Benjamin Netanyahu ganó las elecciones pero no le alcanzó, porque ahora deber formar gobierno y tiene un horizonte complicado.
Benjamin Netanyahu ganó las elecciones pero no le alcanzó, porque ahora deber formar gobierno y tiene un horizonte complicado.
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Israel: dos concepciones de la sociedad yel Estado que causan la inestabilidad política

Un dicho popular califica al fútbol como deporte donde juegan once contra once y siempre gana Alemania. Vale la alegoría para aplicarla a Israel, país democrático donde todos –incluidos los palestinos que allí viven- votan y siempre gana Netanyahu. Aunque esta vez…
Sí, siempre gana pero nunca le alcanza para gobernar en solitario y debe armar alianzas de todo y de cualquier tipo. A veces se corre un poco a la izquierda. Generalmente, lo hace a la derecha. Y nunca desdeña la extrema derecha. Hasta aquí ensayó casi todo. Salvo convocar a algún partido árabe israelí. Algo que también acaba de intentar
Producto de su endeble mayoría construida con las mencionadas alianzas, el 02 de diciembre de 2020, la Knesset (Parlamento) votó su propia disolución y un llamado a elecciones para el 23 de marzo de 2021. Fueron las cuartas elecciones nacionales en los últimos dos años, cuestión que refleja una inestabilidad política que no se convierte en una crisis institucional.
Como Alemania en el fútbol, otra vez ganó el primer ministro Netanyahu. Y, como siempre, ganó pero no le alcanzó. Ganar es una cosa pero formar gobierno es otra diferente. Como en toda democracia parlamentaria, el gobierno debe alcanzar una mayoría de la mitad más un voto -61 escaños-, algo que no es sencillo cuando la representación más votada no alcanza la mitad de esa mitad y cuando el resto del espectro presenta semejante “troceado”.
El 06 de abril de 2021, el presidente Reuven Rivlin designó al primer ministro Netanyahu como encargado de formar gobierno. Pasaron cuatro semanas y no lo consiguió. El primer ministro vive una situación particular. Mientras por un lado era encargado para formar gobierno, por el otro, se encuentra sometido a proceso por corrupción, fraude y abuso de confianza en tres expedientes separados.
Nadie imagina una destitución del jefe del gobierno que más tiempo ejerció el cargo -15 años- desde la constitución del Estado de Israel. La ley establece que solo una condena definitiva puede obligarlo a renunciar. Para alcanzar dicha condena, seguramente deberán pasar años.
No obstante, un proceso de tal naturaleza complica la formación del gobierno. O en todo caso hace que las demandas de los partidos convocados para conformar una mayoría resulten más onerosas. 

¿Bibi afuera?
Pasaron cuatro semanas desde el encargo del presidente Reuvlin para que el primer ministro decidiese aceptar su fracaso… a medias. Como siempre, intentó todo y aun un poco más. Esta vez no solo convocó a sus tradicionales aliados de la extrema derecha y de las formaciones religiosas sino que, al comprobar que no alcanzaba, operó para sumar a los islamistas del Ra’am. 
Netanyahu ofreció de todo. Ministerios, cargos, contratos, pero no convenció. Y no convenció principalmente a su ex discípulo y ex ministro de Defensa, Naftali Bennett, fundador de la coalición de derecha Yamina, ahora convertida en partido político.
Viejo zorro, el primer ministro ofreció un acuerdo de poder compartido. Inclusive, un primer año donde Bennett ejercería como jefe de gobierno. Pero no pasó. No superó la desconfianza que inspira Netanyahu en el propio Bennett.
Con solo siete diputados a la Knesset y un quinto lugar entre las preferencias de los votantes, Bennett reconoce su minusvalía en una alianza ante un Netanyahu sostenido por 30 bancas propias y un primer lugar en el resultado electoral.
Cerrado -¿Cerrado?- el capítulo Netanyahu, el presidente Rivlin ofreció el encargo de formar gobierno a Yaïr Lapid del centrista partido Yesh Aid, que resultó segundo en las elecciones del 23 de marzo de 2021.
Yesh Aid consagró 17 legisladores, muy lejos de los 61 necesarios para formar gobierno. Por tanto, deberá sumar a todo el arco izquierdista-centrista más los árabes de la Lista Unificada y los islamistas del Ra’am inclusive. Así y todo, no alcanza. La clave está, nuevamente, en Bennett y sus siete votos.
A esta altura, aunque siempre el precipicio queda a la vuelta de la esquina, Bennett ya dejó de ser un “hacedor de reyes” para convertirse en el mismo rey. Y es que Lapid, al igual que lo hizo Netanyahu anteriormente, le ofreció ser el jefe de gobierno rotativo.
De momento, final abierto con un Bennett que parece haber comprendido la importancia de la paciencia como virtud en la política. Paciencia necesaria para evitar un paso en falso que retrotraiga la situación nuevamente a manos de Netanyahu o a la celebración de las quintas elecciones en dos años.
Sabedor de la inevitable sociedad “contra natura” con izquierdistas y árabes, Bennett no se conforma con el cargo de primer ministro que le ofrecen. Exige además un compromiso legislativo –ley- que le otorgue el derecho a veto sobre cualquier decisión de su eventual gabinete multicolor.

