DESIGUALDAD SOCIAL EN EE.UU.

Impuestos y ricos

Los ricos tenemos que acostumbrarnos a pagar impuestos. Es mucho lo que los ricos tenemos para invertir. Los Forbes 400, los individuos más ricos de los Estados Unidos, batieron este año un récord de riqueza como grupo: 1,7 billones de dólares. Es más de cinco veces el total de 300.000 millones de 1992. En los últimos años, mi grupo ha dejado a la clase media muy atrás.
Nos ha impulsado un fuerte viento de cola de reducciones impositivas. En 1992, los impuestos que pagaron los cuatrocientos ingresos más altos en los Estados Unidos (un universo que difiere de la lista de Forbes) promediaron el 26,4 por ciento del ingreso bruto ajustado. En 2009, el año más reciente del que se tienen datos, la tasa fue de 19,9 por ciento.
Es bueno tener amigos influyentes. El ingreso promedio del grupo fue en 2009 de 202 millones de dólares, vale decir un “sueldo” de 97.000 dólares por hora sobre la base de una semana laboral de cuarenta horas. (Asumo que se les paga la hora del almuerzo.) Sin embargo, más de la cuarta parte de esos súper ricos pagó menos de 15 por ciento de sus ingresos, sumados los impuestos federales a los ingresos y patronales.
La mitad de ese grupo pagó menos de 20 por ciento. Además -siéntense-, algunos no pagaron nada. Ese escándalo destaca la necesidad de más que una simple revisión de las tasas impositivas al sector de ingresos más altos, si bien eso es sólo un primer paso.
Apoyo la propuesta del presidente Barack Obama de eliminar las reducciones de impuestos de Bush a los contribuyentes de elevados ingresos.
 De todos modos, preferiría establecer la línea en algún punto por encima de los 250.000 dólares, tal vez en los 500.000 dólares.
Por otra parte, necesitamos que el Congreso establezca -ya mismo- un impuesto mínimo a los altos ingresos. Sugeriría un 30 por ciento de ingreso gravable entre 1 millón y 10 millones de dólares, y un 35 por ciento sobre montos que superen esas cifras. Una regla simple y clara como esa bloquearía los intentos de lobbystas, abogados y legisladores sedientos de contribuciones de mantener una situación en la que los súper ricos pagan impuestos muy inferiores a los que pagan personas cuyo ingreso es una parte insignificante del nuestro . Sólo un impuesto mínimo a los ingresos muy altos evitará que los defensores de los ricos conviertan la tasa impositiva en una cáscara vacía.
Ante todo, no debemos postergar esos cambios en nombre de una “reforma” del código impositivo. Es cierto, los cambios son muy necesarios.
Tenemos que deshacernos de encuadramientos como “ganancias”, que permiten que el ingreso producto del trabajo se convierta por arte de magia en aumentos de capital. Además, es indignante que la correspondencia de las Islas Caimán pueda ser central para las maniobras impositivas de personas y empresas ricas.
La reforma de esas complejidades no debe favorecer una demora para corregir inequidades. No permitamos que quienes quieren proteger a los privilegiados se salgan con la suya al insistir en que no hagamos nada hasta que podamos hacer todo.