Con cualquier prisma que se mire, las cifras de pobreza e indigencia del primer semestre de este año que reveló ayer el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (INDEC) son una tragedia. El 52,9% de pobres es el número más alto desde 2003, cuando se estaba saliendo del desbarajuste económico y social que provocó la salida tardía de la Convertibilidad, coletazo de la enorme crisis de 2001.
Detrás del porcentaje frío, los números reales: unos 25 millones de compatriotas son pobres, entre ellos muchos trabajadores en relación de dependencia, es decir registrados en blanco pero que no logran cubrir el monto de la canasta básica con sus ingresos. Un fenómeno que se instaló en el último gobierno kirchnerista, el de Alberto Fernández y Cristina, frente a un notable silencio -casi cómplice- de los popes de la Confederación General del Trabajo (CGT), que volvieron a acordarse de lo que es un paro cuando dejó el poder esa gestión de signo peronista.
La indigencia del 18,1%, básicamente la gente que no cuenta con ingresos básicos para comer todos los días, se traduce en una legión de 8,5 millones de personas.
LAS RESPONSABILIDADES
En los primeros seis meses de este año, el del ajuste, se incorporaron 5,4 millones de personas a la categoría de pobres. Cuando se fue Alberto Fernández la pobreza era de 41,7%, un tremendo horror del que el justicialismo todavía no se hace cargo, como fingiendo demencia o argumentando la ya gastada explicación de que la culpa fue de “la guerra y la pandemia”.
El gobierno de Javier Milei le hecha la culpa de lo que pasa a lo recibido. Lo que sucede hoy sería el costo que hay que pagar para enderezar el desastre que le dejaron. En palabras del vocero Manuel Adorni: “Es un número que va a volver a reflejar la cruda realidad que atraviesa la Argentina y es consecuencia del populismo. El Gobierno heredó una situación desastrosa, la peor herencia que recibió un gobierno en la democracia, quizá de las peores que recibió un Gobierno en la historia”.
Es verdad que a los libertarios los peronistas (no olvidar otro nombre: Sergio Massa) les dejaron la peor inflación de los últimos 30 años, el gran factor de licuación de ingresos y jubilaciones.
LA DEVALUACIÓN Y SU IMPACTO
Pero Milei también tomó la decisión política de hacer una mega devaluación apenas asumió. Que, como dice el manual, provocó una suba de precios y licuó aún más los ingresos de los trabajadores, e introdujo un programa con fuertes condimentos recesivos para bajar la tasa de inflación. Algo que, por cierto, ha logrado y que fue valorado por la opinión pública, según las encuestas que se conocieron en esos mismos primeros seis meses del año en el que el INDEC midió las consecuencias del programa económico de ajuste. Y eso es lo que ha descolocado a la oposición, recientemente derrotada y dispersa, que aún no atina a construir una opción desafiante.
Dentro de las malas noticias para el oficialismo, merece destacarse el dato de que el lapidario número de pobreza no lo dio ni la Universidad Católica Argentina, que tiene un observatorio para eso, ni un “think tank” privado: lo reveló el INDEC, que depende del mismo gobierno, y que en otras épocas era manipulado para mentir sobre las estadísticas oficiales con el objetivo de darle buenas (falsas) noticias al oficialismo de turno y que éste las desperdigara como propaganda.
LA “FOTO VIEJA”
La buena noticia para el Gobierno, lo que en realidad usará para transmitir una cierta expectativa de mejora, es que en alguna medida se trata de una foto vieja. Del primer semestre. Es que en la construcción discursiva libertaria se supone que a partir del segundo semestre la baja de la inflación, las actualizaciones para los jubilados (aún cuando sean cortas), los planes sociales mejorados sin intermediarios, las paritarias supuestamente empardadas con la suba de precios, el freno en la caída del empleo formal luego de medio año de cierre de miles de pequeñas empresas y la vuelta del cuentapropismo lograrán una reversión de la foto social que publicó el INDEC.
Se trata de un optimismo notable que, entrando en el décimo mes del año, no se estaría evidenciando tanto. O al menos no tan rápido.
Hablamos de que la recién reglamentada reforma laboral, por ejemplo, convenza a emprendedores de reabrir su comercio o fabrica cerrada y tomar gente. O que se revierta algo que provocó el fuerte ajuste: que sectores medios dejaran de demandar trabajos informales, como remises, jardinería, pequeñas cosas de albañilería, venta ambulante, etc., y ahora vuelvan a tener unos pesos de más para destinar a esos fines.
Para que eso suceda, buena parte de la clase media debería salir de la situación de pobreza objetiva en la que ha caído este año, en el que se destacó la fuerte suba de tarifas de servicios públicos. Un sinceramiento necesario para revertir el déficit fiscal, según la concepción del Gobierno.
UN GRAN DESAFÍO
El rebote “hacia arriba” del fuerte ajuste económico asoma como un desafío de superación imprescindible para el Presidente, que cuando quiera darse cuenta tendrá encima la elección de medio término que definirá el destino real de su gobierno. Sin el respaldo de la población, que le ayude a configurar un Congreso un poco más afín, difícilmente pueda llevar adelante los planes de reestructuración y crecimiento que dice tener para la Argentina.
El crudo número de pobreza conocido ayer explica bastante lo que empiezan a reflejar las encuestas: si bien, considerando el contexto recesivo, Milei conserva apoyo popular, han comenzado a entrarle las balas. La gente comienza a perder la esperanza, que es el factor intangible que hacía que la mayoría de la población se bancara el ajuste. Al Presidente parece haberle llegado la hora de “dar algo”. Traducido: ya no sería sólo cuestión de seguir con el pedido “churchilliano” de “sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas”.
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