OPINION

Ser o no ser un bobo

Conviene advertirlo: en tiempos de fatales accidentes de tránsito, por repetidas imprudencias al volante, carencia en la infraestructura vial y ausencia de controles, algo llama poderosamente la atención: ante las tragedias consumadas, la responsabilidad siempre está depositada en el otro. Encuestas oficiales así lo certifican: el 75% de los conductores argentinos se reconoce como “muy prudente” al manejar. Sin embargo, consideran, en igual porcentaje, que los demás no lo hacen bien. La paradójica conclusión es que en el país se conduce mal, pero, para el deleite de nuestro ego, no somos nosotros.
Vaya si Junín se ajusta a esta verdad de Perogrullo: en general, calificamos como pésimos conductores; somos bravucones en las esquinas, descuidados con los peatones, irresponsables al conducir mientras hablamos por teléfono celular, irrespetuosos (si se le ocurre otro calificativo, puede sumarlo) por llevar niños sin cascos a bordo de motocicletas, y osados por manejar a toda velocidad creyendo que nuestra vida es la única que… no vale.
Somos expertos en enumerar todas estas falencias en Fulano y Mengano, pero muy pocas veces las asumimos como propias. Exigimos, como peatones, que nos den paso en las esquinas céntricas, pero cuando estamos detrás del volante tenemos la mejor excusa para no hacerlo. Somos, definitivamente, inmaduros para forjar una buena convivencia vial ciudadana.
El otro requisito al abordar esta problemática propia de las urbes en franco crecimiento poblacional y económico, como lo es Junín, apunta al papel del Estado: los agentes viales municipales y los policías bonaerenses. La gran incógnita: ¿Por qué esta ciudad de más de 90.000 habitantes no tiene hoy una política seria de control vial? Hay una realidad comprobable: el vecino ya se ha habituado a desoír las reglas de tránsito, por imprudencia propia y por ausencia de operativos serios.
Históricamente, nada novedoso sucedió desde el Estado para mitigar el desorden vial que hoy reina en Junín, y que promete un franco ascenso. La violación de las normas de tránsito ya es parte de nuestra “normalidad”, con vicios y licencias de pueblo chico. Es común observar a cientos de adolescentes en motos que zigzaguean por la calle Roque Sáenz Peña, sin cascos, a toda velocidad, con el furioso ruido de los escapes libres; o a varios adultos con bebés a bordo, exhibiendo sus dotes de malabaristas al conducir… ¡Con una mano! ¿Está bien que eso suceda? Claro que no ¿Nos extraña, realmente, esta imagen? Ni en lo más mínimo.
Lógicamente, si sólo tres o cuatro son los inspectores de tránsito, con cuidados peinados y lentes oscuros, que ocasionalmente vigilan a cientos de motos que hacen el circuito “calesita”, la noticia no es grata: estamos complicados. Y la conclusión, mucho peor: los controles son una risa. Pero esa triste risa puede convertirse en llanto en cuestión de segundos; en un fatal accidente que se lleva una vida. Esto tampoco es una novedad. Es la dolorosa noticia que cada mañana se gana la tapa de los diarios.
Sin embargo, seguimos con nuestro “manual del buen conductor” bajo el brazo. ¿Qué esperamos para tomar conciencia sobre nuestras responsabilidades viales? ¿Cuándo dejaremos ese maldito celular detrás del volante? ¿Cuándo haya una muerte? ¿Otra más? ¿Allí saldremos, indignados, a la calle a pedir Justicia? ¿O nos lamentaremos cuando perjudiquemos la vida de otro o de un ser querido? ¿Y el Estado nos cuida? ¿Sí? ¿Entonces cuando veremos más inspectores y policías sancionando a los imprudentes? ¿La mañana después de un grave accidente? ¿No será tarde ese día? En definitiva: ¿podemos hacer algo para prevenir tanta desidia?
La buena noticia es que sí: podemos. La mala: ¿queremos?
En 2008, una excelente campaña publicitaria de seguridad vial en España (puede verse en YouTube) repercutió fuertemente en todo los países de habla hispana. El spot, titulado “Soy un bobo”, muestra con exquisito ingenio todos esos pecados que cometemos los conductores detrás del volante, y de los cuales, curiosamente, nos reímos. Hasta que lloramos.
Pues bien, es valioso saber que podemos cambiarlo: el primer paso es distinguir el camino, es elegir entre ser o no ser un auténtico "bobo". 
 
(*) El autor es juninense, redactor y columnista en el diario La Nacion.

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