None
ECONOMÍA

La lotería del PBI

Es inevitable. Entre diciembre del año viejo y enero del nuevo, los economistas brotan de todos los rincones dando a conocer sus pronósticos sobre cómo evolucionará el Producto Bruto. Es tan inevitable como la desesperación de periodistas, consultores y analistas varios por conseguir el porcentaje mágico que invariablemente olvidarán doce meses después. 

Para refrescar la memoria y sin que esto signifique una apreciación negativa de quienes enunciaron los pronósticos, conviene repasar qué se proyectaba como crecimiento del 2012 hace poco más de un año. 

En el proyecto de Presupuesto presentando al Congreso el entonces ministro de Economía, Amado Boudou, fijaba una pauta del 5,1 por ciento, que su sucesor Hernán Lorenzino seguía sosteniendo nueve meses después. Más exultante era la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, que en diciembre de 2011 aventuraba “un crecimiento el año que viene en torno al seis por ciento”. 

No le fueron en zaga el FMI con el 4,7 y el Banco Mundial con el 4,5 por ciento. Y si bien los economistas particulares mostraban mayor moderación, no faltaban optimistas como Miguel Bein apuntando al 3,6 por ciento. 

Todos mucho más optimistas que el custodio del relato estadístico: hasta noviembre, el estimador de la actividad económica del Indec se jugaba por un módico 1,8 por ciento, confirmado como número final para todo el año por la presidenta, siempre fiel a su costumbre de anticipar la información de su propio Gobierno. 

Y para Orlando Ferreres, en realidad lo que hubo fue una caída del 0,3... 

En fin, tanta precisión como identificar a una persona entre 20 y 60 años, de 1,40 a 2,10 metros y con un peso de 40 a 90 kilos. 


Danza de números 


La danza de números (la diferencia entre 6 y -0,3 por ciento equivale a unos 28 mil millones de dólares) es una constante de todas las épocas, aunque nadie se aproxima a la pifia de Domingo Cavallo en 2001, que proyectó un crecimiento del 7,5 por ciento para el fatídico 2002, el año de mayor caída del producto desde que se cuentan con registros oficiales. 

Esa danza revela la imposibilidad de prever la evolución de una economía que depende de múltiples factores, muchos fuera del control de las autoridades nacionales de turno (o algunos, como el cepo y su progresiva profundización, creados artificialmente por ellas). 

Sumarse, entonces, a la lotería de pronósticos para 2013 es absolutamente estéril. Sólo queda observar y analizar algunas variables que puedan incidir en la evolución del PBI cuyo porcentaje real de aumento (o caída) tampoco se conocerá dentro de un año. Gentileza del Indec, a no ser que se tome por cierto el crecimiento de 1,8 por ciento en 2012. 

Por lo pronto, cuesta encontrar algún elemento al que aferrarse para acoplarse a la tesis de una supuesta mejora respecto de los resultados de 2012 que manejan algunos economistas, muchos cautivados por la supuesta tríada salvadora de Brasil, la soja y el gasto público. 


El caso brasileño 


En el caso del vecino del Mercosur, las recientes revisiones a la baja de las proyecciones de crecimiento presentadas por el FMI dan cuenta de algo que se viene analizando en la región. Se da por seguro que la economía brasileña crecerá en 2013, pero no en los niveles que se esperaban meses atrás. 

En el Planalto acaban de lanzar un plan de rebaja de los precios de la energía eléctrica para la industria con el propósito de mejorar la competitividad, habida cuenta que no queda demasiado margen para hacerlo vía tipo de cambio sin que esa devaluación del real se traslade a precios. 

Por el contrario, el temor a un desborde inflacionario hizo modificar los criterios respecto de la paridad cambiaria y el real se apreció más del 2 por ciento en lo que va de esta semana. Es que, a diferencia de la Argentina, en la mayoría de los países del planeta se considera a la inflación un mal a combatir. Preocupaciones no le faltan a Dilma Rousseff en ese sentido, luego de finalizar un 2012 en el que el índice llegó a un alarmante 5,8 por ciento. 

La mitad del IPC oficial del Indec y casi la quinta parte del estimado por las consultoras censuradas por Comercio Interior. 

Al respecto, el dilema a resolver es hasta qué punto los intentos antiinflacionarios del Brasil (donde se perfila un enero con el 0,8 por ciento) repercutirán en su actividad económica y, por añadidura, en la de la Argentina. 

En cuanto a la soja, se especula con que el crecimiento de China, principal demandante de la oleaginosa y el “culpable” de que su precio se cuadruplicara en una década, sea mucho más moderado que en los últimos años. 

Ya se sabe que el aumento de sus importaciones será el más moderado de los últimos seis años, cuestión crucial para esta parte del mundo que desde hace una década vive de lo que compran los asiáticos. Lo que podría implicar menores volúmenes de venta, para colmo a un precio que se ubica casi un 20 por ciento debajo de los valores de setiembre de 2012. 


Sojadependencia 


Malas noticias para el gobierno más sojadependiente de la historia argentina, a pesar de los discursos en contrario. La utilización del gasto público como impulsor de la demanda agregada ya llegó a sus límites. 

Sólo falta que el Gobierno lo admita, tarea para la que es necesario reconocer la inflación más alta del continente y que la Secretaría de Hacienda le explique a la Presidenta cómo se llega a cuentas públicas pretendidamente superavitarias. 

Los aportes del Banco Central y la Anses al Tesoro son crecientes y cada vez cobran más relevancia en los ingresos totales. Pero como esos recursos no se coparticipan, las provincias y los municipios recurren como nunca antes al aumento de la carga impositiva y de tasas. 

Hoy la presión tributaria se acerca al 37 por ciento del PBI, según diferentes mediciones privadas. Y lo que es peor, el esquema de centralismo fiscal vigente es una virtual invitación a seguir incrementando los impuestos provinciales. 

Sería más que una ingenuidad creer que esa carrera no tendrá sus costos políticos y sociales. Si en condiciones relativamente normales es casi imposible predecir la evolución del PBI con doce meses de anticipación, los escenarios descriptos transforman esa tarea en una lotería. Quien quiera hacer sus apuestas, que las haga. Pero eso no es economía.

COMENTARIOS