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ECONOMIA

Beneficios y costos del Estado de bienestar social

Si usted duda de que exista un Estado de bienestar social norteamericano, lea el nuevo estudio del demógrafo Nicholas Eberstadt, cuya lluvia de números demuestra lo contrario. El Estado de bienestar social transfiere los ingresos de algunas personas a otras, para mejorar el bienestar de los destinatarios. En 1935, esas transferencias representaban menos del 3% de la economía; ahora representan casi el 20%. Eso significa 7.200 dólares anuales por cada norteamericano, calcula Eberstadt, que dice que casi el 40% de estas transferencias apuntan a aliviar la pobreza (mediante Medicaid, las estampillas de alimentos, el seguro de desempleo y otras cosas parecidas), mientras la mayor parte del resto va a los ancianos (principalmente por medio del Seguro Social y Medicare).
Por supuesto, evitemos el “precipicio fiscal”: los 500.000 millones de dólares en aumentos fiscales y gastos federales programados para comienzos de 2013 que, si ocurrieran, podrían desencadenar una recesión. Pero reconozcamos que aún necesitamos balancear el presupuesto en el largo plazo. Y eso no puede realizarse sólo elevando los impuestos de los ricos, lo que parece inevitable. Tampoco puede hacerse con profundos recortes en Defensa y en programas “discrecionales” internos (desde carreteras a escuelas), lo que ya está ocurriendo. Requiere controlar el Estado de bienestar social. En 2011, “los pagos a individuos”, entre ellos los de asistencia médica, constituyeron el 65% de los gastos federales, mientras que en 1955 representaban el 22%. Ése es el Estado de bienestar social.

Un tema tabú

Aún así, el tema es prácticamente tabú. Como los norteamericanos no aprueban los regalos del Estado, ni siquiera llamamos al Estado de bienestar social por su propio nombre y usamos el término más suave de “derechos” (la etiqueta utilizada por Eberstad). El descuidado comentario de Mitt Romney indicando que “el 47%” recibe beneficios gubernamentales -implicando que todos son unos aprovechados- sofocó toda discusión seria durante la campaña. Es interesante que su cifra probablemente sea baja: Más del 50% de los norteamericanos ya recibe beneficios. Obamacare elevará esa cifra, porque las familias con ingresos de hasta cuatro veces la línea federal de la pobreza (91.000 dólares en 2011 para una familia de cuatro) están habilitadas para recibir subsidios para el seguro.

Preguntas básicas

Mientras concedemos las virtudes del Estado de bienestar social -la red de seguridad alivia la pobreza y amortigua los efectos de la recesión-, ha llegado el momento de formular algunas preguntas básicas. ¿Quién merece apoyo? ¿Cuánto? ¿Cuánta compasión puede pagar la sociedad?
Los programas se han desviado de sus propósitos originales. Tomemos el Seguro Social. Creado para impedir la indigencia entre los ancianos, ahora subsidia a los que viven holgadamente. El Wall Street Journal recientemente publicó un artículo sobre una pareja (él de 66 años y ella de 70) que recorren el mundo. Visitaron Londres, París, Florencia y Buenos Aires. Su asesor financiero les envía 6.000 dólares al mes de inversiones y productos de la venta de su casa. También reciben Seguro Social. ¿Cuánto? No lo dicen. Mi suposición: entre 25.000 y 50.000 dólares al año. (Envié un mensaje electrónico a la pareja pidiendo detalles, pero no respondió).
¿Era ésa la intención de Franklin Roosevelt? ¿Debería inclinarse el Seguro Social más hacia los que están en posición menos holgada? Buenas preguntas, pero los políticos pocas veces las formulan. Todo el que lo haga arriesga que lo tilden de despiadado.

Los peligros

Los programas de bienestar social tienden a expandirse. Los grupos de incidencia descubren “brechas” en la cobertura. Las crisis económicas naturalmente provocan simpatía hacia los necesitados. Los arcanos requisitos para ser beneficiario se liberalizan. En 2010, un quinto de los beneficiarios de estampillas de alimentos tenían ingresos que eran más del doble de la línea de la pobreza (45.000 dólares para una familia de cuatro), estima un estudio de David Armor y Sonia Sousa, de George Mason University.
Eberstadt, un académico del conservador American Enterprise Institute, ve tres peligros en el crecimiento descontrolado del Estado de bienestar social.
Primero, desplaza otros programas gubernamentales. Eso ya está sucediendo. El presupuesto del presidente Obama supone que los gastos de Defensa, como porción de la economía, caerán un 39% entre 2011 y 2022. El Ejército debe reducirse en 80.000 soldados; los Marines, en 20.000. Los gastos “discrecionales” se recortan más, un 45%. Investigaciones, educación, transporte, seguridad y otros programas sufrirán presiones.

La mayor contradicción

Segundo, socava el incentivo para el trabajo. Eso también está ocurriendo. Las edades requeridas para el Seguro Social influyen en la jubilación. Si la edad fuera más elevada, la gente trabajaría más tiempo. Eberstadt piensa que la flexibilidad en los requisitos para la discapacidad ha reducido el esfuerzo laboral. En 2011, alrededor de un 4,5% de los adultos en edad laboral (20-64 años) recibía beneficios del Seguro Social por discapacidad, mientras que en 1970 era un 1,3%.
Finalmente, hay un costo moral. Se alienta el “aprovechamiento” del sistema para maximizar los beneficios. Se devalúa la ética del “éxito ganado”. Existe una tensión entre ayudar a los verdaderamente necesitados y alimentar la dependencia del gobierno y la impotencia.
La gran contradicción del Estado de bienestar social -el motivo por el que la política en torno a él es tan confusa- es que lo que parece bueno para el individuo, cuando se lo multiplica por millones de casos, no siempre es bueno para la sociedad. Los políticos apelan a los individuos que votan, pero al hacerlo podrían perjudicar a la nación. Lo que es más obvio: Los costos del Estado de bienestar social pueden deprimir el crecimiento económico.
No hay necesidad de desmantelar el Estado de bienestar social, sino de modernizarlo gradualmente, preservando sus virtudes, minimizando sus vicios, sin hacerlo abruptamente para no descarrilar la recuperación. Pero primero, debemos admitir que existe.

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