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Los jóvenes piden sentido común

Es probable que en el imaginario social de los argentinos ser joven o estudiante esté asociado hoy con la idea de transgresión. Como si se aceptara socialmente una generalización según la cual los chicos no saben lo que quieren o se plantean causas imposibles o violan las normas.
Sin embargo, una encuesta realizada este año por el Ministerio de Educación entre chicos de 11 a 18 años parece contradecir esa visión común y muestra un aspecto menos conocido de cómo se ven a sí mismos y qué piensan los adolescentes.
Basta leer algunas respuestas. Según el sondeo, el 79% de los chicos cree que al terminar el secundario seguirá estudiando y un grupo importante de ellos se imagina también trabajando. Parecen chicos que tienen claro adónde ir y una interesante conciencia de lo que necesitan para alcanzar un mejor futuro.
La idea de qué significa para ellos ser un "joven respetable" tampoco se parece a la que los adultos tenemos de ellos. Casi ninguno cree que usar ropa de marca, saber mucho de Internet o "hablar bien" te vuelva respetable. Las conclusiones del estudio revelan que tener prácticas solidarias, un buen desempeño en la escuela y "vestirse bien" -más allá de la marca o calidad de la ropa- son los factores que determinan -según las respuestas de los chicos- que un adolescente sea "querido/a y reconocido/a por todos".
Con estas respuestas, casi se podría decir que lo que los chicos perciben de ellos mismos y de su generación parece una mirada más adulta que adolescente. Ocurre que la encuesta realizada por el Ministerio pone en evidencia algo tal vez inesperado: los muestra más cercanos al sentido común, a la racionalidad. No plantean consignas abstractas, utopías, sino simplemente una idea de futuro posible, realista y alcanzable.
A la pregunta sobre cómo definir una buena escuela, los adultos ponen el acento en la contención, la inclusión, el compromiso. Los jóvenes dicen "una buena escuela es aquella en la que podés aprender mucho". La comparación de las respuestas resulta muy sorprendente: los chicos parecen más claros, más puntuales, menos "vuelteros".
Cuando la discusión es sobre qué es un buen profesor, los adultos hablan del compromiso con los alumnos, con la institución, la capacidad de atender los procesos y las demandas de éstos. Ellos afirman: "Es uno que sabe, que viene todos los días y que da clase". Y agregan: "Eso que dicen los profesores que te dan autonomía te confunde más. Lo que te sirve es que te vayan tomando exámenes para saber cómo vas, que te ayuden a ordenarte".
La idea de "que te ayuden a ordenarte" se repite: la percepción de que los jóvenes tienen muchas dificultades para construir rutinas de trabajo, métodos. Esa aparece como la principal dificultad que encuentran para alcanzar una escolaridad exitosa. Necesitan adultos que puedan ayudarlos a ordenarse, a construir pautas, y no parece que los estén encontrando. A la pregunta por los problemas de la escuela secundaria responden: la ausencia de límites y de autoridad de los docentes, la cantidad de materias y la forma de dictado, que los profesores faltan y a veces, aunque vienen, no dictan clase.
Parece mentira que los propios chicos pidan límites y autoridad, y eso se conecta con la demanda de "que te ayuden a ordenarte", la necesidad de que los adultos "hagan de adultos" y en lugar de dejarlos tan solos eligiendo su propio camino, descubriendo sus propias formas de lograrlo, les den guías, pautas, certidumbre. Tienen bastante claro adónde quieren ir, pero necesitan que los ayudemos a encontrar el cómo, que los ordenemos, que nos comprometamos más, planteándoles un sendero y no dándoles una autonomía que, a veces, encubre el abandono.
Pareciera que hemos pasado de unos padres y docentes autoritarios, contra los cuales era fácil rebelarse, pelearse y discutir, a unos que no ofrecen flancos, que son tan flexibles que generan confusión, que dejan de ser una referencia. De unos adultos que se diferenciaban y marcaban claramente los roles, la distancia, que te cuidaban y en esa protección a veces "te ahogaban", pasamos a unos que por momentos quieren ser amigos, compinches, te confunden y te dejan solo.
Hace unas semanas, en un programa de televisión, el presidente del centro de estudiantes de una de las escuelas tomadas decía: "Nosotros acordamos con la rectora que no habría sanciones ni nos pondrían las faltas; los profesores nos dicen que están de acuerdo con nuestra lucha, aunque no con el método, y nuestros padres nos apoyan".
Pero ¿entonces se puede o no se puede tomar la escuela? Si los encargados de "ser" la ley apoyan la violación de ésta, ¿los chicos están siendo transgresores? ¿Cómo transgredir unas normas que nadie sostiene? ¿Cómo ser "rebeldes" peleándose con unos adultos tanto o más "rebeldes" que ellos mismos?
Estamos ante jóvenes distintos de los que nosotros fuimos y, a veces, nos cuesta comprender que no son "nosotros mismos", sino ellos, en otro momento, en otra sociedad. Parecen mucho menos transgresores, mucho menos confrontativos con la norma; en realidad, más que incumplirla, no la registran, han perdido la percepción del peso de la ley, porque los adultos no logramos transmitírselo.
Los chicos muestran un enorme sentido común, un menor espacio para el vuelo y la transgresión. Es que para poder transgredir uno necesita que alguien lo cuide, le garantice que es libre de innovar porque, si esa innovación falla, ese otro nos cuidará y no nos pasará nada. Si no tenemos garantías, entonces no podemos jugar a innovar, a transgredir; mejor mantenernos dentro del orden, del sentido común, de la certidumbre, porque no tendremos "red de seguridad".
Por momentos, pareciera que estamos ante una generación que, parafraseando al Mayo Francés, plantea "el sentido común al poder", contra sus padres, que se han quedado anclados en aquella reivindicación de la "imaginación al poder". Estos chicos no quieren pedir lo imposible, porque eso ya lo piden sus padres, maestros y dirigentes. Ellos quieren profesores que enseñen, padres que los cuiden y les marquen un camino, dirigentes que mejoren la vida cotidiana de la sociedad, no mucho más que eso.
Probablemente haya llegado la hora de entender que parte de la responsabilidad social es ocupar un "rol", de padres, maestros, jueces, dirigentes. Eso implica, más allá de la libertad de cada uno, entender que tenemos una función en la sociedad, que opera como referencia para los demás. Y esto no quiere decir volver a los roles del pasado, porque en este recorrido de flexibilización, acercamiento, horizontalidad, ellos y nosotros hemos ganado mucho. Relaciones de mayor confiabilidad, modos más directos de transmitir el afecto. El problema es que necesitamos que ese acercamiento no "desdibuje" los roles.
Cuando hablamos de una escuela democrática debemos tener claro que es una institución en la que los chicos tienen un diálogo más cercano con los docentes, pueden preguntar por las normas, incluso discutirlas. Pero no hablamos de una institución de pares: la relación entre docentes y alumnos es básicamente asimétrica, la escuela la gobiernan los adultos porque son los responsables del bienestar y aprendizaje de los chicos.
Cuando hablamos de familias más horizontales, hablamos de casas en las que se puede conversar, discutir, cuestionar. Pero eso no quiere decir que no haya reglas que fijan y hacen cumplir los adultos, y no solamente cuando están de mal humor o se enojaron por algo.
Hemos ganado mucho en la cercanía, el respeto y el diálogo en la relación con los chicos. Pero necesitamos recuperar referencias, pautas de ordenamiento y guía, que es lo que nos están demandando. Si no logramos transmitirles la idea de ley, de orden, de esfuerzo, les será muy difícil ser quienes quieren ser, cumplir sus objetivos... ser felices.

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