El presidente electo Joe Biden fijó dos prioridades para su gobierno: pacificar el país y luchar contra el coronavirus.
El presidente electo Joe Biden fijó dos prioridades para su gobierno: pacificar el país y luchar contra el coronavirus.
ESTADOS UNIDOS

Posibles cambios y continuaciones tras la asunción del presidente Joe Biden

Todo llega a su fin: el Congreso de los Estados Unidos certificó el triunfo electoral del próximo presidente Joe Biden y el presidente saliente, Donald Trump, cambió el tono y habló de una transición pacífica el día del “pasa manos” gubernamental. 
En lugar del clásico “déjà vu” (ya visto, en francés), corresponde el “jamais vu” (jamás visto) para calificar lo acontecido con la toma –momentánea- de las instalaciones del Congreso de los Estados Unidos por parte de los “trumpistas”.
Finalmente, primó la cordura por parte de una enorme mayoría de legisladores republicanos y del vicepresidente en ejercicio, Mike Pence, quienes privilegiaron la institucionalidad y certificaron la elección del católico Joseph “Joe” Robinette Biden hijo como presidente electo –número 46- de los Estados Unidos.
Probablemente como la última resistencia del presidente Donald Trump antes de acceder a entregar el poder al presidente electo Joe Biden, once senadores republicanos se negaron a certificar el resultado electoral del 4 de noviembre pasado.
 El presidente electo Joe Biden cumplió recientemente 78 años, finalizará su mandato con 82. No es imposible imaginar una reelección, pero no está demás pensar en un sucesor. La vicepresidente electa Harris de 56 años, bien puede ser su heredera.
De su lado, los 74 años actuales del presidente Trump abren un abanico de especulaciones sobre su futuro político. Pero los cuestionamientos de fondo no sobrevendrán de su edad, sino de su liderazgo. 
Mientras tanto, una octogenaria, la representante Nancy Pelosi (80 años) fue reelecta titular de la Cámara de Representantes, aunque con algún sobresalto cuando a la totalidad de la bancada republicana que votó en su contra se unió un puñado de demócratas. Resultado final: apretado, 216 para Pelosi, 209 en contra.

Cambios sí, pero no tantos
¿Cuál será el grado de cambio que la política exterior norteamericana experimentará con la asunción del presidente electo Joe Biden? Algo sí, pero no tanto como muchos creen o esperan.
Es posible, en cambio, aunque no seguro, que los cambios en política interna sobrevengan con mayor fluidez.  Uno de esos cambios probables se refiere a la imposición. Con mayoría demócrata, el presidente electo estará en condiciones de cumplir su compromiso de incrementar los impuestos –según él- a los sectores con mayor capacidad contributiva.
Aún a riesgo de prolongar la recesión que afecta al país y al mundo con motivo de la pandemia del coronavirus, un aumento de la presión tributaria no parece “alocado” con un déficit presupuestario que se ubica en el 16 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
Para financiar semejante desequilibrio solo existen tres opciones: la inflacionaria de emitir dinero sin respaldo, algo que no suele hacerse en la mayoría de los países del mundo, con algunas excepciones poco serias.
Segunda opción, el incremento de los recursos a través de un aumento de los gravámenes existentes o la creación de nuevos impuestos. Tercera opción, el endeudamiento estatal en los mercados de capitales, por lo general, a través de la colocación de bonos del tesoro. El presidente electo y la mayoría senatorial decidirán –y negociarán- la composición entre estas dos últimas opciones de financiamiento.
En materia de inmigración, es factible que los malos modales del actual presidente queden de lado. Posiblemente, la construcción del famoso muro de separación con México, aunque avanzada, no finalice. Y es probable que alguna solución se encuentre para los menores ilegales. No obstante, imaginar una política de puertas abiertas sobre el tema es, cuanto menos, ilusoria. Más realista resulta considerar sobre la cuestión “un algo sí pero no todo, ni siquiera mucho”.
A juzgar por las designaciones en el área climática, un tema sensible para los demócratas  repudiado por el presidente saliente, es esperable un avance en materia de reconocimiento de los daños ambientales.  
Con todo, siempre habrá un límite. Es el de la economía. Medio ambiente sí, pero economía también. Una ecuación particularmente compleja, más aún cuando el país debe salir de la recesión. Fracasar en la recuperación de la economía implicará agrandar, con vistas al 2024, la imagen del presidente saliente.
Dos prioridades se fijó el presidente electo para la iniciación de su mandato: la pacificación del país y la lucha contra el coronavirus.
Las cifras de contagio y sobre todo de letalidad son por demás elocuentes sobre el fracaso de la administración Trump para manejar la pandemia. Si bien los Estados Unidos solo ocupa el lugar 15 en cantidad de muertos por millón de habitantes, casi 21 millones de casos y más de 350 mil muertos obligan a una atención prioritaria.

