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ECONOMÍA

Una nueva inflación

Hay palabras o frases que pueden pasar totalmente desapercibidas o, por el contrario, ser el centro de todos los comentarios. Todo depende del contexto político, económico y social que haga en definitiva de caja de resonancia.
Así fue que a lo largo de 2011 y 2012 varios economistas lanzaron advertencias sobre las semejanzas del actual proceso económico con el de mediados de 1975 que desembocó en el “Rodrigazo”, pero sus llamados de atención pasaron sin pena ni gloria.
Sin embargo, el mismo concepto puesto sobre el tapete días atrás por José Ignacio de Mendiguren se transformó en cuestión de horas en el eje de discusión de empresarios, sindicalistas y funcionarios.
Y no porque el presidente de la UIA esté provisto de un magnetismo avasallante sino porque, a diferencia de algunos meses atrás, hoy la amenaza parece haber cobrado sentido.

Las diferencias

Más allá de las diferencias económicas y sobre todo políticas entre las dos etapas, sindicalistas y empresarios advierten algo distinto en este 2013 que recién comienza. No hace falta aclarar que la inflación no es una novedad en una Argentina con tasas anuales de dos dígitos durante siete años consecutivos.
El año pasado, el país pasó a liderar las posiciones en el continente, con un nivel cercano al 25 por ciento que adquiere más relevancia si se tiene en cuenta que esta vez no fue un “efecto no deseado” del crecimiento económico.
Pero 2013 marca una divisoria de aguas en cuanto a los factores que originan el problema.
A grandes rasgos, el alza de precios de 2006 en adelante fue la resultante de una combinación de una emisión monetaria superior a lo recomendable por cualquier observador de la realidad (en algunos años, más del 40 por ciento) con otros dos factores que hicieron las veces de “ancla” para que los precios no acompañaran esa suba: un dólar subvaluado y precios de servicios públicos regulados y, en algunos casos, congelados.
Después de la explosiva suba de 1 a 4 pesos en el primer semestre de 2002 (único lapso en el que se gestó el “tipo de cambio competitivo” del que hace tiempo no se habla), el dólar atravesó poco más de una década con una cotización que invariablemente corría por detrás a los precios al consumidor medidos en pesos.
Con menor intensidad en su apreciación pero en un período que duplicó al funesto experimento de Martínez de Hoz, la década 2002-2012 fue una versión suave de “tablita”. Ese dólar “planchado” fue el que impidió que el 800 por ciento de expansión de la base monetaria en ese lapso se trasladase a los precios en la misma proporción.
La actualidad argentina es una comprobación de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. O tres, si se recuerda cómo terminaron no sólo la tablita de Martínez de Hoz sino también la convertibilidad de Cavallo.
El dólar no puede estar eternamente subvaluado y no hay cepo que pueda evitarlo. Por el contrario, fueron esas restricciones en gran medida las que impulsaron la disparada del “blue” agrandando la brecha con el dólar formal a más del 50 por ciento.

La referencia del blue

Que el mercado paralelo sea pequeño no significa que su cotización deje de ser referencia a la hora de formar precios. En todo caso, antes de hacer declaraciones el vicepresidente Amado Boudou debería preguntarse por qué es tan frágil la economía como para correr el riesgo de ser jaqueada por los que son apenas “grupos minoritarios”.
La otra de las anclas recién está comenzando a recogerse, en medio de fintas políticas por el traspaso del subte, necesidad de recomponer los precios relativos y la urgencia fiscal por ponerle un tope a los subsidios.
Lo cierto es que su impacto ni siquiera pudo ser eludido por el índice de precios al consumidor del Indec, que tuvo en diciembre el alza mensual más importante desde febrero de 2010. La causa de ese 1 por ciento (se reitera, es el índice oficial) fue el aumento en las tarifas del autotransporte y trenes en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, aun así las más bajas del país y, en consecuencia, las que cuentan con mayor margen para futuros ajustes.
No obstante, como la metodología de cálculo de la inflación parte de promediar los precios de cada día de un mes, el impacto de ese aumento aún no se trasladó por completo a los números oficiales.
En diciembre, las nuevas tarifas entraron en vigencia en los últimos 11 días del mes, con lo que el promedio final fue de un 12 por ciento. En enero, los nuevos valores comenzaron a regir desde el primer día y tendrán un impacto del 19,4 por ciento.
De todos modos, es sólo el primer paso. Habrá que sumar en lo que resta del año el inminente incremento del 40 por ciento en el subte propuesto por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y queda por verse, en un año electoral, cómo resuelve la administración nacional la “sintonía fina” en las tarifas de otros servicios públicos.
Esta inflación de segunda generación parte, además, del piso más elevado que se registre desde 2003, con un 25,6 por ciento de tasa anual de acuerdo con el promedio de las consultoras censuradas por la Secretaría de Comercio Interior.
Con esta plataforma, los llamados de alerta por una posible proyección de un 30 por ciento para todo 2013 parecieran ser más que prudentes. Al respecto, habrá que recordar que la diferencia entre 25 y 30 por ciento anual no es más que cuatro décimas de punto por mes.
Con las dos anclas levadas, el Gobierno deberá evaluar a qué recurrirá para evitar una aceleración de la inflación. Difícilmente el sindicalismo, aun el más oficialista, acepte asumir un rol tan poco presentable ante sus bases.
Sin contrapeso a la vista, el Banco Central se enfrenta ante la disyuntiva de atenuar la emisión monetaria o seguir alimentándola. Después de todo, las crisis no se amasan en un día, pero su desenlace por lo general es imprevisible. ¿O acaso alguien sabía quién era Celestino Rodrigo en 1974?

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