Kim Jong-un
El líder norcoreano Kim Jong-un avanza con las pruebas misilísticas que alarman a Occidente.
ANÁLISIS

Corea del Norte: Una dictadura que huye hacia adelante

El comienzo del año 2022 no pudo ser menos auspicioso para la paz mundial. Tropas que son concentradas en las fronteras, sobrevuelos que superan los límites de exclusión aérea, maniobras marítimas de flotas de guerra, indican una continuidad “in crescendo” del uso de la fuerza para dirimir los conflictos internacionales.
En ese contexto, Ucrania y el Mar de la China del Sur son conflictos que superan el marco regional para ubicarse en la confrontación global que opone a los Estados Unidos frente a Rusia y China, respectivamente.
Sin embargo, y aunque resulta difícil de catalogar como regional o global, es la controversia que opone a la dictadura comunista de Corea del Norte con su vecina Corea del Sur, con Japón y con los Estados Unidos, quien amenaza con escalar hacia una confrontación bélica.
Si por un momento, los puentes parecieron tendidos entre el expresidente norteamericano Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un, los avances hacia una distensión fueron limitados. El arribo del presidente Joe Biden a la Casa Blanca retrotrajo el conflicto a la situación de “ni guerra, ni paz” que rige desde el armisticio firmado en julio de 1953.
En ningún lugar como en Corea del Norte los hechos bélicos estuvieron tan a la orden del día en el primer mes del 2022. Un total de cuatro tiros de misiles hipersónicos de mediano alcance y otros dos convencionales de corto alcance surcaron el espacio aéreo y cayeron sobre objetivos predeterminados en el Océano Pacífico. El misil hipersónico es más rápido y maleable que el convencional y, por tanto, de mayor dificultad para la intercepción de una defensa antimisilística.
De su lado, la agencia noticiosa oficial norcoreana KCNA evocó la “posible reanudación de tiros de misil de largo alcance susceptibles de transportar cabezas nucleares y la reanudación de los ensayos nucleares”. A su vez, el bureau político del régimen que encabeza el líder Kim Jong-un decidió “reanudar todas las actividades militares temporalmente suspendidas” habida cuenta de la “preparación para una confrontación de largo aliento” con los Estados Unidos.
La reanudación implica la finalización oficial de la moratoria sobre ensayos nucleares y balísticos decidida por Kim en 2018 en épocas de distensión con Corea del Sur y con los Estados Unidos. En rigor, ya en 2021, el dictador anunció su voluntad de retomar los ejercicios bélicos. Si bien no hubo ensayos con misiles de largo alcance, ni hipersónicos, fueron contabilizados seis tiros de misiles balísticos, uno de los cuales lanzado desde un tren y otro desde un submarino.
¿Qué pretende el régimen norcoreano con este tipo de actividades? El fin no parece otro que lograr concesiones por parte del gobierno norteamericano, más allá de reforzar las capacidades militares norcoreanas. En particular, el levantamiento de sanciones que afectan financieramente al país y, sobre todo, a sus jerarcas.
Vale recordar como antecedente que, hasta el 2017, Corea del Norte hizo detonar seis bombas nucleares. También testeó distintos tipos de misiles balísticos uno de los cuales con alcance intercontinental o ICBM, Inter-Continental Ballistic Missile. Se trata del Hwasong-16, con un rango de autonomía de 8 mil a 13 mil kilómetros. Para tener en cuenta: San Francisco, California, se ubica a poco menos 9 mil kilómetros de Pyongyang, la capital de Corea del Norte y Washington DC a poco más de 11 mil kilómetros. Ambos, en línea recta.
En 2020, en ocasión de la celebración con desfile militar del 75 aniversario del Partido de los Trabajadores, oficial y único legal, fue presentado el Hwasong-17, un monstruo de 26 metros de largo por 2,7 metros de diámetro que, a la vez, puede servir como arma en sí mismo o como portador de misiles más pequeños para un ataque múltiple. Aún no fue probado.

