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Los dos mundos de la droga

La inclusión o la vulnerabilidad trazan una frontera decisiva. Definir estrategias de intervención muy diferentes sobre estos dos ámbitos es una obligación ética y social, ya que las nuevas clasificaciones en cuanto a los patrones de uso y/o abuso se manifiestan de manera disímiles en ambas esferas.

Este año, cuando se trate en el Congreso la nueva ley de drogas hay un aspecto que tiene amplia coincidencia entre todos los sectores: nadie debe ir preso por consumir sustancias siempre y cuando sea para uso personal.
Se trata en definitiva de sacar el problema del plano legal para ubicarlo en una perspectiva de la cual no debería haber salido nunca, la salud. No obstante, un problema social no se soluciona de fondo con una ley por más justa que sea ya que se debe tener en cuenta a qué nos referimos cuando hablamos de los usuarios de drogas.
Existen dos universos de usuarios de drogas: los incluidos socialmente, que cuentan con sus necesidades básicas satisfechas y que gozan del acceso a servicios de salud, vivienda y educación; en ellos el problema se manifiesta de una manera específica.
Tenemos otra constelación, la de un enorme sector en situación de vulnerabilidad social o exclusión donde el acceso a la salud, educación y bienestar es muy dificultoso en el mejor de los casos o inexistente en el peor.
Analizar y definir estrategias de intervención muy diferentes sobre estos dos mundos es una obligación ética y social, ya que las nuevas clasificaciones en cuanto a los patrones de uso y/o abuso se manifiestan de manera disímiles en estos dos mundos.
En el ámbito de la inclusión se quebró el antiguo paradigma del aumento secuencial que escuchábamos en las charlas de prevención de antaño. Se afirmaba que después de la primera etapa de uso seguiría la de abuso y, casi cual profecía, se caería inexorablemente en la dependencia, pero la realidad nos indica que no es cierto, si bien todo consumo acarrea riesgos.
Hay jóvenes que experimentan ocasionalmente y dejarán de consumir. Otros pasarán a ser usuarios para los cuales su vida no gira en torno al consumo sino que tienen prevalencia los proyectos positivos, la familia, deportes, vínculos y el trabajo. Los que avancen en el aumento secuencial serán usuarios problemáticos, conservarán sus actividades positivas de manera precaria ocupando el consumo paulatinamente un lugar central con consecuencias evidentes.
El último eslabón es la adicción.
En este punto se abandonaron las actividades socializantes, el trabajo o estudios; la vida de la persona gira en torno a las sustancias, el grupo familiar recibe los golpes de la adicción con todo el cúmulo de consecuencias devastadoras y traumáticas.
¿De qué factores depende que un sujeto avance en los estadios según estas nuevas clasificaciones?
De las condiciones de vida sociofamiliares previas al consumo. Un joven que, aun con disfunciones familiares, conserva una red social positiva y proyectos motivantes, tiene mayores chances de detenerse en la experimentación o limitarse en hacer uso sin que sean las sustancias el centro de su vida.
Aun en aquellos que avanzan paulatinamente en las secuencias existe una red de contención para ayudarlos. Este sector, el de los usuarios de drogas, necesita protección e información. También los usuarios problemáticos y adictos. Sin embargo, es justamente en estos grupos donde más carencias de intervenciones preventivas se observa. Estos usuarios son el sector más estigmatizado, donde llega más la ley que la prevención.
Desde esta perspectiva se entiende por qué en los sectores más vulnerables el paso de experimentador a adicto ocurre en apenas meses.
 Las virulentas condiciones sociofamiliares previas al consumo son equiparables a la agresividad de la droga de prevalencia, el paco. Ahí no hay elección sobre las drogas, hay continuidad, supervivencia y vacío.
Estamos en un momento “bisagra” en relación a la temática de las drogas. Si no entendemos que todos los usuarios y adictos son sujetos de derecho y ciudadanos que requieren cuidados quedarán varios sectores sociales desprotegidos de políticas que los alcancen. Admitir este punto no es festejar una falsa inocuidad de las sustancias, sino que nos llevará a reconocer que no sólo es prevención evitar que un joven pruebe drogas sino también evitar que un usuario encarame hacia otro estadio de mayor riesgo.
Romper el paradigma de la guerra contra las drogas es entender que una sociedad puede tener paz a pesar de que las drogas convivan entre nosotros: esto no es resignarse. La paz se encuentra en aceptar que todos necesitan solidaridad y atención de su salud integral y que llegue a su territorio la prevención.
Para que los jóvenes que nunca experimentaron no lo hagan, para que los usuarios no escalen en otros estadios y para que los usuarios problemáticos, adictos y sus familias estén dentro de un sistema de protección social e información, contenidos y cuidados, en los dos mundos de usuarios de drogas, pero sobre todo en los sectores más vulnerables . Ahí es donde más hay que estar y donde existe una deuda social pendiente.