xi jinping china
Desde la asunción del presidente Xi Jinping más de treinta grupos discordantes fueron disueltos y sus dirigentes encarcelados.
ANÁLISIS

China: del triunfo frente a la pandemia a los conflictos políticos y financieros

Para algunos, hablar de China es hablar de crecimiento y desarrollo. Para otros, es hablar de represión. La verdad no está en el medio, sino en ambos conceptos. También en el de un expansionismo cuya aspiración es convertir al país en potencia dominante.
La gran pregunta radica, entonces, en la factibilidad en el tiempo de la convivencia de un sistema político dictatorial con un desarrollo económico y una mejoría del bienestar individual y, a la vez, con una creciente agresividad a nivel regional. De momento, sí. Pero tras la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética quedó en claro que nada es para siempre.
Hablar de represión en China es abarcar varias cuestiones. Una de las principales, como siempre cuando de regímenes totalitarios se trata, consiste en limitar al extremo la libertad de expresión. De particulares, en especial de periodistas, o de empresas de comunicación.

Hongkong
Junto a los periodistas que pretenden difundir miradas críticas sobre la política china, la represión no ahorra persecuciones en contra de los militantes o simpatizantes de la democracia, en particular, en la excolonia británica de Hong Kong.
Allí no solo son reprimidos quienes protestan contra el atropello, por parte del gobierno chino, de los acuerdos para la retrocesión de la colonia, conocidos durante años como “un país, dos sistemas”, sino hasta quienes pretenden mantener viva la memoria.
Es el caso de la Alianza de Hong Kong, un grupo prodemocracia que rememoraba, años tras año, en las últimas tres décadas a las víctimas de la represión en la Plaza Tiananmen de Pekín. Se acabó. Las presiones y las amenazas del gobierno chino llevaron a la disolución de la agrupación.
En rigor, lo de la Alianza no es nuevo, ni único. Desde la asunción del presidente Xi Jinping a la fecha, en particular durante los dos últimos años, más de treinta grupos discordantes con la dictadura, fueron disueltos y sus dirigentes encarcelados. El Estado chino utiliza una ley de seguridad nacional, recientemente sancionada, que visualiza como subversivo a toda manifestación, acción o discurso opositor.
No es Hong Kong un caso aislado. En el Tíbet budista, ocupado militarmente por China en 1950, las rebeliones y las protestas se suceden por períodos a medida que avanza la sinización del territorio. Su líder espiritual y antiguo gobernante, el Dalai Lama, vive en el exilio, al igual que 300 mil compatriotas repartidos entre la India, Nepal y Bután.
En el Sinkiang, también Región Autónoma como el Tíbet, viven los Uigur, musulmanes. Aquí, la política de represión china es total, al punto que un millón de uigures están recluidos en campos de concentración. Oficialmente, para ser reeducados.

Afganistán y Taiwán
El triunfo Talibán en el vecino Afganistán puso en jaque la política interior china en cuanto se refiere al territorio del Sinkiang y a la etnia Uigur. Y es que no siempre funciona aquello de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Durante la cumbre de la Organización de la Cooperación de Shanghái que integran las naciones del Asia Central ex soviética, junto a China, India, Pakistán, Irán y Rusia que se llevó a cabo en setiembre del 2021 en Tayikistán, el presidente Xi aprovechó para fustigar la intervención norteamericana en Afganistán.
Hasta allí, lo de siempre. Pero introdujo como novedad, “la necesidad de erradicar las organizaciones terroristas del territorio afgano”. Aquí es donde, según el prisma con que se las mire, las palabras no dicen para uno cuanto significan para otro.
Para China, erradicar organizaciones terroristas en Afganistán no significa Estado Islámico, enemigo de los Talibán, ni Al Qaeda de buenas relaciones con los fundamentalistas afganos. Para China, equivale a hablar de las organizaciones uigures armadas que operan desde el país Talibán.
Xi habló en concreto del “Movimiento Islámico del Turkestán Oriental” (ETIM) que fomenta los ataques en el Sinkiang y cuya base se encuentra en Afganistán. La respuesta Talibán no fue la mejor para los chinos. Según el portavoz Talibán en Doha, Catar, los miembros del ETIM se fueron y punto. No se sabe cuántos, ni a donde.
La asignación del rol principal, por parte del gobierno chino para sus enemigos, rota de manera constante. En un tiempo los tibetanos, luego los uigures, hace poco los hongkoneses. Ahora, Taiwán, la isla donde se asienta la República de China, heredera del régimen nacionalista vencido por los comunistas, en 1949, en la Guerra Civil. 
Y es que el sentimiento del independentismo en Taiwán crece a medida que los atropellos, la intolerancia y la represión campean en la China continental. Es más, en la actualidad gobierna Taiwán, la presidente Tsai Ing-wen, claramente independentista, ratificada plebiscitariamente en las elecciones presidenciales del 2020 donde obtuvo el 57 por ciento de los votos.
Con la doble definición que las dictaduras suelen dar a las palabras, el presidente Xi habló del empleo de todos los medios necesarios para la “reunificación pacífica”. Es decir, para la integración de Taiwán, sí o sí, más allá de cuanto expresen los taiwaneses.