En la mira cercana 
El régimen comunista y dinástico de Corea del Norte -al frente del país se sucedieron abuelo, padre e hijo- cuenta tres enemigos resumidos en una única hipótesis de conflicto. A saber: los Estados Unidos, Corea del Sur y Japón.
Tres son los antecedentes que llevan a la enemistad norcoreana-japonesa. En primer término, las atrocidades cometidas por el Ejército Imperial japonés sobre la población coreana desde la invasión del país en 1910 hasta la liberación tras la rendición japonesa en la Segunda Guerra Mundial en 1945.
En segundo lugar, los secuestros de ciudadanos japoneses llevados a cabo en Japón por agentes norcoreanos, transportados a Corea del Norte en submarinos, utilizados como “ilustradores” del modo de vida japonés. El régimen comunista reconoció los secuestros, aunque no su totalidad y aun utiliza a los pocos supervivientes como recurso de negociación política.
En tercer término, la estrecha alianza que une a Japón con los Estados Unidos y el avance japonés hacia un nuevo esquema militar que supere la actual imposición constitucional -derivada de la derrota de 1945- de solo contar con una fuerza de autodefensa, para pasar a un modelo defensivo-ofensivo de sus fuerzas armadas.
La animosidad norcoreana hacia el Japón quedó de manifiesto cuando en agosto de 2017, el régimen del dictador Kim lanzó un misil que sobrevoló territorio japonés sobre la isla de Hokkaido, la segunda en tamaño del archipiélago, y se desintegró en tres partes al caer al mar a 1.100 kilómetros de las costas japonesas.
Por su parte, con Corea del Sur, se trata de un conflicto que comenzó como una guerra civil ideológica y que en la actualidad adquiere ribetes de dramática supervivencia para cada uno de los regímenes que los gobierna. 
Desde el armisticio tras la guerra de 1950-53, ambas Coreas se encuentran separadas por una franja desmilitarizada de 4,5 kilómetros de ancho que corre desde el Mar Amarillo al sur hasta el Mar de Japón al norte. Un armisticio firmado por Estados Unidos y Corea del Norte que puso fin a las hostilidades.
Dicho armisticio previó la firma de un ulterior tratado de paz que nunca fue alcanzado. En consecuencia, técnicamente ambas Coreas y Estados Unidos están en guerra, aunque hace 68 años que no combaten. El arsenal balístico norcoreano cuenta, además de los misiles intercontinentales, con misiles de corto y mediano alcance. Los primeros reservados para Corea del Sur, los segundos para Japón.

Los fondos
El primer día del año 2022, el autócrata Kim Jong-un rompió la tradición de sus discursos de principios de año ante el plenario del oficialista Partido del Trabajo. Siempre los discursos de Kim versaban sobre las conflictivas relaciones exteriores de su gobierno. Esta vez, giro mediante, priorizó el desarrollo económico, la situación alimentaria y la pandemia.
Producto del cierre total de fronteras ante la pandemia del Covid, de los gastos militares crecientes al infinito y de las sanciones occidentales como represalia por dichos gastos militares, la situación económica del país evidencia la mayor recesión de su historia y la penuria alimentaria está a la orden del día.
Semejante estado de cosas deriva en un incremento del ya omnipresente autoritarismo del régimen con el objeto de evitar cualquier tipo de contestación. La mínima connivencia con el extranjero, en particular con Corea del Sur, sea tan menor como el pase de una grabación de video hecha del otro lado del paralelo 38 puede ser castigada con la pena de muerte.
Solo un rubro resiste al agravamiento de la situación económica: el de los gastos militares. ¿Cómo se financia? Por un lado, con recursos del Estado que dejan de ir a otros renglones. Por el otro, en negro.
Así, el régimen expatría trabajadores, fundamentalmente a China, que remiten recursos en moneda fuerte a sus familias. El Estado se apropia de dichos recursos y a cambio entrega a los familiares won -moneda norcoreana- a una tasa de cambio absolutamente arbitraria. Contabiliza a precio oficial, paga a un valor mucho menor. Ergo, la diferencia no se blanquea.
Otra fuente de financiamiento es el robo informático de cripto monedas. Es decir, un desvío de fondos pertenecientes a terceros que los hackers profesionales y oficiales del régimen norcoreano manipulan para adueñarse de esos activos.
Según un informe de Naciones Unidas, entre el 2019 y el 2020, los miles de ciber piratas norcoreanos desviaron 316,4 millones de dólares. Las víctimas: instituciones financieras y bolsas de valores. O sea, víctimas que prefieren guardar silencio, repartidas por todo el mundo, aunque principalmente de Corea del Sur.
Con todo, algunos casos trascendieron. Todo parece haber comenzado con el ataque sobre Sony Pictures como venganza por su filme The Interview, una sátira que ironiza sobre el propio Kim, producida en 2014. Otros robos: 81 millones de dólares al Banco Central de Bangladesh; 60 millones de dólares al banco taiwanés Far Eastern International.
Como ocurrió en el pasado y como suele ocurrir con los regímenes autoritarios, más aún con los dictatoriales, a medida que la crisis empeora recrudece el discurso nacionalista centralizado en que los culpables son los de afuera. El régimen comunista dinástico norcoreano lleva 77 años en el poder, pero la historia siempre comienza hoy.

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