Israel en el mundo
Nada de lo hecho por el ex presidente Donald Trump resulta deshecho por el presidente Joseph “Joe” Biden en aquello que a Israel respecta. Ni el Plan de Paz inaceptable para la Autoridad Palestina, ni el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, aparecen en la mira de la actual administración en la Casa Blanca de Washington. 
Si durante mucho tiempo, la comunidad internacional, con sus más y sus menos, imaginó la solución del problema como la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza que conviviese con el Estado israelí, dicha solución aparece cada día como más lejana.
Salvo los propios palestinos, nadie ya la sostiene con vehemencia como antaño. ¿Cuáles son las soluciones propuestas, entonces? Son dos, particularmente antagónicas. Ambas hablan del Gran Israel. Pero lo conciben de manera opuesta.
Para unos, con fuertes vinculaciones político-religiosas se trata de un Gran Israel… judío, con Cisjordania incluida. Es decir, Judea y Samaria. Para los otros, la superficie no difiere. Sí, en cambio, el concepto del Estado. Ya no sería un Estado judío, sino uno laico.
En ambos, los palestinos quedan incluidos aunque con distintos grados de autonomía y derechos. Aunque, para algunos fundamentalistas religiosos del Gran Israel judío, los palestinos solo son árabes y, como tales, deberían vivir en los países que se reconocen como tales.
Así como existe un islam político que gobierna en Turquía, en Gaza con Hamas, en alguna medida en Catar y gobernó Egipto hasta el retorno de los militares, existe un judaísmo político –la judeidad- conformado por los partidos que se reconocen como tales y que plantean un futuro institucional distinto del que planteaba el sionismo de los padres fundadores.
Ya no se trata de una patria para el pueblo judío sino de una suerte de supremacismo, listo para avanzar en el control del país. No es cuestión solo de política partidaria. Se lo reconoce por su apego –o desapego- selectivo de las leyes del propio Estado de Israel.
Desde la instalación de las denominadas “colonias salvajes”, es decir sin autorización, en territorios cisjordanos hasta el incumplimiento de las leyes militares, pasando por la resistencia a la vacunación contra el COVID.
Recientemente, una de esas resistencias frente a la autoridad fue la peregrinación ultra ortodoxa al monte Meron del 29 de abril de 2021. Si bien fue autorizada por el primer ministro Netanyahu, necesitado del apoyo de los partidos religiosos para formar gobierno contra la opinión del colectivo sanitario, la ortodoxia desafió las normas al reunir cuatro veces más participantes de los autorizados.
El resultado fue trágico. Cuarenta y cuatro muertes fueron su consecuencia producto de una “avalancha” humana en un estrecho pasillo por donde solo debía pasar la cuarta parte de cuantos se agolparon.
La “impasse” política que vive Israel no debe ser tomada solo como una clásica atomización de partidos o de personalidades políticas. Es mucho más que eso. Son dos concepciones –el judaísmo y la judeidad- que se enfrentan y que cuenta con escasas chances de ponerse de acuerdo, más allá de “arreglos” electorales cuya duración es particularmente corta.
Con todo y hasta ahora, el enemigo iraní, unido a la vecina Siria y al Hezbollah que domina el sur del Líbano, cataliza la política israelí. Caso contrario, la convivencia entre la concepción laica y la religiosa del Estado y de la sociedad resultaría particularmente difícil.

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