. El declive en las cuentas jubilatorias -en muchos casos ahora revertido- podría repetirse. Los beneficios del Seguro Social y de Medicare podrían recortarse. Estas incertidumbres provocan cautela.

Recuerdos de la crisis


El crédito barato no encara ninguno de estos problemas directamente; e indirectamente, lo hace sólo con debilidad. No puede borrar los recuerdos de la crisis financiera. No puede crear nuevas tecnologías. No puede hacer que los ancianos sean más jóvenes. En el mejor de los casos, el dinero fácil ayudó a la recuperación de la vivienda; en el peor, se convirtió en un narcótico del mercado de valores, que no puede retirarse sin dolor.
Lo que sugiere una cuestión mayor. Se enseña a los economistas en la escuela de posgrado, que los avances en su disciplina permiten estabilizar y, dentro de amplios límites, controlar la actividad económica. Pero, ¿qué si no es así? Los feroces debates entre economistas indican que el consenso ya no existe. Inevitablemente, hay políticas mejores y peores; pero en el tiempo real, no siempre puede distinguirse cuál es cuál. Los ciclos comerciales perduran. Las fuerzas del mercado aún dominan; la capacidad de dominarlas y darles nueva forma sigue siendo limitada. El tiempo, en igual medida que las políticas a seguir, quizás promueva la recuperación.

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