La obsesión china…
No parece una incógnita. Sin temor por la equivocación, casi es posible asegurar que la política del presidente electo frente a China, no resultará muy diferenciada de la que lleva a cabo el presidente saliente.
El crecimiento económico, el desarrollo militar pero, por sobre todo, la ambición china de plantarse como super potencia en desafío a la primacía norteamericana obligan a Estados Unidos a reaccionar.
Dicha reacción oscila entre catalogar a China como adversario o como enemigo. Una diferencia que no es menor y que incluye o excluye el recurso a la fuerza. Imaginar una guerra entre Estados Unidos y China no es descartable. Tampoco probable. Quizás solo posible. 
Ninguna de las eventuales agresiones del gobierno chino dará lugar a una confrontación armada con una sola excepción, Taiwan. Aún así subsiste una incógnita: si China ataca Taiwan ¿la respuesta militar involucrará tropas, aviones o barcos estadounidenses? Es más factible imaginar una provisión armamentística norteamericana que, por otra parte, ya se lleva a cabo con la “venta” de drones sofisticados.
Tampoco resulta imaginable un retorno a la actitud contraria. Aquella del aislamiento norteamericano dejada de lado con las dos guerras mundiales y abandonada definitivamente tras la segunda.
De allí que la política “china” del presidente Biden aparece, a priori, como similar a la del presidente Trump. Una rivalidad sin cuartel en el terreno del comercio exterior, las inversiones y los organismos internacionales.

…y el resto del mundo
Contrarrestar a China implica un despliegue cada vez más universal que los Estados Unidos no parecen dispuestos a aceptar desde el punto de vista militar. De allí que la lucha por la primacía será política y económica.
Todo indica que el presidente electo continuará con la política del presidente saliente de acabar con las guerras “interminables” por el mundo. Así, es muy posible que la retirada de tropas en Irak, en Afganistán, en Somalia sea completada con la nueva administración.
También que las directivas respecto del Medio Oriente sigan la huella del presidente saliente y convaliden el acercamiento entre los países árabes e Israel, a los efectos de aislar a Irán.
En cambio, el mayor apego a la defensa de los derechos humanos y a la vigencia del estado de derecho generará situaciones de conflicto con aquellos países que no priorizan dichos valores. Así, Corea del Norte puede retornar a un modificado “eje del mal”, aquel que preconizaba el presidente republicano George Bush hijo, junto a Irán.
El abandono del populismo también endurecerá la relación con Rusia y su protegida Bielorrusia a la vez que reimpulsará el rol de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como alianza militar defensiva-ofensiva.
Las consecuencias, probablemente, serán el mantenimiento de las tropas norteamericanas en Alemania; un respiro para los países de la antigua órbita soviética, sobre todo para Polonia y las repúblicas bálticas: Estonia, Letonia y Lituania; y una postergación de las aspiraciones francesas de encabezar la defensa europea con su fuerza nuclear.
Finalmente, en el resto de América, es factible una mejoría de la relación con Cuba, al menos a los niveles alcanzados con el presidente Obama, paralela a una degradación de las relaciones con los populistas de la región.
Finalmente, la presidencia Biden representará un retorno al multilateralismo. Pero, un multilateralismo no ciego. Difícilmente, de acá en más, el contribuyente norteamericano pague los desvaríos ideológicos de autoritarios del mundo, disfrazados de progresistas o revolucionarios.

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