Han pasado cinco años desde el inicio de la crisis financiera en el mundo -el rescate de Bears Stearns en marzo de 2008- y aún no sabemos si el sistema bancario está seguro. En un discurso reciente, Daniel Tarullo, el vocero de la Reserva Federal de Estados Unidos para regulaciones, sostuvo que hay un progreso considerable, aunque incompleto. Como ejemplo, citó la duplicación del capital propio en las 18 mayores empresas propietarias de bancos, de 393.000 millones de dólares en 2008 a 792.000 millones de dólares a fines de 2012.
El capital propio es el dinero de los accionistas; actúa como amortiguador de pérdidas. Es interesante que la muy publicitada pérdida de 6.000 millones de dólares en que incurrió el trader de JPMorgan Chase, de sobrenombre London Whale, confirma ese punto: a pesar del tamaño de la pérdida, nunca amenazó con provocar pánico ni inestabilidad financiera general.
También tenemos Dodd-Frank, la ley de 848 páginas llamada así por sus impulsores, ahora jubilados, el senador Christopher Dodd y el representante Barney Frank, quienes actuaron como presidentes de importantes comités del Congreso durante su creación. Aunque enormemente complicada, la ley encarnó una teoría simple de la crisis: que los bancos y otras instituciones financieras la provocaron por falta de criterio y por prácticas éticamente cuestionables. Esa teoría justifica reglas más estrictas para evitar colapsos futuros. Retrospectivamente, Dodd-Frank podría parecer inevitable. Pero no lo es.
En un importante libro titulado Act of Congress, Robert Kaiser, del Washington Post, muestra que, hasta su aprobación en 2010, esa legislación destinada a la reorganización financiera debió esperar largo tiempo, al tener que competir, para captar la atención, con la propuesta de ley de salud del presidente Obama. “La cultura política de los Estados Unidos no se destaca en realizar múltiples tareas al mismo tiempo,” escribe Kaiser. “Tendemos a permitir que el tema más controvertido o dramático del momento acapare la discusión y el debate”.
Pero las causas mayores de su demora fueron la complejidad y la polémica que provocaba. Sí, el status quo debía modificarse, pero había agudos desacuerdos sobre la manera de hacerlo. Muchos grupos de presión lucharon para incidir en el resultado, o para protegerse. Los demócratas exigían una nueva entidad centrada en los consumidores (que fue, finalmente, la Oficina de Protección Financiera para el Consumidor). Los republicanos temieron una duplicación y abogaron para que la regulación del consumidor quedara en manos de la Reserva Federal. A pesar de los intensos lobbys, informa Kaiser, los grandes bancos y los bancos de inversiones tuvieron menos influencia que los 7 mil bancos comunitarios más pequeños y las 18.000 agencias de ventas de automóviles. Se le echó a Wall Street la culpa de la crisis; los banqueros pequeños y las agencias de automóviles tenían lazos profundos en los distritos electorales.
Prácticamente el único acuerdo de los dos partidos fue: no más rescates de entidades financieras (durante la crisis, los grandes bancos e instituciones financieras obtuvieron créditos de la Reserva Federal y recibieron fondos del Programa para Alivio de Activos en Problemas). Y además, la ley Dodd-Frank no obtuvo mucho apoyo republicano. La legislación final incluye un nuevo “Consejo para la Supervisión de la Estabilidad Financiera” -presidido por el secretario del Tesoro- para identificar tendencias peligrosas, además de restricciones para las “operaciones patrimoniales” de los bancos (la compra-venta de títulos para sus propias cuentas, no las de los clientes) y para las operaciones con “derivados” (contratos de futuros, opciones y demás). Otras estipulaciones intentan terminar con la doctrina de “demasiado grande para quebrar” que justificó la asistencia a instituciones financieras débiles.
Intervenciones ante “excesos” del capitalismo
Como señala Kaiser, Frank considera la ley como la tercera intervención gubernamental histórica para salvar al capitalismo de sus excesos. La primera ocurrió a principios del siglo XX, cuando Theodore Roosevelt envió leyes anti-trust para limitar el poder de empresas industriales masivas y el Congreso creó la Reserva Federal en 1913, a fin de mejorar la estabilidad financiera. Franklin Roosevelt orquestó la segunda gran intervención con el establecimiento de la Comisión de Valores y Cambio, para que vigilara el mercado de valores, y la Corporación Federal para el Seguro de los Depósitos, a fin de impedir los pánicos bancarios.
¿Peor el remedio que el mal?
Pero hay al menos dos problemas que podrían descarrilar este rendez-vous con la Historia. Sin duda, los endebles préstamos de los bancos y sus arriesgadas inversiones casi causaron que el sistema financiero se derrumbara. Pero a causa de la crisis financiera resultante y de la Gran Recesión, los bancos ya han apretado sus estándares de crédito. El aluvión de reglas y restricciones de la ley Dodd-Frank -junto con las actitudes más estrictas de los reguladores- podrían multiplicar la cautela. Los bancos más rígidos podrían impedir una economía más dinámica, un crecimiento más rápido y un desempleo menor.
Una segunda posibilidad es que Dodd-Frank empeore la inestabilidad en otra crisis. En 2008-9, la Reserva Federal confió mucho en la sección de la Ley de la Reserva Federal que le permite expandir su capacidad como “entidad crediticia de último recurso”, para proporcionar préstamos y detener el pánico, al recibir una autorización amplia para proporcionar créditos y discreción para determinar el valor de las garantías. Pero como reflejo de la indignación de la población sobre esos rescates, ahora la ley Dodd-Frank redujo esos poderes.
Si la Reserva Federal no puede responder con celeridad en una crisis, puede surgir un pánico que se alimente a sí mismo. La última crisis quizás se haya producido no tanto por regulaciones demasiado flexibles sino por una prosperidad prolongada que volvió complacientes a banqueros y reguladores. Si la culpa fue de “los buenos tiempos”, las crisis futuras podrían ser inevitables.
Por lo tanto, ¿salvará Dodd-Frank el capitalismo o lo sofocará? Podrían pasar años hasta que lo sepamos.
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