TENDENCIAS

Vínculos del poder con el derecho y la política

Dijo José de San Martín: “La soberbia es una incapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”. Esta frase, pronunciada por uno de nuestros más nobles próceres, me lleva a reflexionar acerca de la manera en que hoy en día esas “cuotas de poder” se vinculan con el derecho y la política en el contexto democrático.
Las palabras “derecho” y “política” están estrechamente vinculadas a la esencia del ser humano y ésa es una de las razones por las cuales a pesar de que todos creemos estar hablando de lo mismo, cada uno les da distinto sentido y alcance.
La disputa por el poder, la influencia de las ideologías y el derecho como una espada de doble filo para controlar o concretar ambas, se ha presentado bajo distintas formas a lo largo de toda la historia de la humanidad.

Concepciones opuestas

No obstante ello, durante el siglo XX, y a raíz del impacto producido por la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, fue cuando con mayor preocupación se han desarrollado importantes teorías tendientes a establecer el control del poder político a través del derecho, o viceversa.
Las dos concepciones filosófico-políticas opuestas en esa época fueron sostenidas por dos juristas y filósofos: el austríaco Hans Kelsen y el alemán Carl Schmitt.
La posición de Kelsen fue en su momento muy progresista pues significó la lucha contra un derecho controlado por el Estado en época de la monarquía austrohúngara. Difundió la idea de que el derecho no debe ser entendido como separado y subordinado al Estado, sino que ambos conceptos son lo mismo, porque el Estado es en definitiva un orden jurídico. Como consecuencia de esto planteó la necesidad de lograr un control de la política a través del derecho.
Así, Kelsen sostuvo la necesidad del control constitucional del poder a través de la función judicial, pues todo conflicto de intereses generado desde el poder es, necesariamente, un conflicto de carácter jurídico y como tal, sujeto a la decisión de los jueces.
Pero con la caída de la República de Weimar en Alemania y el advenimiento del nacionalsocialismo en 1933, surge una concepción distinta del Estado entendido no como una comunidad de leyes, sino únicamente como una comunidad del pueblo.
De esta manera el principio de control jurídico constitucional propuesto por Kelsen fue cambiado: los jueces no controlan las decisiones políticas con instrumentos jurídicos sino que las normas son controladas sobre la base de ideologías políticas. El juez es considerado un representante de esa comunidad viviente y no debe atenerse a las leyes, sino a los principios y a las directrices que le imparte quien encarna el espíritu de dicha comunidad (que en Alemania de esa época era el “Führer”, palabra que, precisamente, significa “conductor”).
Estas ideas fueron especialmente desarrolladas por Carl Schmitt, quien cambió los principios de pluralismo y libertad que deben regir en la democracia, por una masificación a la cual llama “homogeneidad”. La masificación “despersonaliza” al individuo y está por encima de los conceptos de discusión y publicidad. Por eso, para Schmitt, la relación fundamental en la política es la de “amigo-enemigo”, y como consecuencia el derecho debe ser controlado a toda costa por el poder político. Así construyó una teoría del Estado sobre el presupuesto de “lo político”, relegando a un segundo plano “lo jurídico”.

El rol de la democracia

Estas dos teorías, aunque del pasado siglo XX, se proyectan con notable actualidad hasta nuestros días, pues influencian profundamente la visión de lo que es el sistema democrático, dentro del cual el mecanismo de elección representativo ejercido por el pueblo es uno de los elementos fundamentales, pero no el único: La democracia es también un sistema limitativo de la autoridad a través del derecho, de esencia dialéctica o discursiva, garantizadora del valor paz, cuyo principio radica en que el sujeto reclama la libertad no sólo para sí sino también para los demás, a diferencia de la autocracia, donde el secreto de la obediencia está en la identificación con la autoridad.
Siguiendo la idea kelseniana es posible entender que la democracia aspira a conformar una sociedad de colaboración entre iguales, sin directivas tuteladoras. Se trata, en definitiva, de que cada uno ejerza su propia responsabilidad en un marco de libertad.
A través de la legalidad, la libertad, la tolerancia y el respeto de las minorías la democracia crea a sus propios adversarios, mientras que la autocracia suprime a quienes considera enemigos.
En síntesis, se trata de cambiar la idea de “el Estado soy yo” de la autocracia, por idea democrática de “el Estado somos nosotros”.
Si se cumple este principio fundamental, tal vez podamos hacer realidad el pensamiento sanmartiniano y logremos, finalmente, minimizar los efectos de la incapacidad que genera la soberbia del poder.