El paupérrimo resultado de las elecciones de octubre de 2011, no sólo es una derrota electoral. Debe interpretarse, a mi entender, desde dos lecturas: es una consecuencia de los errores y la falta de visión del candidato y de las autoridades partidarias en su política de alianzas, en el diseño de su plataforma y en la estructuración del discurso proselitista; y también es algo más profundo, es un escalón más en el descenso al infierno que se inició con la crisis política y la caída de Fernando de la Rúa en el año 2001, que sin dudas ha llevado al radicalismo al peor momento de su vida como partido político en nuestro país.
La Unión Cívica Radical siempre fue un partido que intentó expresar las necesidades de los ciudadanos. A lo largo del tiempo, fue mutando y adaptándose a los cambios políticos, sociales y económicos.
Por eso, en sus inicios fue un partido opositor al fraude conservador, de la mano de Leandro N. Alem y sus fundadores.
Luego, con Hipólito Irigoyen representó el clamor y el sentir popular de la participación democrática en el sistema político.
A mediados de siglo pasado, se convirtió en el partido de la defensa de los intereses nacionales, del desarrollo y también de los principios cívicos, éticos y republicanos, de la mano de Arturo Illia, de Lebensohn, Balbín y muchos otros grandes dirigentes.
A la salida de la dictadura militar, Raúl Alfonsín se transformó en el campeón de la democracia, devolviéndole a los radicales y a todos los argentinos, los valores democráticos, la supremacía de la Constitución Nacional y la defensa de los derechos humanos.
Sin dudas, los grandes hombres del partido, como también aquellos militantes y afiliados anónimos, pero embebidos de los principios radicales, fueron los que forjaron arduamente a uno de los dos grandes e ineludibles partidos políticos de masas de la Argentina.
Fueron ellos, los que dejando de lado las apetencias personales y el afán de protagonismo, exponiéndose, incluso, algunos, al riesgo de jugarse la vida, los que construyeron un discurso y una acción basados en los pilares fundamentales de las ideas radicales.
Hoy, pareciera que todo eso se ha perdido. La UCR está en crisis.
En estos diez años sólo hemos visto cómo el partido se descomponía, cómo se anquilosaba y cómo se exponía cada vez más al fracaso de la mano de una dirigencia que, más allá de algún esporádico caso, no ha estado a la altura de las circunstancias.
Esta situación ha sido dramáticamente expuesta en las últimas tres elecciones presidenciales, con actuaciones ridículas para la historia radical, con candidatos extrapartidarios y con la torpeza de dirigentes que quisieron correr antes de caminar.
Estas malas decisiones pueden llevar a convertir al partido en una fuerza testimonial.
El partido necesita una profunda transformación.
Debe aggiornarse, debe constituirse en una alternativa de cara a los tiempos modernos, debe ampliar sus bases de sustentación política y debe volver a ser un partido inclusivo, que contenga antes que expulse, que discuta doctrinariamente y que debata ideológicamente cuáles son hoy las necesidades de la sociedad.
Recambio
Para ello, es fundamental que se produzca un recambio dirigencial y generacional en la conducción del partido en todos sus niveles. Esto no significa, echar dirigentes, sino darle la posibilidad a todos aquellos que quieran, sinceramente, trabajar para la reconstrucción de la UCR.
Para la salud de la República, para el sostén de los principios democráticos, el Radicalismo tiene que ser una opción de poder.
Raúl Alfonsín, en el año 1980, en “La Cuestión Argentina”, decía: “El radicalismo es ante todo una requisitoria moral. Fue una ética antes que una ideología. O mejor, construyó sus ideas a partir de una concepción moral que lo obligó antes que nada a luchar por solucionar los problemas de los desposeídos y a levantar, por encima de cualquier otra, la bandera de la dignidad del hombre y el respeto por sus derechos. Así, la libertad, la justicia y los derechos humanos en general, históricamente, se constituyeron en el gran aglutinante de la Unión Cívica Radical que pudo desde sus inicios acoger en su seno a hombres que no pensaron exactamente igual en relación a la solución de los diferentes problemas, pero que coincidían en ver al hombre como protagonista y depositario último de todos los esfuerzos”.
Es hora de dejar de lado las polémicas sin sentido y de dar los pasos necesarios para reconstruir a la Unión Cívica Radical antes que sea demasiado tarde.
REQUIEM O RESURRECCION
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