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Hay que desactivar la amenaza nuclear

La iniciativa de lograr un mundo sin armas atómicas debe concentrarse en el peligro que supone la multiplicación de estados nuclearizados.

Aunque Rusia y Estados Unidos poseen aproximadamente el 90% de las ojivas nucleares del mundo, esta capacidad nuclear no es una amenaza tan grande como sí lo es el riesgo de proliferación.
 Por eso, más que en las sutilezas del equilibrio justo entre los arsenales nucleares de EE.UU. y Rusia, la iniciativa de lograr un mundo sin armas nucleares debería concentrarse en la amenaza que supone la multiplicación de estados nuclearizados. De hecho, alentar un comportamiento ejemplar por parte de las dos grandes potencias nucleares no es tan importante para la credibilidad del objetivo de Global Zero (lograr “un mundo sin armas nucleares”) como sí lo es encarar los problemas de seguridad que hay detrás de la competencia nuclear en ciertas regiones conflictivas.
Al fin y al cabo, si EE. UU. y Rusia, que hoy acumulan arsenales nucleares suficientes para destruirse mutuamente muchas veces, los reducen hasta que solo les alcancen para destruirse mutuamente algunas veces, ¿deberían Corea del Norte, India, Pakistán, Irán e Israel sentirse conmovidos?
Aunque la mejora en las relaciones bilaterales de las dos grandes potencias nucleares es digna de destacar, está totalmente fuera de sincronía con las condiciones que imperan en otras regiones del mundo más convulsionadas.
Los temores existenciales de Israel (que aunque puedan ser exagerados, son genuinos) explican en parte su estrategia de ambigüedad en torno de la cuestión de si posee o no armamento nuclear. La opinión imperante en Israel es que el país está rodeado de formidables amenazas no nucleares, a la vez que peligrosamente debilitado por la incapacidad del frente interno para sostener una guerra convencional prolongada.
El mismo país que en el verano de 2006 tuvo que enviar a un millón de sus ciudadanos a refugios subterráneos para protegerlos de un ataque misilístico a gran escala lanzado por un actor no estatal (Hezbolá) ahora se encuentra frente a un “despertar islámico” cuyo significado no termina de comprender y que trae consigo un ominoso presagio de agravamiento del entorno estratégico.
Pero puede ser que en diciembre se hagan avances en pos del objetivo del desarme nuclear. Ese mes se celebrará en Helsinki la conferencia para la creación de un “Oriente Próximo sin armas nucleares ni otras armas de destrucción masiva”. Para que esta iniciativa tenga éxito hay que evitar la tentación de tomar atajos que no llevarán a ninguna parte.
Por el contrario, la conferencia debe ser el inicio de un diálogo en el que todas las partes afectadas puedan expresar sus inquietudes básicas en temas de seguridad. La lección que Oriente Próximo puede extraer de los acuerdos de reducción de arsenales nucleares entre EE. UU. y Rusia es que para obtener un desarme genuino es imprescindible que haya antes una mejora en las relaciones entre los estados.
Es la misma lección que nos dan las otras cinco regiones del mundo (América Latina, el Pacífico Sur, el sudeste asiático, Asia Central y África) que han firmado tratados de no proliferación nuclear. La desnuclearización regional y la paz deben ir de la mano.


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