ANALISIS

La protesta del 8N y el sugestivo silencio del peronismo

La protesta ya no tiene eje en el cepo al dólar, sino que apunta al modelo kirchnerista.

Las cacerolas volvieron a sonar en la Argentina, aunque hace rato que sus demandas exceden el sentido clásico de este tipo de protestas. Ya no se trata solamente del cepo al dólar, ni de otros reclamos de corte elitista, sino de ideas más abarcativas que ponen en tela de juicio al modelo kirchnerista.

Las movilizaciones del 8N expresaron básicamente tres demandas que al Gobierno le será muy difícil satisfacer: el miedo ante la inseguridad, especialmente la urbana; la impotencia ante el constante aumento de precios que determina la inflación; y la férrea oposición a un proyecto -nunca oficializado pero sí meneado- para reformar la Constitución e imponer la re-reelección.

El paquete de demandas ciudadanas no es caprichoso, sino que está basado en la experiencia cotidiana de vivir en la Argentina. Se trata de problemas que no sólo afectan a la clase media -como pretende un sector del oficialismo- sino al conjunto de la población, y especialmente a los más desprotegidos. Por eso llama la atención el silencio de las figuras más relevantes del amplio y variopinto espectro peronista -Daniel Scioli, José Manuel de la Sota y Sergio Massa integran hoy la lista VIP del PJ- tras la masiva protesta del jueves. La réplica quedó a cargo de la propia Cristina Kirchner, quien ofreció un lacónico "doy todo lo que tengo, más no puedo".

EL RUMBO KIRCHNERISTA

Pero la Presidenta no abordó los temas centrales del combo de demandas y en cambio habló de "sustentabilidad democrática", definiendo al peronismo como un movimiento de puertas abiertas a otros sectores políticos. Aunque, en los hechos, hace un tiempo que el kirchnerismo mutó a cristinismo y comenzó a perder predicamento en sectores tradicionalmente peronistas.

Un ejemplo concreto de esta situación lo ofrece Hugo Moyano. El jefe de los Camioneros se encamina a encabezar un paro nacional contra el Gobierno en 10 días, el próximo 20 de noviembre, en una demostración que seguramente ratificará lo que ya demostró la manifestación del jueves: que el oficialismo perdió el control de la calle.

Se sabe que, justamente ése, es uno de los puntos distintivos de cualquier gobierno que se considere peronista: la capacidad, organizada desde el Estado, de movilizar más y mejor que otros sectores políticos del país. El último acto importante del kirchnerismo fue en el estadio de Vélez, tras la nacionalización de YPF. A partir de allí, no hubo más demostraciones.

El vacío que dejaron los grandes nombres del peronismo al hacer silencio sobre las movilizaciones del 8N intentó ser llenado por los fieles seguidores de la Presidenta como el jefe de La Cámpora, Andrés Larroque, y el ex piquetero Luis D´Elía. Con sus matices, ambos dirigentes le dan al kirchnerismo una impronta cada vez más clasista.

"El peronismo no es clasista, sino policlasista. Este gobierno siguió esa premisa hasta hace no tanto tiempo", resumió un diputado oficialista que empieza a observar con preocupación el rumbo político adoptado por la Casa Rosada. De hecho, nunca se podría pensar que el 54% de los votos de octubre de 2011 fueron aportados sólo por los sectores más empobrecidos del país.

Al contrario: el momento cúlmine del kirchnerismo en el poder se produjo cuando la Presidenta logró convencer a vastos sectores de las clases sociales baja, media y alta de que la Argentina seguiría siendo gobernable bajo su conducción. Por cierto que, a esos sectores disímiles los persuadió con distintos argumentos y con un mensaje que se podía verificar en la realidad.

EL ROL DE LA OPOSICIÓN

También ayudó al oficialismo el colapso de la oposición, que no logró articular una alternativa concreta de poder. Pero la dirigencia antikirchnerista debería tomar nota de que la sociedad le está dando elocuentes señales de que la foto electoral de hace un año ya no es tal. La abrupta caída de la imagen presidencial en los últimos meses viene a comprobar ese fenómeno político.

Un líder emergente de este cuadro podría ser el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, a quien seguramente votarían muchos de los que estuvieron en el Obelisco el último jueves. ¿Pero cómo hará el alcalde para convencer a los habitantes del Conurbano, cuya proporción es decisiva en cualquier elección? No fue casual, sin dudas, que la Presidenta apareciera rodeada de intendentes del Gran Buenos Aires el día después de la protesta.

No obstante, la oposición tendrá en el próximo turno electoral, en 2013, una carta electoral a su favor: el voto suele dispersarse en los comicios legislativos, básicamente porque la gente no elige gobernantes sino que apunta a hacer coincidir el sufragio con sus ideas políticas más profundas. Así, podrían reaparecer en escena fuerzas ahora desdibujadas como el radicalismo y el socialismo.

Antes, igualmente, el país deberá transitar por el 7D que el calendario oficial fijó para concretar la implementación plena de la Ley de Medios. Aunque el kirchnerismo debería dar alguna señal para absorber el sacudón del 8N. "Posiblemente, después de la enorme demostración, el Gobierno tenga que tomar algún curso diferente del que está haciendo", advirtió el lúcido pensador Osvaldo Bayer, a quien no se podría calificar -sin vulnerar la honestidad intelectual-como un integrante más de la "ultraderecha paga".

 

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