OPINION

Los precios suben y bajan según quieren los supermercados

La mayoría de las notas sobre la inflación en los últimos tiempos, tanto de medios gráficos como televisivos, se limitan a remarcar el aumento que han tenido los precios de los alimentos esenciales, sin dejar de hacer mención al chiste o la ironía fácil que se puede hacer con aquello de que “según el INDEC se puede comer con seis pesos diarios”.
Esta crítica fácil que se repite sin cesar tanto en las notas periodísticas como en las mesas de café y en las reuniones familiares nos lleva a pensar que el culpable de la situación es el Gobierno, obviando que los empresarios y consumidores también tenemos que ver y que el origen del problema debemos buscarlo en la puja por la distribución del ingreso, en la estructura productiva y distributiva de mercancías en la Argentina y en la lógica capitalista.
Eso de mostrar las góndolas con los aumentos, comparar el precio de los productos respecto de seis meses atrás o hablar con los consumidores y almaceneros, es la mejor manera de no hablar del tema principal: que los incrementos, al igual que los descuentos y las promociones, los producen los empresarios; y que no hay importantes asociaciones de defensa de los consumidores que increpen, incluso judicialmente, al empresariado por subir y bajar los precios de manera desmedida.
Cómo es posible que un producto tenga un valor por unidad, pero si se compran tres iguales ese valor caiga un treinta y pico o cuarenta por ciento. Como consumidores debiéramos preguntarnos ¿con qué márgenes trabajan los supermercados?, o debiéramos pensar que fuera de esas promociones los supermercados nos están robando, contribuyendo de esta manera a generar inflación.
¿Con qué márgenes trabajan los supermercados? ¿Qué números les permiten hacer descuentos de hasta el treinta o cuarenta por ciento? ¿qué estructura de costos les permite descontar el cincuenta por ciento del valor en el segundo producto cuando uno compra dos iguales? ¿Por qué hay productos que varían su precio al público varias veces en un mismo mes? ¿Qué les permite tener cupones de descuentos casi todas las semanas?
Viendo las góndolas, caminando para aprovechar las ofertas y descuentos y haciendo las cuentas del supermercado, es interesante preguntarse por qué la inflación baja fue la característica de los noventa, por qué la inflación 2003-2007 no fue un tema preocupante y por qué hay aumentos de precios que empiezan a notarse a partir de 2008.
Los noventa se caracterizaron por la baja inflación, pero también por la alta desocupación, el congelamiento y recorte de los salarios y la escasa inversión del Estado en infraestructura y desarrollo social. Es decir: escaso dinero circulante. Por eso no aumentaban los precios.
 
Las causas

No pretendemos aquí negar que el INDEC esté cuestionado, pero el problema de la inflación no el INDEC. Y la inflación se da por el aumento de precios y el aumento de precios lo hacen los empresarios. Los aumentos tienen causas y el dilema es cuál es la discusión que se da sobre las causas.
Históricamente en la Argentina los empresarios alegaron que los incrementos de precios se daban por aumento en sus costos. Los principales costos, dijeron siempre, eran los servicios y la mano de obra, es decir los salarios. Durante los noventa esto pareció ser cierto, pues en números generales las tarifas se mantuvieron congeladas y los salarios tendieron a la baja (recortes incluidos) y la inflación no aumentaba.
Pero en el período 2003-2008 los salarios, las jubilaciones y las pensiones crecieron significativamente y las tarifas se mantuvieron congeladas por los subsidios y la inflación no fue preocupante. ¿Entonces, cuál es la causa?
Digamos que sobre esto los economistas se dividen en dos grandes grupos: los que dicen que la oferta de productos crea su propia demanda y los que dicen lo contrario. En los noventa se aplicó esa primera tesis. La idea era bajar costos, sanear la economía, recortar los gastos del Estado, desregular precios para que los empresarios encontraran un clima propicio para invertir y producir más. Pero esto no pasó porque hubo desempleo, reducción del poder adquisitivo y el poder de compra quedó en manos de una pequeña minoría.
Por el contrario, desde 2003 se aplica la otra tesis: la demanda crea oferta. Es decir, los salarios en alza, la cobertura universal de los jubilados, los programas sociales para los desempleados, subempleados y sectores pobres, y la inyección de dinero en el mercado por parte del Estado, vía obra pública y subsidios, crea demanda de productos. Y allí, y solo allí los empresarios producen, toman personal e invierten algo.
El asunto fue que en los primeros años de la recuperación, a partir de 2003, a medida que la demanda iba creciendo, los empresarios iban produciendo más utilizando su capacidad ya instalada (galpones, máquinas, herramientas existentes), cuando llegaron al límite de producción con la capacidad instalada, había dos caminos: la inversión para producir más o bajar costos, o el aumento de precios. Esta segunda opción por la que optó el empresariado local tuvo un contexto favorable: las políticas gubernamentales se proponían a sostener el mercado interno, es decir, la demanda.
Por eso, Alfredo Coto, dueño de una de las principales cadenas de supermercados, dijo a La Nación el año pasado: “La inflación no es un tema que hoy nos preocupe en la medida en que siga bajo control y el consumo continué creciendo”. A los empresarios no les importa la inflación, sino que haya consumo.
Además, el aumento de precios es factible en la Argentina porque la producción y la distribución mayorista (hipermercados y supermercados) están concentradas en pocas manos y no hay competencia. Al contrario, algún supermercado con presencia en Junín se jacta de la concentración y ofrece una tarjeta que otorga descuentos en todas las firmas de su grupo, lo cual atenta contra la competencia.
Ya que estamos inmersos en un proceso de profundos cambios, no basta que desde el oficialismo se apele a la buena voluntad empresaria para que no aumenten sus precios, porque el tema de la ganancia es una cuestión inherente a la empresa capitalista. Por lo cual es necesario analizar también la rentabilidad empresaria. Una legítima rentabilidad empresaria debería provenir de una mayor producción, mayor tecnificación, mayor inversión, de la innovación o del lanzamiento al mercado de nuevos productos, no del fácil aumento de precios.
Es parte de la cultura argentina echarle toda la culpa al Gobierno y concretamente al presidente. El año que viene se cumplen diez años de estabilidad de una de las políticas del gobierno: extender, sostener y consolidar el mercado interno, aún cuando las crisis internacionales hacen más cuesta arriba este propósito. Los consumidores deberíamos contribuir a ese desarrollo del mercado interno. Deberíamos ir con las cacerolas a las puertas del supermercado y preguntarles ¿por qué aumentan los precios si la demanda se sostiene? ¿Por qué aumentan los precios si las tarifas estuvieron congeladas y ahora no tienen alzas importantes? ¿Por qué aumentan los precios si los incrementos de salarios fueron aceptados sin conflictos en la mayoría de los rubros privados?
 

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