Ashraf Ghani dijo que el avance Talibán “se debe a la brusca decisión norteamericana”.
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Afganistán: la república en peligro frente a un emirato islámico que gana terreno

Todos lo imaginaban, pero nadie lo reconocía. Ni siquiera el principal perjudicado, tras la toma de la decisión. Todos sabían que las conversaciones de Doha, Catar, entre representantes norteamericanos y delegados Talibán no iban a conducir a ningún acuerdo de paz. Solo formaban parte de una pantalla para enmascarar la salida de las tropas extranjeras.
Y así fue. Pese a la demora de la partida, planificada para finalizar el 1 de mayo de 2021, trasladada al 31 de agosto del mismo año, los Talibán no atacaron más a los contingentes extranjeros. Como contrapartida, avanzaron sobre gran parte de las zonas rurales del país y tomaron varios puestos de frontera.
Nadie dijo nada. Las únicas represalias de la aviación norteamericana no castigaron a los Talibán, sino a los terroristas islámicos que operan en el país, ya sean de Al Qaeda o de Estado Islámico. Para contener el avance Talibán solo queda el Ejército afgano cuya voluntad de combate está en duda, aunque se bate más de lo esperado.
Todo hasta que, finalmente, el 1 de agosto de 2021, exactamente un mes antes de la partida del último soldado extranjero, y cuando ya restan partir contingentes residuales el presidente Ashraf Ghani habló. Dijo cuánto debía haber dicho hace tiempo. Que la situación actual –de avance Talibán- “se debe a la brusca decisión norteamericana”. Que el gobierno norteamericano es culpable “de favorecer la destrucción de la República” y de “la legitimación de los Talibán”.
Todo es cierto aunque no de la forma en que lo expresa el presidente Ghani.
En primer lugar, porque la decisión norteamericana no es brusca. La negociación de los Estados Unidos con los islamistas Talibán alcanzó un punto de acuerdo sobre el retiro en febrero del 2020. Ergo, hace casi 18 meses.
En segundo término, porque, no deben, ni debieron ser los norteamericanos, ni los soldados extranjeros, que permanecieron 20 años en el país, los principales actores de un conflicto que enfrenta a la sociedad afgana.
Es que una cosa es luchar contra el terrorismo islámico internacional –Al Qaeda, Estado Islámico- y otra cosa es intervenir en una guerra civil donde dos bandos en pugna deciden el futuro de un país.

La guerra no está perdida
Y el presidente Ghani aprendió tarde la lección. A la fecha, los principales contingentes de tropas alemanas abandonaron el país el 29 de junio y los norteamericanos el 4 de julio. Como se dijo, para el 30 de agosto, no queda nadie.
Desde entonces, dos capitales provinciales de mediana importancia, Zaranj en el sudoeste y Sibargán en el norte, fueron tomadas por los combatientes islámicos Talibán, quienes dominan varios puestos de frontera y ya perciben, en consecuencia, ingresos aduaneros.
¿Está perdida la guerra para el gobierno afgano? No necesariamente. Ocurre que la rama aérea del Ejército afgano cuenta con una herramienta de la que los Talibán carecen.  Se trata de los helicópteros.
No son nuevos, ni mucho menos pero están en servicio y cumplen con sus prestaciones. En cuanto a la aviación propiamente dicha, el Ejército afgano cuenta con 51 aeronaves. Respecto de las tropas de tierra, el gobierno afgano cuenta con 180 mil hombres armados, divididos en siete cuerpos de Ejército distribuidos en distintas regiones del país y sede en Kabul, Gardez, Kandahar, Herat, Mazar-i-Charif, Lashkar Gah y Kunduz. A su vez, cada cuerpo se subdivide en 3 o 4 brigadas. A dicho desarrollo se deben sumar dos brigadas de Fuerzas Especiales, especializadas en operaciones comando.
La capacidad militar del gobierno no es poca cosa aunque dista de ser definitoria. Será determinante, si la moral de las tropas no flaquea, la provisión de armas. Casi inevitablemente, los Talibán deben caer en el mercado negro y el gobierno en los préstamos externos. 
¿Cuál es la real situación de la guerra? Si se considera que la mayor parte de la población afgana es rural, es posible afirmar que el 40 por ciento habita en zonas dominadas por los Talibán, frente a un 32 por ciento –las ciudades- en zonas gubernamentales y un 28 por ciento en territorios de control incierto.
De momento, la iniciativa es Talibán. En julio de 2021, tomaron cinco puestos de frontera que corresponden a pasos hacia los cinco países vecinos: Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y Pakistán.
Junto a las zonas rurales y a los puestos de frontera, la ofensiva Talibán cerca varias capitales de provincia, algunas principales como Herat y Kandahar. En total, rodean 11 ciudades. Y en algunas de ellas, ya se combate en los suburbios.
La situación es particularmente grave en la norteña capital de Lashkar Gah, poblada por 200 mil personas, al punto que el gobierno desplegó centenares de miembros de unidades especiales para contener la ofensiva Talibán.
El temor es que si Lashkar Gah cae, la desmoralización cunda entre los militares afganos y las fuerzas irregulares que los secundan. Al respecto, el presidente Ghani asegura contar con un plan para frenar la ofensiva Talibán en seis meses, aunque no suministró ningún detalle.
Mientras tanto, reflejo de un pronóstico pesimista, se suceden los anuncios de evacuación de ciudadanos afganos que trabajaron para las fuerzas armadas extranjeras, un punto particularmente sensible tras cuanto pasó, al respecto, en Vietnam varias décadas atrás. 

