OPINIÓN

Filosofar en tiempos de virus

Nos sobrevuela en estos días el anuncio de una posible segunda ola de coronavirus. No sabemos si la amenaza obedece a que el virus reagrupó sus tropas y se lanza nuevamente al ataque o si es una estrategia para disimular la falta de vacunas. Una versión adaptada de aquella frase del escritor irlandés James Joyce (1882-1941), autor de Ulises, Dublineses y Finnegan´s Wake, obras claves de la literatura del siglo veinte, quien propuso: “Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación”. En este caso sería “ya que no encontramos la manera de enfrentar exitosamente la pandemia, debido en buena medida a nuestros propios errores, tratemos de que nadie se mueva de su lugar”. Sea como fuere, nuestra relación con el COVID-19 no será breve como se imaginó a la luz de cierto optimismo y durante este año el virus seguirá siendo nuestro huésped.
¿Podría la filosofía ayudarnos a transitar este tiempo extraño e incierto? La pregunta podría parecer extemporánea e insólita. ¿A quién se le ocurre hablar de filosofía en estas circunstancias? Sin embargo, desde su mismo origen, la filosofía indaga en las cosas de la vida. Sin saberlo, sin darnos cuenta, todos filosofamos en algún momento, aunque no lo hagamos de modo académico. ¿Para qué vivo? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Por qué existe todo pudiendo no haber nada? ¿Hay sentido en el sufrimiento? ¿Qué es el amor? ¿Qué es el bien? ¿Por qué a mí? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la realidad? ¿Qué es la libertad? Estas son apenas algunas de las preguntas que nos ponen a filosofar. Y no detenemos la vida para hacerlo. Exploramos las respuestas mientras vivimos. Decía Sócrates, padre del pensamiento filosófico occidental, que una vida no examinada no merece ser vivida. En otros términos, si nos hacemos la rabona para evadir las preguntas del examen existencial que se nos propone cotidianamente habremos pasado en vano por la escuela de la vida.

El remedio filosófico
Joel Owen, miembro del Programa de Entrenamiento en Bienestar Psicológico de la universidad inglesa de East Anglia, sostiene, en un artículo que escribió para la revista digital Psyche, que para los filósofos de las antiguas Grecia y Roma la filosofía era un modo de transformar el modo de vida de las personas al proveerles herramientas para florecer, para realizarse, para encontrar el sentido de sus vidas, para vivir mejor y gestionar las emociones disruptivas que suelen enturbiar frecuentemente nuestras existencias. La filosofía, dice Owen, puede resultar terapéutica, ayudándonos a tratar con el sufrimiento y la ansiedad provenientes de nuestra manera errónea de ver y comprender el mundo y las circunstancias que vivimos.
Nuestros juicios y apreciaciones erradas, agrega Owen, nos llevan a evaluar mal las razones del sufrimiento y de la infelicidad. En esto coincidían tanto Sócrates como los estoicos, los epicúreos o los cínicos (todas corrientes filosóficas que dejaron huellas profundas en el pensamiento occidental, del cual formamos parte). Ese desenfoque nos lleva a relaciones disfuncionales con el dinero, los bienes materiales, el éxito, el confort y cosas de ese estilo, en las cuales no están los gérmenes de la felicidad, ni mucho menos del sentido de nuestra existencia.
Aquellos filósofos no hablaban de la buena vida (que hoy medimos en términos de bienestar material, ingresos, capacidad adquisitiva, viajes, posesiones, etcétera), sino de la vida buena. Esta no se enfoca en motivos externos para la felicidad, sino en nosotros mismos. No empieza por afuera, sino por adentro. En cómo pensamos, cómo juzgamos, cómo respondemos a las situaciones que la vida nos plantea, cómo nos comportamos con los otros, qué propósitos y metas orientan nuestros actos y nuestra vida y, fundamentalmente, qué es lo que valoramos y por qué. Y cómo honramos eso que valoramos. Un alto ingreso económico, señala Owen, y un acceso facilitado al bienestar material tienen poco impacto en el bienestar emocional y espiritual cuando una persona no se ha conectado con todos aquellos aspectos internos. Una vez que las necesidades materiales básicas están cubiertas seguir acumulando elementos externos y materiales tiene muy poco impacto en la armonía interior, en la sensación de bienestar espiritual. Acaso aquí se encuentren fuertes razones para entender el alto índice de malestar emocional y vincular que, ya antes del coronavirus, se hacía notable en la atmósfera de los tiempos. Un malestar que, quizás no casualmente, contrastaba (contrasta aún) con los avances de la tecnología, que quizás contribuyen a una vida más cómoda, o más larga, pero no necesariamente a una vida buena. Porque esta depende de los caminos existenciales que cada uno elige y de cómo responde a las circunstancias de esos caminos.

Atados como Ulises
Con base en la mirada de los antiguos filósofos, que atraviesa las épocas y se sostiene con saludable vigencia, el ensayista Owen coincide con ellos en que dedicarse a la tarea de examinar la propia vida y establecer hojas de ruta para ella no es una tarea fácil. Sobre todo, porque nuestra cultura está atravesada por la creencia de que la felicidad y la satisfacción existencial se pueden comprar, que más es siempre mejor, y que el éxito y la fama pesan más que la integridad (cosa fácil de comprobar cuando se observa la epidemia de “influencers”, posteos narcisistas y pestes similares que infestan las redes sociales). Apartarse de estas creencias, internarse en otro sendero, no es fácil, requiere un esfuerzo constante, a menudo es necesario atarse al palo mayor de nuestro barco, como lo hizo Ulises, para no sucumbir al canto de las sirenas de lo fácil, de lo superficial, de lo banal. Se trata de un ejercicio espiritual clave, insiste Owen, para vivir una vida con sentido. En el ensayo publicado en “Psyche”, Owen cita un párrafo de las “Cartas sobre Ética”, escritas por Séneca, quien en el siglo cuatro antes de Cristo fue figura central del estoicismo, corriente filosófica que proponía una vida sana para un alma sana, y basaba esa vida en el respeto, la honestidad, la paz y la austeridad. Dice ese párrafo: “Concédete un período en el cual estarás contento con una pequeña porción de alimento, con bienes sencillos y baratos y con ropa muy modesta y hasta poco cómoda. Un tiempo en el cual la mente esté libre de ansiedades. Ese tiempo te preparará para la adversidad”.
Owen rescata también a Epicteto, otro maestro del estoicismo en aquel mismo siglo, quien comenzó su vida como esclavo. Toda situación, incluso la más adversa, tiene dos aspectos, dos posibilidades, decía Epicteto. Y alentaba a sus discípulos a desprenderse de todo lo innecesario en la búsqueda de aquello que, en lo que asomaba como un obstáculo insalvable, podía ofrecer una posibilidad de solución y de conocer los propios recursos. Se debe siempre agradecer a esas situaciones, sostenía, porque nos permiten poner el foco en nosotros mismos y conocernos.
Haya o no haya segunda ola, continuamos inmersos en una experiencia y un tiempo que nos desafía a pensar para vivir y para encontrar caminos que orienten nuestra vida. Esos caminos empiezan en el interior de nosotros. Eso es filosofar.< 

(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es La aceptación en un tiempo de Intolerancia.