Algunas expresiones marcan épocas. Sobre todo en la economía de nuestro país. “El que apuesta al dólar pierde” o “les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”, por ejemplo. El viceministro Axel Kicillof ahora fue un fiel exponente en esa línea la semana pasada cuando reveló ante el Senado, al defender el Presupuesto del 2013, el temor a la falta de los billetes estadounidenses.
“Los dólares son para buscar petróleo, no para gastar en lujo”, dijo en su rol también de gerente de la estatizada YPF. El corralito cambiario o cepo, como quiera llamarse, cumple en este mes un año de vigencia y vale la pena hacer una rápida evaluación de sus resultados.
A lo largo de este año, el precio del dólar varió por debajo de la inflación, de los ajustes de salarios y de la expansión monetaria. Y, como era de prever, la brecha entre el dólar oficial y el “blue” se amplió al 30%.
Al mismo tiempo, la economía experimentó un aterrizaje brusco, pasando de un crecimiento del 6/7 por ciento en el tercer trimestre del 2011 a un escaso 0,1/0,2 por ciento hasta agosto último.
Reservas
La nueva política de restricciones y regulaciones cada vez más estrictas para las compras de dólares y las importaciones nacieron con la justificación de frenar la pérdida de reservas del Banco Central y la fuga de capitales, y lograr un superávit comercial de 10.000 millones de dólares. Al mismo tiempo se argumentaba la necesidad de evitar una devaluación brusca y las presiones inflacionarias.
Al cabo de un año, se puede asegurar que el objetivo de frenar la caída de reservas fue alcanzado a medias, ya que si bien la fuga por el canal oficial se moderó, el Banco Central no pudo aumentar sus dólares. Y esto pese a la mejora del resultado de la balanza comercial.
Los depósitos en dólares cayeron a la mitad y en cuanto a la evolución del tipo de cambio, el Banco Central aceleró el ritmo de devaluación, pero muy por debajo de la inflación, con lo cual hubo un deterioro adicional de la paridad cambiaria.
La sociedad ahora debate la magnitud del retraso cambiario.
Y en cuanto a las intenciones de morigerar la inflación usando como ancla el dólar, tampoco se puede atribuir el Gobierno algún éxito ya que pese a la recaída económica, los precios siguieron el alza, por encima del 2011.
También era un resultado previsible a la luz de experiencias pasadas en la Argentina y otros países. A esto se suma un problema adicional: que las restricciones que surgieron como una necesidad del momento pasaron ahora a ser un escenario de continuidad.
La advertencia de Kicillof dice precisamente esto. El segundo aspecto que vale la pena mencionar con respecto a los controles cambiarios son: la caída de la inversión, fuerte incertidumbre y freno a las actividades productivas.
Guillermo Moreno y el resto del team económico cayeron en la cuenta de que la mayoría de las importaciones no son “bienes suntuarios” sino bienes intermedios, insumos, combustibles y bienes de capital. Frenar estas importaciones es también frenar el engranaje productivo.
Proyecciones
En cuanto al presente y las proyecciones para el futuro, lo ocurrido en el último año condiciona fuertemente las posibilidades de rebote económico en el 2013. Ya es un hecho que la reactivación no ha llegado y que si bien en el tercer trimestre de este año está por encima del segundo, nada indica que estén cambiando las expectativas.
Las previsiones se han enfriado tanto que salvo algunos economistas optimistas, imaginan un año con una recuperación como la que establece el Presupuesto nacional 2013. Y en el otro platillo de la balanza surgen los temores a una mayor espiralización de los precios.
Los temores son fundados: con una economía cerrada, con importaciones reguladas, sin acceso a opciones de atesoramiento (o ahorro), y un estado emitiendo para que la gente gaste sus pesos, es bastante probable que en lugar de una recuperación productiva la mayor demanda devenga en suba de precios.
Esto sin contar las demandas sociales y salariales que difícilmente se pueda canalizar hacia porcentajes decrecientes.
Finalmente, todo este contexto de variables macroeconómicas desequilibradas, en un año electoral en el cual es posible que el oficialismo imagina que decide si avanza con una reforma constitucional.
Son demasiadas tensiones como para encauzar la marcha económica.
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