La cuestión política
En términos políticos, la segunda parte de la denuncia del presidente Ghani sobre la “responsabilidad” norteamericana es, en gran parte, veraz. Pactar con los Talibán es “legitimarlos” y legitimarlos es “destruir la República” si los sublevados triunfan militarmente.
A tal punto es cierto que los Talibán ya no hablan más de Afganistán sino del Emirato Islámico de Afganistán. El emirato es, por definición, un régimen monárquico absoluto, un retroceso al pasado que no tolera ningún disenso, ni oposición. A la definición del emirato hay que agregar la correspondiente al vocablo “islámico”. Indica la aplicación de la “sharia”, la ley islámica.
En síntesis, el abandono del concepto civil de la ciudadanía y su reemplazo por un ordenamiento teocrático dentro de una interpretación “rigorista” del islam, tal como fue concebido hace 1.500 años.
Desde la reimplantación de los castigos corporales –penas de muerte por lapidación, incluidas- hasta la condición subalterna de la mujer, Afganistán retrocederá siglos como sociedad.
Para las mujeres, la presencia occidental en Afganistán fue una oportunidad para desarrollar sus posibilidades. Con el régimen talibán anterior al 2001, ninguna niña accedía a la escuela. Actualmente el 40 por ciento de los niños escolarizados son de sexo femenino.
Con la República –por imperfecta que fuese- las mujeres accedieron a las universidades, al mundo del trabajo y hasta prestar servicios de las fuerzas armadas y de seguridad.
En la vereda de enfrente, los Talibán hicieron todo cuanto tuvieron al alcance para impedir ese “despertar” femenino. Asesinaron a mujeres periodistas, médicas, policías, artistas. Atacaron escuelas y parvularios. 
La reacción frente al abandono occidental de muchas mujeres afganas, en particular jóvenes, es formar parte de las fuerzas irregulares que luchan al lado del Ejército contra los Talibán. Para ellas, la partida occidental, mucho más que para el gobierno afgano, es un abandono.

El flanco externo
Para los observadores, una duda planea sobre las relaciones Talibán con las dos organizaciones rivales del yihadismo o terrorismo islámico. Por un lado, nunca se cortaron las buenas relaciones con Al Qaeda, aunque es impensable un retorno a las épocas de la amistad entre el mollah Omar y Osama bin Laden.
Todo lo contrario con la vinculación con Estado Islámico. En este caso, se trata de enemigos. A tal punto que los combatientes de esta central terrorista preferían rendirse, llegado el caso, ante las tropas gubernamentales que ante los Talibán.
Si bien Estado Islámico conserva capacidad de acción terrorista en Afganistán, ya no cuenta con unidades combatientes territoriales. No fue el gobierno, sino los Talibán quienes los dejaron fuera de combate.
En rigor, los Talibán parecen haber aprendido la lección del 2001 cuando fueron vencidos y desalojados del poder. Y esa lección, es la de nacionalizar el conflicto. Hacerlo guerra civil sin participación yihadista. Sin árabes, solo con afganos.
Y si el yihadismo deja de tener espacio, la presencia occidental deja de justificarse. Es esta y no otra la base del acuerdo norteamericano-Talibán de retirada de las tropas occidentales. Es el compromiso asumido en Doha sin la presencia del gobierno afgano.
Un compromiso que puede sellar el destino de Afganistán, sin que ningún afgano resulte consultado. Una república que se difumina y un emirato que se asienta. En suma, una dictadura más en el mundo.