Guerra Fría y Capitalismo
El litigio sobre Taiwán conforma un peligro de envergadura para la paz mundial que puede derivar en un conflicto bélico entre Estados Unidos y China. Estados Unidos busca aliados en las democracias de la región. Junto con Australia, India y Japón conforma el QUAD, el grupo informal diplomático-militar establecido para enfrentar a China. De su lado, el régimen chino puede contar, solo a medias, con Corea del Norte y Pakistán, aunque difícilmente alguno de ellos intervenga si no resultan atacados. 
Aquí, merece una consideración la agresiva política expansionista china en el llamado Mar de la China Meridional. Su ambición por dominarlo lleva al régimen del presidente Xi hasta crear islas artificiales para apostar unidades navales de combate, además de reivindicaciones sobre islas que reclaman Vietnam, Filipinas, Malasia, Indonesia y el sultanato de Brunei. 
Agresividad china e inevitable respuesta norteamericana conducen hacia una pregunta casi inevitable: ¿Se trata de una segunda Guerra Fría? De momento, lo máximo que se puede decir es que parece un derrotero que se acaba de iniciar.
El comercio internacional, la competencia tecnológica y la cuestión climática aparecen como puntos de conflicto, pero no limitan, ni congelan, el marco del enfrentamiento que fluctúa permanentemente. Taiwán, el Mar de China Meridional, la democracia, los derechos humanos, Hong Kong, Tíbet, los Uigures, conforman prueba de ello.
Si se tata de una nueva Guerra Fría es, sin dudas, de características distintas a la anterior. Hoy, los comunistas de ayer, aunque continúen utilizando el apelativo, son absolutamente capitalistas. Es más, no se trata del capitalismo liberal como se lo conoce -reivindicado o vilipendiado- en Occidente. Se trata de un capitalismo de Estado, mucho más próximo al vigente durante la Alemania nazi o la Italia fascista.
Y es que junto a los grandes conglomerados estatales que aún existen conviven las empresas privadas cuya política y cuyos límites son fijados desde el poder político dictatorial del Partido Comunista. En rigor, del presidente Xi y de su entorno.
Así y todo, las reglas del capitalismo -no así las de la libertad- se abren paso. El caso Evergrande lo pone de manifiesto. Segunda empresa inmobiliaria del país, Evergrande está a punto de quiebra ante su incapacidad para honrar sus deudas. No es una inmobiliaria más. Su cifra de negocios equivale al seis por ciento del Producto Bruto Interno chino.
No se trata de un crac financiero tipo como los ocurridos en Occidente, por ejemplo, con la quiebra del Banco Lehman Brothers. Aquí, no fueron las maniobras especulativas de algunos ejecutivos deseosos de ganancias sin fin. Aquí, la responsabilidad recae sobre el gobierno chino que fomentó el endeudamiento a fin de agilizar las inversiones inmobiliarias.
Fue su intromisión, propia del capitalismo de Estado, que llevó a la situación actual donde las hipotecas incobrables repercuten sobre las empresas inmobiliarias, pero también sobre los bancos que las financiaron por indicación estatal, sobre los hogares cuyos ahorros fueron a parar, bancos mediante, a la actividad y sobre las comunas que vendieron las tierras.
La sentencia del presidente Xi, tras el innegable éxito del gobierno frente a la pandemia acerca de una China que emergió más fuerte que nunca, resulta cuando menos discutible. Desconfianza en el mundo, multiplicidad de conflictos internos y externos y grietas en la economía, dan cuenta de ello.

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